Poesías de Juventud

 

 

 

VIEJOS SOLES

El sol que nos alumbra ya es muy viejo.
Las primeras auroras
que pintó su purísimo reflejo
fueron del tiempo las primeras horas,
del universo el inicial bosquejo.

En el centro del mundo planetario,
uno en sus leyes y en grandeza vario,
la Eterna Voluntad que lo creara
encendió la del sol rica lumbrera
y le dijo a su fuego que radiara,
y le dijo a su luz que presidiera.

¡Soberano nació! Su vasto imperio
las fronteras hundía
más allá de la ignota lejanía
que toca las riberas del misterio.

El ámbito vacío,
que abismo fuera de negrura y frío,
brillaba, rutilante,
sus senos al sentir de vida llenos,
desde que aquella atravesó sus senos
luz meridiana que vibró radiante.

Mundo sin luz en derredor girando
del mundo de la luz lo circuían,
y en su luz se bañaban, volteando,
y el calor del vivir en él bebían.

Y en esta tierra que ayer llamé gigante,
y hoy un ruin átomo errante,
ayer edén riente,
y hoy pobre cárcel de la humana gente,
también por las de Dios leyes secretas
reducida a perpetua servidumbre,
rodó con el cortejo de planetas
en derredor de la encendida lumbre.

Rey era el sol de inmenso poderío,
y los mundos que pueblan el vacío
le siguieron, humildes servidores...
¿Y quién iba a robarle el señorío
que le diera el Señor de los señores?

¡Humanas criaturas!
Si en el silencio de las noches puras
visteis el cielo atravesar ligeras,
rasgando sus negruras,
y vuestros ojos con su luz cegando,
estrellas de encendidas cabelleras
que torrentes de luz van arrastrando...

Globos incandescentes,
que llevan en sus nimbos y en sus senos
fulgores de relámpagos ardientes
y estrépitos de truenos...

Puntos de luz ignotos
que el cielo rayan con violácea estela
cuando hienden los ámbitos remotos
por donde solo el pensamiento vuela...

Bengalas siderales
que parodian del sol los resplandores,
bellísimas auroras boreales
que los cielos inundan de colores...

¡No os deslumbréis, humanas criaturas!
¡No las estelas persigáis impuras
de fantasmas que pasan velozmente
sin órbitas seguras!...

Que no son ellos pedestal ingente
de los muchos que pueblan las alturas,
que no son ellos de la luz la fuente,
que no son fuego incubador de vida,
ni naves son con salvador oriente
y hospitalaria playa conocida...

¡Son efímeros mundos sin cimiento,
fuegos fatuos que abrasan,
fulgores que deslumbran un momento,
visiones brillantísimas que pasan!...

El rey del firmamento,
el que perenne en los espacios arde,
es aquel que esta tarde,
tras una apoteosis de oro y grana,
se fue por el Poniente...
¡El mismo que mañana
veréis venir por el dorado Oriente!...

Nuestro sol del saber también es viejo.
Dios lo puso en el cielo de la vida,
y alumbró su vivísimo reflejo
la del saber región oscurecida.

Su luz bañó la hondura
de los grandes abismos de la ciencia,
y supimos, Señor, a cuánta altura
deja volar la rica inteligencia,
de una por ti vidente criatura.

Del mundo del saber las secundarias
brillantes luminarias
por él fecundas y brillantes fueron,
que todas en su torno se agruparon
y fecundo calor en él tomaron
y luz radiante de su luz bebieron.
Iluminado por aquella hoguera,
el cielo del saber ¡qué bello era!

Grande y majestuoso,
giraba en concertado movimiento
en derredor del foco luminoso,
que subía, subía...

Y en alas de la gran sabiduría
lo llevaba orientado hacia el tesoro
por órbitas de luz, del bien emblema,
para ponerlo ante las puertas de oro
de la Verdad Suprema...

¡Humanas criaturas!
Si en las noches del mundo, tan oscuras,
vierais errar veloces y encendidas,
sin órbitas seguras,
locas inteligencias atrevidas,
exhalaciones de la luz impuras
que el cielo del saber cruzan perdidas,
¡no os deslumbréis ante esas luminarias
dislocadas, efímeras, precarias...;
no admiréis la mentira sorprendente
de sus pobres grandezas ilusorias,
ni sigáis con la mente
sus excéntricas locas trayectorias!...

Son vagos desvaríos,
visiones que en el tiempo se disuelven,
míseros extravíos,
fuegos que pasan y a lucir no vuelven...

El magnífico, el sólido, el ingente
sol de sabiduría,
cuya luz, cuyo fuego incandescente
ni el mal enturbiará ni el tiempo enfría...

La cúspide, la fábrica, el asiento
del mundo del humano pensamiento,
el de la ciencia faro peregrino,
el astro diamantino
que rueda con solemne movimiento
en derechura al eternal destino,
es el mismo de ayer. ¡Tomás de Aquino!

 

 

 


 

Volver a las obras de José María Gabriel y Galán