Por oscuras y arrebatadas calles
circula tu cintura,
y galopan tus caderas,
perdida.
Si me tuvieras delante,
no sé si quiera
si recordarías mi nombre,
aunque durante semanas
te basté como hombre,
fulana.
Aquellos días bajo estos techos
hoy habitados de llantos
y de blasfemos rezos,
fui el más feliz,
pues me coroné
rey de tus pechos.
Y, si pudiera hablar este lecho,
recordaría nuestros sucios besos,
las oscuras caricias,
los gemidos de rabia.
Mil caminos abrieron
mis hambrientos dientes
en la selva de tus vellos.
Hoy en cambio no es ésta
sino la cama de un pelele
desolado y enfermo.
Y todo por tu culpa,
maldita.
Me dejaste,
y en tu cara
no hubo desdén,
sólo capricho.
Esa noche comprendí
que sólo hay
dos clases de hombres
en este mundo:
el que te tiene
y los que te pierden.
¿Mas cómo olvidar
cuando se ha bebido
del vino de tu cántaro?.
Y no te quiero,
ni nunca te quise,
pues es mucho peor,
que me muero
por ti
de deseo.
Y no sabes lo que daría
por volver a verte entrar
cual antaño
por esa puerta;
y, al rato, como solías,
prosternada ante mí,
desnuda de vergüenza,
con tu lengua y con tus labios
me transportases a los cielos.
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