Poesías de Juventud

 

 

 

¡Patria mía!

...porque has de saber, amigo
mío, que todos los años, en
el verano, hago un cantar
para mi pueblo.
Y te mando este -el cantar-
porque algo te corresponde de él.
Si te extraña de que en el
siglo que corre haya todavía
hombres que se ocupen en cosas
tan inocentes, satisfaré y haré
desaparecer tu extrañeza,
natural en un chico fin de siècle,
contestándote que aún quedan
en el mundo hombres honrados.
(J. M.ª G. y G.)
15 septiembre 1892


I

Rodando en la corriente del mundo vano
como rueda una arena sola y perdida
me encontré con un hombre, llamélo hermano
y te lo di por hijo, patria querida.

Pasado luengo tiempo, te abandonaba,
y en unión de aquel hombre yo visitaba
la tierra en que se asientan sus pobres lares...
¡y canté aquella patria que se me daba!...
¡Maldita sea la lira con que cantaba,
y malditos los ecos de sus cantares!

Yo no tengo más patria que esta aldeíta,
donde está todo el fuego de mi cariño;
el corazón sin ella se me marchita,
pero pensando en ella se vuelve niño.

¡Patria mía querida, que con tu aliento
haces quejar de nuevo con voz vibrante
la fibra más doliente del sentimiento
que se oculta en el pecho de un hijo amante!...,
no llores, si aquel hombre de quien te hablaba
no ha venido a abrazarte y a conocerte;
no admitas aquel hijo que yo te daba,
si en un lejano día viniese a verte.

No amargues con tu llanto mi pobre vida,
porque aquí estoy yo solo para adorarte;
duérmete y no me llores, porque, dormida,
me tendrás a tu lado para cantarte,

¡patria querida!

Porque tú me adoraste con ardimiento,
porque tú me has amado con fe constante,
porque tú bendeciste mi nacimiento,
y no puedo olvidarme que, siempre amante,
de tu brisa amorosa con el aliento

tú me arrullabas,
cuando dormía
sobre mi cuna,
y me besabas
cuando reía
sin pena alguna,
con la alegría
de la ignorancia,
que el alma mía
ya no ha gozado
desde la infancia
ni un solo día...


II

Mi patria es la aldeíta donde he nacido,
donde tengo los padres que me criaron,
donde existen aún caliente mi pobre nido,
donde alientan los seres que me mimaron,
donde viven las almas que me han querido,
donde vuelan las auras que me arrullaron.

Si no fueron ingratos ni olvidadizos
los hijos que a tus pechos se amamantaron,
no llores tú desprecios de advenedizos,
que de pisar tu suelo se desdeñaron,
porque no eres la cuna de los hechizos
donde ellos se mecieron y se criaron.

Pero tú eres la virgen ruda y bravía
que escondes el tesoro de tu pureza,
más clara que los rayos del mediodía,
que tuestan tu morena gentil cabeza.
Eres la campesina que sólo ansía
ver sin hambre a tus hijos y sin tristeza;
por eso les regalas pan y alegría;
y si algún hijo indigno de tu terneza
por buscar más placeres se te extravía,
le dices: "Come, canta, trabaja y reza,
y no busques la senda que te hundiría
de ignorados abismos por la aspereza."

No llores, pues, si un hombre te quiso un día
menospreciar acaso por tu rudeza,
¡no, patria mía!,
que si no eres del mundo la maravilla
ni eres de la hermosura supremo exceso,
eres la madre tierna, ruda y sencilla,
que a tus hijos veneras con embeleso;
y yo, sólo por eso, te quiero tanto,
que hasta llamarte madre mi amor me lleva,
y sólo tu recuerdo bendito y santo
me hace bueno, me arrastra, y hasta me eleva

desde el pantano
sucio y liviano
de las pasiones,
donde revuelcan
encenagados
los corazones
desesperados
sus ilusiones...,
hasta la cumbre
de paz y calma
de las virtudes,
en cuya lumbre
se inunda el alma
de resplandores,
se dignifica
con la agonía de los dolores;
se purifica
con la alegría de los amores.


III

¡Verdes lomas cubiertas de matorrales,
laderas guarnecidas de robledales,
nidal de negros cuervos y ruiseñores,
praderas salpicadas de manantiales,
archivo de recuerdos encantadores!...

¡Patria mía, que enciendes mis ideales,
que conservas la historia de mis mayores!...,
tú siempre has sido y eres la dulce idea
que ilumina mis sueños de resplandores,
que a mi espíritu enfermo cura y recrea,
que endulza de mi vida los amargores.

Porque haya habido un hombre que ingrato sea,
no quiero que te aflijas, ni que lo llores,
¡plácida aldea!,
que si a ese hombre le ha dado cuna ostentosa
aquella tierra hermosa, cuya presea
borda de rubias perlas la mar furiosa
que con salvaje arrullo la galantea,
tú, más casta que ella, más candorosa,
la sencillez severa que te hermosea
guardas, como la virgen más pudorosa,
en el arco de montes que te rodea.

No llores el desprecio del hijo ingrato
de la altiva sultana, rica y liviana,
que es la más lujuriosa de las mujeres;
porque si él es el hijo de la sultana
que emborracha sus hijos con los placeres,
yo soy el hijo amante de la aldeana
que alimenta sus hijos con pan moreno,
y les dice, cual madre pobre y cristiana:
"Come, canta, trabaja, reza y sé bueno.

Tus desventuras
sufre con calma
noble y sincera;
¡y ama, si el alma
te lo pidiera!
Que el alma buena
se purifica
con la crudeza de los dolores;
se dignifica
con la pureza de los amores."


