CXVII
AL MAESTRO "AZORÍN"
POR SU LIBRO CASTILLA
La venta de Cidones
está en la carretera
que va de Soria a Burgos. Leonarda, la ventera,
que llaman la Ruipérez, es una viejecita
que aviva el fuego donde borbolla la marmita.
Ruipérez,
el ventero, un viejo diminuto
bajo las cejas grises, dos ojos de hombre astuto,
contempla silencioso la lumbre del hogar.
Se oye la marmita
al fuego borbollar.
Sentado ante una
mesa de pino, un caballero
escribe. Cuando moja la pluma en el tintero,
dos ojos tristes lucen en un semblante enjuto.
El caballero es
joven, vestido va de luto.
El viento frío
azota los chopos del camino.
Se ve pasar de polvo un blanco remolino.
La tarde se va haciendo
sombría. El enlutado,
la mano en la mejilla, medita ensimismado.
Cuando el correo
llegue, que el caballero aguarda,
la tarde habrá caído sobre la tierra parda
de Soria. Todavía los grises serrijones,
con ruina de encinares y mellas de aluviones,
las lomas azuladas, las agrias barranqueras,
picotas y colinas, ribazos y laderas
del páramo sombrío por donde cruza el Duero,
darán al sol de ocaso su resplandor de acero.
La venta se oscurece.
El rojo lar humea.
La mecha de un mohoso candil arde y chispea.
El enlutado tiene
clavado en el fuego
los ojos largo rato; se los enjuga luego
con un pañuelo blanco. ¿Por qué le hará
llorar
el son de la marmita, el ascua del hogar?
Cerró la
noche. Lejos se escucha el traqueteo
y el galopar de un coche que avanza. Es el correo.
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