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Excelencia

 

Pequeños guerreros, de los videojuegos, destruirán el mundo

Salomón Valderrama Cruz


Fotografía de un famoso video juego World Of Warcraft

Pequeños guerreros, de los videojuegos, destruirán el mundo

 

La muerte que me ha gemido desde el beso

El abrazo que siempre he querido darle

Que he querido regalarme

Y la muerte se ha asustado en mí mismo

El luto que he sido en mis sueños

El futuro sin presentes. Sin pasados.

De Sonidos de algunos instrumentos tuertos, Cuatro

 

Los hombres de aire

Que salen al campo siempre

A sembrar las flores nuevas

A regar las flores tiernas

A arreglar las flores viejas

Por sus puertas de aire

De sus casas de aire

De Los hombres de aire

 

Los niños como los fatuos santos católicos son, conspicuos, naturales guerreros. Y cómo no lo van a ser si por todos los vértices del mundo, pirámides raciales, de Oriente y de Occidente, se les restriega y aquilata, hasta en los sueños, la figura, ya fija, poética, ya científica, ya filosófica, del matar: No para ser matado, sí para no aburrirse, para entretenerse y gozar comprando, vendiendo y comiendo la muerte. Amor de necrófago. Los niños, brutos adultos aquellos, que no siendo santos sueñan santos, los que reniegan del mundo, los que entienden el abuso y la miseria, el irracional de atacar para decir gané. Game Over, sujeto en evolución, del inferior. En los videojuegos enseñarle a matar, en los dibujos animados condicionar el matar, en las noticias por Internet, radio, televisión, revistas, periódicos, novelas, cuentos, poesías y dramas, y como fiesta sin fin el matar en las no-tan-secretas-reuniones-políticas, de los gobiernos, que tratan de imponer, vender, sus productos y democracias, desde su nulo punto de vista, al Mundo. Y escoger, o determinar legalmente, a quien matar en el mundo como arquetípico, adalid de, Arte que estrena el caer. Para temer y, lo que sea, recibir. No sé si seré Ciego o Sordo o Mudo pero, no puedo evitar el, sifilítico, sufrir al contemplar en mi sobrino, de casi tres años, el sueño inestable, abrupto, de facto cuando come los antipoemas que le abren los pequeños ojos del pequeño sueño y grita ATERRADO. Porque en sus microsueños, lo abandonan, lo golpean, lo violan, lo matan; y él aún está aprendiendo a matar. Y me pregunto: ¿Qué pasaría si en todos los cerebros nos ataca el juego de querer salvar el Mundo, de nosotros mismos, de la ciencia, de la religión, de la filosofía, del arte? Niño que, todavía, estás atrapado en mí ayúdame a no matarme matándote. Ensimismado oprimiendo botones, aprehendiendo espadas, o aprendiendo las, inevitables, Vocales de Arthur Rimbaud, en puerta secreta o Joystick para atacar y matar, para maldecir y resucitar con arte en la, imposible, consola del mundo quebrado:

 

A negro, E blanco, I rojo, U verde, O azul: vocales,
diré algún día vuestros nacimientos latentes.
A, negro corsé velludo de las moscas brillantes
que zumban alrededor de hedores crueles,

golfos de sombra; E, candor de los vapores y de las tiendas,
lanzas de los glaciares orgullosos, reyes blancos, escalofríos de umbelas;
I, púrpura, sangre escupida, risa de labios bellos
en la cólera o en las borracheras penitentes;

U, ciclos, vibraciones divinas de los mares verdosos,
paz de las dehesas sembradas de animales, paz de las arrugas
que la alquimia imprime en las grandes frentes estudiosas;

O, supremo clarín lleno de estridencias extrañas,
silencios atravesados por mundos y por ángeles:
-O, la Omega, ¡rayo violeta de sus ojos!

