EL POETA
Para el libro La casa de la primavera,
de Gregorio Martínez Sierra.
Maldiciendo
su destino
como Glauco, el dios marino,
mira, turbia la pupila
de llanto, el mar, que le debe su blanca virgen Scyla.
Él
sabe que un Dios más fuerte
con la sustancia inmortal está jugando a la muerte,
cual niño bárbaro. Él piensa
que ha de caer como rama que sobre las aguas flota,
antes de perderse, gota
de mar, en la mar inmensa.
En sueños
oyó el acento de una palabra divina;
en sueños se le ha mostrado la cruda ley diamantina,
sin odio ni amor, y el frío
soplo del olvido sabe sobre un arenal de hastío.
Bajo
las palmeras del oasis el agua buena
miró brotar de la arena;
y se abrevó entre las dulces gacelas, y entre los
fieros
animales carniceros...
Y supo
cuánto es la vida hecha de sed y dolor.
Y fue compasivo para el ciervo y el cazador,
para el ladrón y el robado,
para el pájaro azorado,
para el sanguinario azor.
Con
el sabio amargo dijo: Vanidad de vanidades,
todo es negra vanidad;
y oyó otra voz que clamaba, alma de sus soledades:
sólo eres tú, luz que fulges en el corazón,
verdad.
Y viendo
cómo lucían
miles de blancas estrellas,
pensaba que todas ellas
en su corazón ardían.
¡Noche
de amor!
Y otra
noche
sintió la mala tristeza
que enturbia la pura llama,
y el corazón que bosteza,
y el histrión que declama
Y dijo:
Las galerías
del alma que espera están
desiertas, mudas, vacías:
las blancas sombras se van.
Y el
demonio de los sueños abrió el jardín
encantado de
ayer. ¡Cuán bello era!
¡Qué hermosamente el pasado
fingía la primavera,
cuando del árbol de otoño estaba el fruto
colgado,
mísero fruto podrido,
que en el hueco acibarado
guarda el gusano escondido!
¡Alma,
que en vano quisiste ser más joven cada día,
arranca tu flor, la humilde flor de la melancolía!