Poesías de Juventud

 

 

 

Mañanas y tardes

(Sueños)


¡Gloria al Señor que puso
mi pobre cuna
donde hay estas estrellas,
y hay esta luna,
y hay estas flores,
y hay estas dulces auras,
y hay estas noches!
(Antonio de Trueba)

 

I

La tarde está serena, la calma es tanta,
que ni llora el arroyo, ni el ave canta;
la ráfaga de viento, que a veces pasa,
llanuras y sembrados, todo lo abrasa.

El astro bochornoso que reverbera
convierte las llanuras en una hoguera;
crujen unas con otras las cañas huecas;
las doradas espigas estallan secas,
y en el fondo pardusco de la barranca,
el agua del arroyo su curso estanca.

***

Tan pesada es la calma, tal el bochorno,
que la abrasada tierra parece un horno.

Las alondras reposan en sus solaces,
las codornices duermen bajo sus haces,
los lagartos, que salen de su agujero,
cruzan algunas veces por el sendero;

la perdiz a sus hijos, cauta, reclama
bajo la tibia sombra de la retama,
y uniendo sus cabezas abochornadas
dormitan las ovejas en las cañadas.

***

Llega el sol a la cumbre de su apogeo;
duermen algunos bueyes en el rodeo,
y otros van a la oscura charca verdosa
para ahuyentar la mosca que los acosa.

Trabajan en las eras lentas las reses,
en derredor girando sobre las mieses;
bajo el trillo, que arrastran con lento empuje,
la seca paja estalla, se rompe y cruje;
el ruido de la marcha casi ensordece,
el choque de las mieses casi adormece.

Al son con que el cambizo lento rechina
responde el de la parva que está vecina;
desparrama el labriego los secos haces,
y en el trillo se duermen ya los rapaces.

***

El perro perezoso se entrega al sueño
a la sombra del viejo carro del dueño,
y sacude la mosca que le molesta
turbando impertinente su dulce siesta.

Forma el trigo tendido redondas fajas
y cantan las chicharras entre las pajas.
Los pájaros se ahogan en el espacio
y hacen de las encinas fresco palacio;
ni canta la culebra, ni rana alguna
asoma la cabeza por la laguna;
en su casa escondidos callan los grillos,
y quedan en los prados secos tronquillos
del pasto saludable, fresco y lozano
que con rudos calores quemó el verano.

***

De la Peña del Niño por las laderas
quedan piedras, tomillos y carrasqueras.
Por evitar de Febo la ardiente lumbre,
las perdices se suben hacia la cumbre,
y armado de escopeta recorre el cerro
el cazador constante detrás del perro.

De las húmedas piedras por las rendijas
se ven salir a veces las lagartijas;
el sol despide fuego, fuego la tierra
fuego los pedregales de aquella sierra.

Sólo se ven en torno zarzas y espinos;
no transita un viviente por los caminos.

El viento con sus ráfagas lleva ligero
una nube de polvo por el sendero.

Siegan, unos tras otros los segadores
del sol bajo los rayos abrasadores;
entre espigas y cardos van encorvados,
bajo tantos calores casi agobiados,
y el dueño los vigila bajo una encina
que al árido sembrado crece vecina.

***

El caballo corriendo por el atajo,
va a humedecer su boca con el regajo;
el carro con las mieses lento camina
y al lento balanceo cruje y rechina,
y el buey, uncido al yugo, la cola enrosca
ahuyentando indefenso la inquieta mosca.

***

¡Largas tardes de agosto!... ¡Tardes de calma!...
¡en vuestras largas horas se duerme el alma!...

***

Si quisierais tristezas y soledades,
buscadlas en los tristes campos de Frades.

No busquéis en él nunca tiernos planteles
ni busquéis en sus campos lindos vergeles;
no busquéis en sus lomas los olivares;
buscad en sus laderas los tomillares.

No busquéis en sus pobres alrededores
jardines esmaltados de lindas flores;
ni hallaréis en sus cerros los naranjales,
ni veréis en su sierra lindos rosales.

No hallaréis en sus campos un paraíso,
que la Naturaleza darle no quiso.
Son sus áridos valles pobres plantíos;
son sus pobres cañadas vegas sin ríos.

Si visitáis sus montes y sus marjales,
veréis viejas encinas y matorrales,
y en vez de frescas bandas de azules violas
veréis entre los trigos las amapolas.

***

¡Buscad secos barbechos siempre agostados!...
¡Buscad la rubia espiga de los sembrados!...
¡Buscad cuando el gran astro lumbre fulgura,
una encina, una piedra y una llanura!...

***

En sus tristes y humildes alrededores
jamás cantar se oyeron los ruiseñores.
De sus montes de encinas por los confines,
saltan lindos chivones y colorines.

Gorjeadores alondras y golondrinas,
de sus pobres casitas son las vecinas,
y habitan sus laderas, montes y lomas,
las dulces tortolillas y las palomas.