IV

Tú, patria mía, no tienes de azahar un velo,
ni mares que te arrullen enamorados,
ni montañas que escalen el mismo cielo,
ni bosques con vergeles entrelazados.

Lucir tampoco puedes en tu garganta
de nácares y perlas rica presea;
y aunque tú estás guardada de gente tanta
como a la gran sultana siempre babea,
ni la brisa marina tu frente orea
ni puede, aunque quisieras, gozar tu planta
las frescas humedades de la marea.

En tu suelo al viajero tampoco encanta
la luz de inmenso faro que cabrillea,
alumbrando al navío que se adelanta
y en noche borrascosa se balancea
sobre un mar encrespado que al hombre espanta,
y que a la luz siniestra que lo platea,
y a impulsos de la fuerza que lo levanta,
se agita, fosforece y amarillea,
duerme, ruge, suspira, murmura y canta.

Tú no eres la sultana que se recrea
en la misma belleza que la agiganta,
¡rústica aldea!...

Pero eres la aldeana trabajadora
que, al trabajo rendido y a las fatigas,
reclinas tu cabeza de labradora
sobre un haz de maduras, rubias espigas,
que este sol de Castilla calcina y dora.

Tú eres la esposa rústica, la madre sana
más casta, más salvaje que la sultana.
Si para ti no arrastran del mar las olas
aderezos de nácar, de maleagrina,
ni gárrulos concentos de barcarolas,
tienes, en cambio, campos de mies cetrina,
donde tú te abrillantas y te arrebolas
bajo esta meridiana luz argentina
que, al vibrar de mil flores en las corolas,
tiñe a trozos tu manto de purpurina,
que Dios ha recamado con orla fina
de claveles azules y de amapolas...

Y todo ser que bulle, murmura o trina,
ruge, canta o se mueve sobre tu suelo,
es la voz de un concierto que sube al cielo;
la esencia inmaculada de aquella idea
que siempre de ti ausente canto y evoco,

¡gárrula aldea,
nido de un loco!...
Si son en ti dichosos tus moradores,
no te aflijas por nada, por nada llores,
que yo te adoro;
¡pero guarda la vida de mis mayores,
como un tesoro
constantemente!...,
porque, si yo te quiero como un demente
y te llamo en mi ausencia con hondos gritos
desgarradores,
¡es porque están contigo seres benditos
que son el amor santo de mis amores!...


V

Tu sol arde en el cielo como una hoguera;
sacude, patria mía, la cabellera
de tus viejas encinas y tus sembrados,
y mándame por ellos la brisa lenta
que agite mis pulmones congestionados
y humedezca mi boca que arde sedienta;
que sacuda mis miembros aletargados
y refresque mi frente calenturienta...

Ha mediado la tarde y el sol abrasa;
la espiga suelta el grano, chasca y se tuesta;
si corre el aura, escalda por donde pasa;
todo ser animado duerme la siesta...

¡Cántame alguna estrofa pesada y larga,
como las que cantabas cuando era niño...;
arrúllame este sueño, que me aletarga,
con un cuento de amores, en que el cariño
me transporte a otra vida menos amarga!...

¡Oh cuéntame una historia!..., mas no una historia
de esas que el alma queman al escucharlas;
que labran hondos huecos en la memoria,
y que espantan y hieren al recordarlas.

Cuéntame historias largas de trovadores,
de bardos, de poetas y de mujeres...,
inyecta en mi cerebro sueños de amores,
y que, siquiera en sueños, tenga placeres...

¡Pero no! Si lo hicieras, ¡me matarías!
Haz que ningún recuerdo mi alma taladre.
Cuéntame lo que quieras de aquellos días
en que sólo soñaba yo con mi madre.

Emborráchame el alma con regodeos
y apariciones místicas de la pureza...,
y déjame este cuerpo sin los deseos
del ensueño letárgico de la pereza...

Duérmete tú conmigo desde esta loma
donde ni un ser se mueve ni el aura bulle,
y tráeme de tus montes una paloma
que, oculta en esta encina, mi siesta arrulle.

Cántame los idilios con que regalas
al hijo extraviado que te visita,
y haz de tu amor de madre, con ambas alas,
un dosel en que apoye mi sien marchita...

¡Gracias, patria amorosa, gracias mil veces!
¡Dios conserve y bendiga tus moradores!
¡Dios de tus pobres hijos oiga las preces!
¡Dios les dé pan, virtudes, glorias y amores!

¡Dios aleje la muerte de tu morada!
¡Dios te dé a manos llenas dichas benditas!
¡Dios alegre tu cielo con su mirada!
¡Dios bendiga tus campos y tus casitas!

***

Tú has combatido siempre mis agonías
con fuerzas misteriosas y celestiales;
por eso hoy, gastado, como otros días,
vengo a buscar de nuevo fuerzas vitales...
¡Que se van extinguiendo mis energías!
¡Que se van apagando mis ideales!...

Úngeme de esa esencia tan misteriosa
que sacude la anemia de mi impotencia,
y a mi ser da una fuerza bien poderosa
para esta lucha horrible de la existencia.

Satura tú mi sangre con esa esencia,
y no llores por nada, patria amorosa;
canta y reposa,
¡gárrula aldea!,
duerme la siesta
sobre esta cuesta
que el sol caldea,
la luz platea
y el aura tuesta...
Y si es que, mientras lenta la tarde pasa,
no puedes regalarme brisa más fría,
¡bésame en esta frente, que se me abrasa,
y ampara esta cabeza, que se extravía!...
Pero si tú me quieres,
si tú me llamas,
¡nuestro cariño bendito sea!
Pero si no me adoras,
si no me amas,
¡¡¡dame a mi padre!!! y ¡¡adiós, aldea!!

 

 

 


 

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