Hubo un tiempo
dominado por otra raza.
Fue aquélla la época
del esplendor de la diosa.
La oscura memoria
todavía guarda
indeleble y confusa
su huella;
la cual no se oculta
al que con sinceridad
la busca.
Otra carne y otra sangre
por continentes
y por mares
extendía sus clanes.
Si piensas por ti mismo
y sabes observar,
la faz de la tierra
te servirá de testigo,
y en silencio
te hablará al oído.
E incluso es posible
que llegue el día
en que sin miedo camines
por las riberas de sus ríos
y pruebes el gusto
de las mismas aguas
que bañaron sus rostros.
Entonces,
escondiendo la risa,
te dirás:
«¡ay de los que creen
que la cuadratura del círculo
es la más inconcebible
entre las cosas que existen!».
El secreto nos hará hermanos,
porque ya lo éramos.
Callaremos.
¿Pues cómo describir
un mundo vacío de sueño?,
¿qué decir de aquéllos
cuyas almas son sus cuerpos?,
¿qué sombras usaremos
para hablar de la belleza?,
¿y cuáles otras para los deleites?.
Se preguntan los necios:
¿cuándo fue esto?.
Antes,
mucho antes,
del momento
que engendró la Discordia.
Antes,
mucho antes,
de la caída de las mujeres.
Antes,
mucho antes,
de Abraham y de Jacob.
Antes,
mucho antes,
de que abrieran sus minas
los soberbios romanos.
Antes,
mucho antes,
del tiempo de los esclavos.
Sólo la tierra comprende.
Muy callada,
replegada en sus oquedades,
ella espera.
Ahora, en este instante,
todo está ya cumplido.
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