CLVIII
CANCIONES DE TIERRAS
ALTAS
I
Por la sierra blanca...
La nieve menuda
y. el viento de cara.
Por entre los pinos...
con la blanca nieve
se borra el camino.
Recio viento sopla,
de Urbión a Moncayo.
¡Páramos de Soria!
II
Ya habrá
cigüeñas al sol,
mirando la tarde roja,
entre Moncayo y Urbión.
III
Se abrió
la puerta que tiene
gonces en mi corazón,
y otra vez la galería
de mi historia apareció.
Otra vez la plazoleta
de las acacias en flor,
y otra vez la fuente clara
cuenta un romance de amor.
IV
Es la parda encina
y el yermo de piedra.
Cuando el sol tramonta,
el río despierta.
¡Oh montes
lejanos
de malva y violeta!
En el aire en sombra
sólo el río suena.
¡Luna amoratada
de una tarde vieja,
en un campo frío,
más luna que tierra!
V
Soria de montes
azules
y de yermos de violeta,
¡cuántas veces te he soñado -
en esta florida vega
por donde se va,
entre naranjos de oro;
Guadalquivir, a la mar!
VI
¡Cuántas
veces me borraste,
tierra de ceniza,
estos limonares, verdes
con sombras de tus encinas!
¡Oh campos
de Dios,
entre Urbión el de Castilla
y. Moncayo el de Aragón!
VII
En Córdoba,
la serrana,
en Sevilla, marinera
y labradora, que tiene
hinchada, hacia el mar, la vela;
yen el ancho llano
por donde la arena sorbe
la baba del mar amargo,
hacia la fuente del Duero
mi corazón -¡Soria pura!-
se tornaba... ¡Oh, fronteriza
entre la tierra y la luna!
¡Alta paramera
donde corre el Duero niño,
tierra donde está su tierra!
VIII
El río despierta.
En el aire oscuro,
sólo el río suena.
¡Oh canción
amarga
del agua en la piedra!
... Hacia el alto Espino,
bajo las estrellas.
Sólo suena
el río
al fondo del valle;
bajo el alto Espino.
IX
En medio del campo,
tiene la ventana abierta
la ermita sin ermitaño.
Un tejadillo verdoso.
Cuatro muros blancos.
Lejos relumbra la
piedra
del áspero Guadarrama.
Agua que brilla y no suena.
En el aire claro,
¡los alamillos del soto,
sin hojas, liras de marzo!
IRIS DE LA NOCHE
(A D. Ramón
del Valle-Inclán)
Hacia Madrid, una noche,
va el tren por el Guadarrama.
En el cielo, el arco iris
que hacen la luna y el agua.
Oh luna de abril, serena,
que empuja las nubes blancas!
La madre lleva a
su niño,
dormido, sobre la falda.
Duerme el niño y, todavía,
ve el campo verde que pasa,
y arbolillos soleados,
y mariposas doradas.
La madre, ceño
sombrío
entre un ayer y un mañana,
ve unas ascuas mortecinas
y una hornilla con arañas.
Hay un trágico
viajero,
que debe ver cosas raras,
y habla sólo y, cuando mira,
nos borra con la mirada.
Yo pienso en campos
de nieve
y en pinos de otras montañas.
Y tú, Señor,
por quien todos
vemos y que ves las almas,
dinos si todos, un día;
hemos de verte la cara.
|