***

No busquéis en sus sierras fieros torrentes;
buscad sus solitarias y ocultas fuentes;
no busquéis en el monte la catarata
que al bajar al abismo se desbarata;
buscad, en vez del río que se despeña,
el manantial, que fluye de negra peña;
y en vez de la cascada de las alturas,
buscad los arroyuelos de las llanuras.

***

¡Buscad secos barbechos, siempre agostados!...
¡Buscad la rubia espiga de los sembrados!...
¡Buscad, cuando el gran astro lumbre fulgura
una encina, una piedra y una llanura!...


II

Hay en medio de Frades rústico huerto,
que parece el oasis de aquel desierto.

Entoldan sus paseos los emparrados,
con sus brazos frondosos entrelazados;
despliegan las acacias sus anchas copas,
donde los gorriones cantan en tropas.

Son las tapias del huerto de vieja piedra,
que cubre cuidadosa la verde yedra;
las auras vespertinas y matinales
juegan con los cerezos y los perales;
tapizan sus paseos yerbas silvestres,
y en los rincones crecen flores campestres.

Los alegres manzanos cuando florecen
dan sombra a las verduras que abajo crecen.

Si un aroma se aspira dulce y ligero,
es el aroma dulce de algún romero.

Junto a la vieja tapia crece y vegeta
el junco del pantano con la violeta,
y unen abrazos tiernos y fraternales
las verdes zarzamoras con los rosales.

El viento se embalsama con los olores
de aquellas coloradas y lindas flores,
y junto a la violeta crece amarilla
exhalando su aroma la manzanilla.

Hay entre las verduras una fontana,
do el agua para ellas tan clara mana,
que a la vez se reflejan en sus cristales
dos manzanos, tres guindos y tres rosales.

Y al pie de esta fontana, tan pura y bella
vive el amargo ajenjo con la grosella,
y de igual modo vive, crece y se hermana
la colorida fresa con la romana.

***

En esas mañanitas del mes de mayo,
antes que el sol nos mande su ardiente rayo,
de aromas y armonías hay un concierto
dentro de aquel silvestre y alegre huerto.

Cuando la luz asoma por las colinas,
ya cantan en los guindos las golondrinas,
y antes que el sol derrame luz sobre el suelo,
ya las pardas alondras suben al cielo.

Hay cerca de aquel huerto viejos cercados
y viejas encinitas y viejos prados,
y entre estas encinitas, casi cubierta,
canta la tortolilla cuando despierta.

En los rojos tejados de aquella aldea
el tordo se despluma, silba y gorjea,
y chillando a su lado sobre el alero
el gorrión inquieto salta ligero.

Se revuelcan y charlan en los corrales
las alegres gallinas con los pardales;
despierta la paloma madrugadora
cuando el astro naciente las lomas dora,
y dejando en parejas los palomares,
por el cielo del huerto cruzan a pares.

Los cargados manzanos abren sus flores;
la humilde manzanilla despide olores,
y olores dan la rosa y la romana,
que vegeta en la orilla de la fontana.

En las ramas nudosas de los manzanos
depositan sus larvas pardos gusanos;
las constantes arañas tejen sus redes
en las húmedas grietas de las paredes,
y trepan las hormigas por su sendero
que suele ser el tronco de un limonero.

Previsora, constante, madrugadora,
inteligente, sabia, trabajadora,
en busca de sus flores sola se aleja
y su oscura colmena deja la abeja.

***

Insectos, flores y aves en dulce salva
saludan con sus ruidos la luz del alba,
que asoma sonrosada, bella y riente,
recostada en las lomas del Claro Oriente.


III

Mes de agosto ardoroso, serena tarde;
arde el sol en el cielo; la tierra arde.

Todo, todo, en la aldea reposa inerme...
el hombre, el ave, el bruto, todo se duerme...
y cuando el mundo vivo parece muerto
yo, que soy el que velo, me voy al huerto.

Allí, bajo la sombra de un emparrado,
de marillentas hojas entrelazado,
hago lecho mullido del verde suelo
y mis cansados ojos fijo en el cielo.

Mis párpados se entornan pausadamente;
confuso mar de ideas turba mi mente...
mi pensamiento flota, vago..., perdido...,
y, cerrando mis ojos, ¡quedo dormido!...

En las tardes de agosto, tardes de calma,
en cuyas largas horas se duerme el alma,
después que me embriaga dulce beleño
y me quedo dormido..., ¿sabes qué sueño?

Sueño que voy cruzando por un desierto,
un mar sin fin de arenas, un mar sin puerto.

Lágrimas de agonía vierten mis ojos
porque mis pies heridos pisan abrojos.

En medio del desierto sueño que existe
un albergue que sirve de alivio al triste;
un oasis bendito, do el peregrino
alivia las fatigas de su camino.

Es el rey del oasis un niño alado,
que aquel edén hermoso vigila armado.

En una aguda flecha guarda amoroso
un licor sonrosado, dulce y sabroso.

Cuando a algún peregrino la sed abrasa
y cerca del oasis llorando pasa,
a recibirle sale solo y armado,
con una de su flechas el niño alado.

Y el arma punzadora lanza certero
al corazón marchito de aquel viajero
que, entrando del oasis bajo el ramaje
refresca los ardores de su viaje.

