Entre las hijas del rey,
sin duda, la más desenvuelta
es la princesa Naturaleza.
Por palacio corre
el feo rumor
de que a espaldas
de su señor y padre
la niña se hace llamar
emperatriz y reina.
En nuestra corte
rige la costumbre,
debida a trovadores
y otros aduladores,
de cantar su belleza,
y, a decir verdad,
que a la precoz infanta
admiradores no le faltan.
Sus más encendidos amadores
entre sus dotes destacan
las de ser hermosa y pródiga,
libre de remilgos,
libidinosa sin fin,
carente de la hipocresía
de las castas reprimidas.
Y no es que sus detractores,
que, en efecto, los tiene,
a causa de semejantes prendas
sean tal.
Aquel opuesto partido
en otras llagas
sitúa el dedo.
Éstos la tildan de boba,
que resulta palabra suave
según lo que detrás viene,
de cruel e injusta,
de brutal y sorda,
de amante de los criminales,
de bebedora de sangre.
Yo soy de los que cree
que la niña es joven,
y como los de su edad
no sabe muy bien
hacia dónde va.
El rey todo lo conoce,
no te engañes,
mas calla.
También a veces
él la desprecia,
pero su prudencia
para el reino
la sabe necesaria.
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