 

La poesía se está muriendo. ¡Cómo puede ser si ella es, inmaterial, inmortal! No, nadie es inmortal. El poema y la poesía se están muriendo. ¡Jamás, eso no es posible! He visto flores en el Universo; enloquecido he sido un sueño en él. El universo que es la Flor. Vamos a suponer que la flor más bella del mundo se llama hipérbole. He dicho la flor más pequeña del mundo. He dicho la hipérbole que es una flor. He dicho mujer que es hermosa, ruca y flor. He dicho que no existe la exageración, el hipérbaton, la hipérbola. Matemática y lenguaje siempre ausente y común: a un pueblo a un fin. Aun en el fin hay esperanza. Siempre hay esperanza para el que vive y siente la poesía. Aquella, la que nos acosa; poesía, cuarteto o vida en la flor Tierra, la flor agua, la flor aire, la flor fuego enmudecido del beso, gélido abismo, para soñar el Mundo poequilatermo, en la mirada que tomo y, finalmente, castrado, enloquezco. ¿Cuando la máquina esclavice al hombre el hombre se liberará? Si enim fallor, sum. San Agustín (Si me engaño, existo.) Y, también, hay un hombre en esta mañana, en este día extraño, anárquico, nuevo, libre; bello de bellezas que no se conocen. Que no se entienden. Un hombre que come cuando tiene hambre, que bebe cuando tiene sed, que copula cuando quiere copular, que mata cuando quiere matar, que duerme cuando quiere dormir, que baila cuando quiere bailar, que canta cuando quiere cantar, que ve una película cuando quiere ver una película. Un hombre que es ajeno a toda regla, pensamiento o función, la antitesis de todo conocer, gnóstico placer, el hombre que no se define el hombre. Que no es hombre ni mito, el hombre ausente de Dios. El Dios que respeta Nada, el que permanecerá: Poempro. Infieles. Poempros de Christian Zegarra en la Última visión del invierno:

 

esta ciudad puede ser un instrumento de tortura

si no descubres el cañón de dinamita

que arde entre sus paredones

he aprendido a saquear los rieles de mi cuerpo

hasta que en él expiren balas de silicio

como ojos de reptil en la pradera del asfalto

más allá de la alcantarilla se ordena el caos

los hombres se unifican en una visión transparente:

un niño agita la vara del conocimiento

muerde un agujero en la médula de esta ciudad

en esta fingida matrona que despluma extática

el ave-esperanza de sus hijos

después de esto sabes

que la madurez del cuerpo no se halla en los vidrios

que absorbes con tu lengua

en catarata

ni en el luto de tu voz meciéndose en los bajos fondos

de una esquina ciega

sabes también lo que tu hermano se niega a predicar:

el viento salitroso del desierto

las cabezas hablando detrás de la mordaza

la cabellera que hipnotiza un curvado vientre de mamífero

ya lejos en otra parte

más allá del revés de toda urbana anatomía

y de la zarza que se encrespa entre tus enemigos

como un latigazo

 