Y mientras a la sombra duerme y descansa
a sus pies una fuente resuena mansa.

El niño de las alas su sueño vela;
su espíritu cansado soñando vuela,
y el licor de la flecha del niño alado
su corazón ardiente tiene embriagado.

Y, mientras a la sombra yace dormido,
viene con sus acordes a herir su oído
un coro de angelitos que, en derredor
del lecho del viajero, dicen: "¡Amor!..."

Y yo sigo soñando..., sigo soñando
con otros peregrinos que van llegando
al oasis bendito de aquel paraje,
mitad de su penoso, largo viaje.

En medio del desierto, solo, afligido,
fatigado, lloroso, triste, perdido,
el último de todos voy caminando,
¡siempre pisando abrojos!..., ¡siempre llorando!...

Lanzado en el desierto por mi destino
no llego al fin querido de mi camino,
y el corazón se ahoga casi abrasado
sin el licor sabroso del niño alado.

***

En medio del oasis y en él gozando
a ti, Casto querido, te vi cantando.

De un árbol oloroso bajo la sombra
y apoyado a tu lado sobre la alfombra,
vi un ser, que dulcemente te sonreía
y oí distintamente que te decía:

"Tú cruzaste un desierto para buscarme
y entraste en este oasis para adorarme.
Si el resto del desierto juntos cruzamos
y al fin de la jornada juntos llegamos,
viviremos felices, sin duras penas,
¡aun yendo del desierto por las arenas!"

Y tú, que lo escuchabas, de allí saliste
y aceptando el apoyo que le ofreciste,
os vi llenos de gozo, cruzando luego
aquel desierto inmenso lleno de fuego...


***


Rendido de cansancio, lleno de pena,
y con mis pies hollando la ardiente arena,
os perdieron mis ojos..., ¡que se cerraban
sin llegar al oasis que divisaban!

Y tendido entre espinas, sin esperanza
de hallar jamás el puerto de mi bonanza,
exclamaba llorando: "¡Dios mío!... ¡No puedo!...
Estoy aquí tan solo, que... ¡¡tengo miedo!!..."

***

Quemaba con sus rayos el sol de estío
y el corazón sentía yerto de frío.

Cubrió mis turbios ojos un negro velo,
alcéme amedrentado del duro suelo,
y al extender mi vista por el desierto...
¡desperté en mi silvestre y alegre huerto!


IV

En las dulces mañanas del mes de mayo,
cuando el sol nos envía su primer rayo,
voy al huerto a sentarme, porque en el huerto
hay de aromas y ruidos dulce concierto.

***

Recostado en la alfombra del verde suelo
y siempre con mi vista fija en el cielo,
percibo en torno mío ricos aromas
que me manda el tomillo desde sus lomas.

Mis párpados se entornan... ¡Estoy despierto
y sueño nuevamente con el desierto!

Sueño que voy andando..., que voy andando
y que al hermoso oasis estoy llegando,
y lo veo tan cerca, que me convida
a vivir una dulce y alegre vida...

Y tanto me aproximo que te diviso
vagando entre el follaje del paraíso.

Al ser que te acompaña le ofreces flores,
flores que en vez de aromas vierten amores.

Al tender tu mirada por el desierto,
me viste caminando con paso incierto,
y no lloraste viendo mi gran quebranto,
porque en aquel oasis no existe el llanto.

Antes de la dorada y hermosa puerta
de la mansión aquella, que estaba abierta,
había un gran abismo, profundo, hondo...,
sin medida, sin término, sin luz, sin fondo.

Al ponerme a la orilla tímidamente,
un vértigo espantoso turbó mi mente;
y casi loco, débil y suspendido
sobre aquel precipicio, perdí el sentido....

Al recobrarlos luego, te vi a mi lado
dentro ya del oasis del niño alado,
y supe que, alargando tu diestra mano,
me salvaste la vida como a un hermano.

Al verme ya en aquella mansión querida,
sentí mi pobre alma de amor herida,
y el licor misterioso del niño alado
mi corazón tenía casi embriagado.

Y vi, en el paraíso de las delicias,
un ser que me halagaba con su caricias,
y al pronunciar mi nombre sus labios rojos,
desperté de mi sueño... y abrí los ojos.


V


En las tardes de agosto, tardes de calma,
en cuyas largas horas se duerme el alma,
mis penas y mis ansias doy al olvido
y a la sombra de un árbol sueño dormido.

Sueño con el desierto y el paraíso,
que en las tardes de agosto nunca diviso,
y, aunque esparce sus rayos el sol de estío,
el corazón me queda yerto de frío.


VI

Pero, ¡ay!, en las mañanas del mes de mayo,
cuando el sol nos envía su claro rayo,
solo y meditabundo me voy al huerto
y a la sombra de un árbol sueño despierto.

Sueño con el desierto y el paraíso,
que en estas mañanitas cerca diviso,
y aunque a mi lado fría la brisa pasa,
mi corazón sensible..., ¡ay!..., ¡se me abrasa!


 

 

 


 

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