Extremeñas (1902)

 

 

 

LOS POSTRES DE LA MERIENDA


El sol quemaba, y al mediar el día
interrumpió Francisco la faena:
una faena trabajosa y ruda,
menos propia de hombres que de bestias.


Y laxos ya los músculos de acero,
medio asfixiado, con las fauces secas,
limpiándose los ojos escaldados
y mascando el polvillo de la tierra,
a la sombra candente de un olivo
se dispuso a comerse la merienda:
un pedazo de pan como caliza
y un trago de agua... si la hubiese cerca.


-¡Y entávia gruñi el amo! -meditaba-.
Pus no sé yo que más jacel se puea
que trabajal jasta que el cuerpo dici
que aunque quiera no pué jacel más juerza.


¡Y gruñil! Y pa ganal los cuatru realis
es menestel queal jecho una breva,
y estrozalsí la ropa, y no traelsi
ni un cacho tajaina pa merienda
pa que el cuerpo no diga que no puedi
y se abarranqui con la carga a cuestas.


Y ahora menós mal que los jornalis
rejundin más, aunque suál me cuestan;
pero n'amás que pase el tiempo esti
con tres realis pelaos uno se quea,
jasta que espués la bellotera ayúe
y espués también la aceitunera venga,
pa que siquiera otro mesín poamos
sacal escasamenti la peseta.


Y luego... los tres realis, y el invierno
que se pué regilal sin cuasi leña
ni aceiti p'al candil ni ná de trigo,
que se poni a cincuenta la janega.


No quea más que el ajo de patatas,
si hay algo de cundio pa cocelas,
que no lo habrá si la mujel no sali
par áhi avelgonzá con la aceitera.


Yo podía robali al amo mesmo
bellotas y aceitunas pa vendelas,
y cosas de más vália que tieni
juera de casa y en su casa mesma.


Pa jacelo me sobran asaúras,
me sobra halbeliá, me sobra juerza,
pero dejaba perdia a la mi genti
sí en el ajo me cogin y me enrean.


¡Y aunque no! Ni mi padrí jizu eso
ni me ijo en jamás que lo jiciera,
ni aninantís he sio de la uña
niquieri la mujel que ahora lo sea.


¡Ni falta que jadia ni pensalo
con un jornal contino de peseta!;
pero súas y súas como un negro
y a ganalo algún mes cuantis que llegas.


¡Y asín tiene que sel! Yo no me arrocho
a jacel la brutá, más que me muera,
porque a mí no me sale la robaina
¡y antis me junda que me jaga a ella!


Seguiremos asín, como poamos,
aguantando, aguantando lo que venga,
jasta que ya se llenin las medías,
¡porque me gierí que el muchacho y ella
no se puean jartal de pan de trigo
ni un torresnino pa colalo tengan!...

 

Por aquí iba Francisco en sus pensares
cuando de pronto resonó ya cerca
el trote de la jaca que montaba
el amo que no daba la peseta.


Y ante Francisco, en ademán airado,
gruñó el verdugo con la voz muy seca;
"No quiero jornaleros comodones
que a la sombra tan frescos se me sientan,
ni señoritos finos que se tardan
una hora en comerse la merienda.
La herramienta parada, tú sentado,
y luego, ¡que te paguen a peseta!


Te debo medio día, deja el corte
y a la noche te vas a por la cuenta."
No dijo más, y al trote de la Jaca
salió del olivar por la vereda.


Mirándole Francisco como a veces
suele mirar al domador la fiera,
murmuró con la voz un poco ronca,
preñada de amenazas y algo trémula:


"¡Me caso en Reus!... ¡Lo que yo jaría
si el chico y la mujel se me murieran!..."

 

 

 


 

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