Utopía, toda la vida mirando el juego de un niño liberto. Ideas trazadas por otros; las palabras confluyen como toda el agua: lo acumulado en el mar. Y no importa la forma en que llegue, bajo tierra, en el aire las gotas de lluvia encontrada, el sueño finito del río, deshielos constantes: siempre esculpidos de Thanatos sueños. Calatos. Los ayeres en la nieve perpetua, las nubes eternas que jamás subieron la cuesta del Cielo extraviado en la Tierra. Lágrimas recogidas en toneles de sangre purgada para vivir, más alejado, de las ideas prohibidas, de los aceites cuando sean ya parte del agua juntada, cuando aún existan definiciones, conocidas, de vida. Cuentos, ahítos, crueles seremos todos en el Mar, la llegada en la Tierra: ¿De dónde venimos? ¿Cuándo llegamos? ¿A dónde llegamos? ¿Qué somos? ¿Porqué estamos aquí? ¿Es que somos o acaso nos pensamos? Qué existe en mi pensar la existencia, qué es lo que te seduce y empuja a leer este absurdo y qué me obliga a mí a escribir este enigma. Tal vez tu cuento y el mío se han cruzado en el vuelo, por una palabra, encontrado en el sueño de siempre: La vida sólo asusta, el que teme la muerte, el que cree existir indisoluble. Toda idea cavilada en el absurdo, al dejar el amor. Mis cuentos son eso que llaman los doctos, mi pensamiento, un juego de palabras arbitrarias sin sentido ni gesto: en el tiempo, inútil, lineal. Ya que mi vida es un enigma inerte en la cuesta del viento soñado, mis historias confluyen en ciclos: futuros, presentes y pasados. Y se pierde la cuenta a tal punto que ni yo, el que ha escrito los cuentos, poempros, puedo saber qué he hecho. Qué aconteció primero: la vida, el amor, el dolor al sentirme alejado, al describir el amor. La cuenta en mi vida alejado del espacio y del tiempo confirma, simplemente, el absurdo en mi vida: en unas ideas encontradas, en mis caminos perdido entre la duda y el cuento. Los motivos, mi vida, todo lo asociado al amor, a la mujer y el Ser, la creación, la fusión de ambos en el niño: mi único amor. La idea vuelta imagen inmortal. Lo, secreto, ontológico de ser mucho más que una idea, en la razón, justificada en el absurdo. La paraexistencia. Solo entre la idea maquinada en mis viajes infinitos; me envuelvo y expongo mis cuentos al hombre hasta ahora encontrado en un concepto: el que piensa, el que lo cuestiona todo. La escabrosa armonía, el que no siente la vida, el que no entiende el amor. Multitud o epidemia Bizancio en un poema de Carlos Oliva Valenzuela, Lima I:

 

El arte de caminar por las calles
consiste en ver tus defectos
como versos aún no descubiertos en la noche
           Yo voy más lejos que aquel poema extraviado
voy dibujando imágenes sin límites de velocidad
palabras como una rosa que enloquece al vacío
con esta percepción de ángel alucinado y febril
Lima
            ¿De qué valen tus letreros luminosos?
Si sólo consiguen efectos psicóticos

tus semáforos

si sólo sirven para perturbarme
Pero también tienes tu encanto

tus ascensores

sin embargo no subimos ni bajamos
pasamos solamente

tus teléfonos malogrados

¿Dónde ciudad tragamonedas
         iremos nosotros los desheredados de tu belleza?
Tal vez a vomitar en el baño

de alguna vieja cantina

Y luego viajaremos en microbús
percibiendo los hedores de tu herida
Pero aún no nos espantamos
Y sigo por estas calles donde aprendí
abrir mi corazón a la melancolía
Abrir mi corazón como se abre la bragueta
          y derramar mi amor como orines sobre las esquinas.

 

Amazonia o mujer, vasectomía, con chaqueta verde; una sombra es la que padece escondida sobre las capas de colores, esa que es la madre, Chancay, en medio del ancho cielo verde, donde bailan las mujeres con los sombreros rojos. Divisando hacia la tierra el fruto alguna vez caído de sus vientres. En esas largas caminatas sobre los bolsos negros, Juntacadáveres, incertidumbre del poeta, La persistencia de la memoria, fantasma, de este cuadro en la razón. La razón que en carencia te penetra, voraz, hasta la culpa. La misma que repetidas veces gritará algún nombre ajeno, melifluo a las gotas de tus ojos llenos de aguas mansas. Atropelladas. De rayos hartos que son tantos en el acto, o propiedad, de sentir placer. Aniquilar. Cortados en el mar donde se bañan desnudos los sables insurrectos, de impaciente Tercera Guerra Mundial. Cuando la obra está desecha. Cuando es ofrenda de su Madre. Cuando su nacer no ha sido impedido. El barco de la muerte, aquel hermoso barco de papel, que atraviesa sal, agua, azúcar y pétalo de rosa cortada en el corazón de la mujer que cargando está la barcaza bajo los cielos, pedacitos, del reino tétrico, sarasa, mágico y gélido. Tan cercanas al Cielo están las muertes que parecen ya tocarse, las insulsas, pueriles, brasas azules del Moridero, en la nariz. Y los troncos fragmentarios: Todo lo que brotará cuando la soledad sea instancia última. En el eco de nuestra dulce muerte, el omnipresente Vacío. Trazando la nueva ruta están las fértiles madres, inocentes de culpa y de castigo. A la hora de comer el pan horneado por los brazos secos, de un ángel quebrado en el viento aliso, de los nuevos hijos pobres, de la espesa y antigua forma de enrumbar los barcos beodos sobre la oscura tierra, acabada, en la hora de mirar: El último color de nuestro propio ocaso. Coqueteando o saliendo, naves y secretos, del Planeta. Bajo el puente Ohashi y bajo la lluvia de mis ojos que están por llorar. Y es que es tan complicada la vida que en ellos guardo para arrojar sostenidamente todo lo que, a veces, quiero poseer y no puedo por carecer de los mismos, hermosos, ojos negros que me vieron nacer. África, desde el cielo cuando quería caminar. Con mis dos patas liberadas del capullo rosa, depositado ahora en mi propio corazón. Instante de querer regalarme algo y saber irremediablemente que: Para conseguir mis sueños blandos primero debo atravesar mi incontrolable sueño rojo, asesinato, gratuidad y sangre, bacanales en mis maderos podridos por la mezquina libertad. Merienda campestre de mis hijos, los ojos ciegos, del que sólo ve la quietud en los poetas, postres secos, a los tiempos rotos de magia y revolución. Del cáustico callejón, Gérald de Nerval, estrangulación y albedrío fáustico mimetizado en los Versos dorados:

 

Crees que sólo al hombre el pensamiento habita,

En un mundo en que estalla la vida en cada cosa,

De tu fuerza infinita tu libertad rebosa,

Mas tus necios concejos el universo evita.

 

En la bestia respeta un alma que palpita,

Dio la Naturaleza espíritu a la rosa,

Y un misterio de amor en el metal reposa:

"¡Todo es sensible!" El mundo dentro de ti se agita.

 

Teme al ojo que acecha en el muro ocultado,

A la materia misma está un verbo ligado...

No la hagas servir para algún uso impuro.

 

Dentro de cada ser habita un Dios latente;

Puro, bajo su párpado como un ojo naciente,

Va creciendo en la piedra un espíritu oscuro.

 

Fábrica de humanos: Lo que es para sí la tesis de la futura construcción, cuando la planta no lo es si no que ya, apartada, se arranca los ropajes para ponerse los más mínimos trazos de la vida. Teoría que se anula. En el zócalo roto de la mansa y exorbitante conversación, epístolas para existir, en lo más sublime de la naturaleza, su propia y libertada luminosidad. Estoico, aquel que agarra la muerte en sus gestos que invierten el acto de parir. En la memoria, salvaje, que va más allá del camino único, el contexto de una mano rota donde el hombre ha sido el Dios supremo y su báculo, agujas que esconderán su fuerza creadora. Sometida a un poco de sangre vertida entre sus sienes, hasta hacer correr las muertes como fácticas y horrendas pescadoras napolitanas sorprendidas bañándose a la luz de la luna. Entierro de sólo algunos, muy pocos, que han sido los que esperan deseosos al morir, acto desolador y lúbrico a la vez, enclave denodado a la hora de la vida y corrido a la hora del perder la hermética, vida, voluntad. En el propio sello, con Marco Junio Bruto y Mateo Pumacahua, en semejanza, la acción más purulenta, de libertad, es disfrazada. De sublime y celestial la encantadora y agresiva cualidad, al mostrarse en la sola lanza una extracción de vida, en la carne viva se verá solamente la eternidad deshabitada, tierna. En la brisa, suavidad, del que se sujeta en una hoja larga y ancha como son los dones regalados por esos genios burdos. Los coleccionistas. El inocente que esgrimirá un pecador en todos sus adeptos encontrados. Las decisiones que se agarran con los vaginales ojos, que se amamantan con las manos y que se convierten en residuos de explosiones iniciadas por un rocío olvidado y vano: Tortuosa avalancha que provee la batalla a la hora de, Judas, paradoja, Iscariote, besar. Del cayado que fue pierna de la oveja, que será la borrasca de todo. Cielo claro en los giros truncos de las lanzas en esta noche se han roto, en la tranquilidad, revolución de los tambores. Sonidos que serán el eco de los que corren hasta afuera de los sueños, de pieles santos y oscuros, bellos, donde la bandera sustentará la señal de los cajones: El que construye y esparce la sombra bella. A la única mujer que esperará flanquear en las batallas: Tan, únicamente, espera extinción. El canto de zorro y la fulgurante entonación: Las corales voces muertas. Terapia y belleza, flor convertida, en naftalina de Blanca Varela en pos de un Dios, en el Último poema de Junio:

 

Pienso en esa flor que se enciende en mi cuerpo. La
hermosa, la violenta flor del ridículo. Pétalo de carne
                             y hueso. ¿Pétalos? ¿Flores?
                             Preciosismobienvestido,
                             muertodehambre, vaderretro.

Se trata simplemente de heridas congénitas y
                             felizmente mortales.

Luz alta. Bermellón súbito bajo el que despiertas
de pie, caminando a ninguna parte. Pies, absurdas
criaturas sin ojos. No se parecen sino a otros pies.
Y además estas manos y estos dientes, para mostrar-

los estúpidamente sin haber aprendido nada de ellos.

Y encima de todo y todas las cosas, sobre tu propia
cabeza, la aterciopelada corona del escarnio: un som-
brero de fiesta, inglés y alto, listo para saludar lo
invisible.

Rojos, divinos, celestes rojos de mi sangre y de mi
corazón. Siena, cadmio, magenta, púrpuras, carmi-
nes, cinabrios. Peligrosos, envenenados círculos de

fuego irreconciliable.

¿Adónde te conducen? ¿A la vida o a la muerte?
¿Al único sueño?
La flor de sangre sobre el sombrero de fiesta (inglés
y alto) es una falsa noticia.

Revelación. Soy tu hija, tu agónica niña, flamante
y negra como una aguja que atraviesa un collar de
ojos recién abiertos. Todos míos, todos ciegos, todos
creados en un abrir y cerrar de ojos.

El dolor es una maravillosa cerradura.

Arte negra: mirar sin ser visto a quien nos mira
mirar.

Arte blanca: cerrar los ojos y vernos.

Ver: cerrar los ojos.

Abrir los ojos: dormir.

Facilidades de la noche y de la palabra. Obscenidades
de la luz y del tiempo.

Y así, la flor que fue grande y violenta se deshoja y
el otoño es una torpe caricia que mutila el rostro
más amado.

Fuera, fuera ojos, nariz y boca. Y en polvo te con-
viertes y, a veces, en imprudente y oscuro recuerdo.

Dulce animal, tiernísima bestia que te repliegas en
el olvido para asaltarme siempre. Eres la esfinge
que finge, que sueña en voz alta, que me despierta.

 

En la ronda feliz de nuestros hijos, los tranquilos amantes del árbol de los cuervos alrededor del ente que ahora es, la espantosa, La Jerusalén libertada, árbol. América falsificada, EE. UU., libertada, Centro-Sur. La que se corre para sí mismo en un refugio y en su corrida ya no hay más que ese despotricado resto de lo que fue lo portentoso. Pirámides truncas. Y así el ave blanca cumple su ciclo en el cielo escaso; ese mismo Cielo donde, otra vez, será testigo de la dulce muerte, del epitafio en prosa del que fue alguna vez la canción florida. De sus propias hojas, otoño, guiando al pueblo. De las quimeras de un hombre que siempre han sido sus posibles artes. Y de las artes de los hombres que, siempre, serán el sueño de alguno insano. La monstruosidad que es memoria vieja. Y la belleza que es ya máxima eterna del Vacío.

 

 

Febrero de 2006

Salomón Valderrama Cruz

Chorrillos - Lima - Perú

facciondeimperdidoalarte@yahoo.com

 

 


 

Copyright ©2006 Salomón Valderrama Cruz

Revista Literaria katharsis, 2006

Depósito Legal: MA-1071/06


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