Poesías de Juventud

 

 

 

 

PATRIA

I

Vieja España, gloriosa madre santa,
¿para qué requerir tu hermosa historia,
si hasta el hijo más rudo que hoy te canta
la conserva esculpida en su memoria?
¿Y cómo tanta gloria
cómo grandeza tanta,
sin profanarlas celebrar podría
la voz de mi garganta
y el sordo acento de la lira mía?

La madre de los grandes heroísmos,
la que descubre los ignotos mundos
que el Señor escondió tras los abismos
de los mares profundos;
la que de aquellos mundo ignorados
fue con Dios cual segunda creadora,
y, dándoles después con sangre escrita
la ejecutoria de su fe bendita,
fue con Cristo segunda redentora...

La que al ver profanado
por razas delirantes de ambiciones
este viejo solar inmaculado,
pujantes engendró generaciones
de hijos como leones,
y siete siglos de guerrero empeño
costóle una victoria,
que esculpió en las entrañas de la Historia
una epopeya que parece un sueño;
la que a la mar bajo la cruz se hiciera
cuando la armada muchedumbre fiera
de la barbarie y la impiedad rugiendo,
fuerte sintióse y avanzó guerrera
las turbias olas de la mar hendiendo,
y en lucha horrible, admiración y espanto
del amagado mundo estremecido,
le dio la sepultura del vencido
en las aguas sagradas de Lepanto;
la noble madre que engendró admirables
legiones incontables
de reyes, caballeros,
sabios gobernadores,
intrépidos guerreros,
santísimos varones que han poblado
los altares divinos,
portentosos ingenios peregrinos
que la vida inmortal nos han robado...;
la nación que tuviera
del mundo en el rincón más apartado
sobre cada ciudad una bandera;
la que a la Historia hiciera
grabar en cada página una hazaña,
la que ayer soberana y grande era,
la que ahora está caída..., ¡esa es España!


II

¿Qué dolientes gemidos
llegan a mis oídos?
Varón inconsolable, ¿por qué lloras?
¿Lloras, dí, porque el hado,
porque los vientos de contraria suerte
trajeron a la Patria a tal estado?
Pues el hijo amoroso, el hijo fuerte,
que a la madre adorable ve caída,
no con gemido vano
la contemple afrentada y dolorida:
¡tiéndale pronto la robusta mano
y derrámele bálsamo en la herida!

Tú puedes, ciudadano,
prestarle nueva vigorosa vida,
si esas míseras lágrimas que viertes
en gotas de sudor, cual yo, conviertes
por la doliente Patria empobrecida.

¿No la ves otra vez ir resurgiendo
del fondo del abismo,
donde la hundiera el trepidar horrendo,
del fiero cataclismo?
¡Arriba el corazón! ¡Lucha y espera!
Mira cuál su recinto van poblando,
de frontera a frontera,
formidables ejércitos izando
la gloriosa bandera.
Mira cómo a sus mares
las gentes de sus puertos van lanzando,
repletos de pertrechos militares,
monstruos de guerra henchidos
de innúmeros soldados aguerridos,
gigantescos castillos animados,
donde cada guerrero es una roca,
cada mástil cien fuertes almenados,
y el cráter de un volcán cada ancha boca
de sus férreos costados...

Mira qué apresuradas,
qué llenas de vitales energías
las naves de la paz, abarrotadas
de ricas mercancías,
navegan por estelas no borradas.

¿No ves flotar debajo
del ancho cielo puro
de ciudades, de pueblos y de aldeas,
el hálito solemne del trabajo,
que surge denso, nublador y oscuro,
de bosques de gallardas chimeneas?
Escucha el vigoroso
robusto trepidar de los talleres;
mira a Mercurio rico y laborioso
moviendo las ciudades afanoso;
mira en el campo, coronada, a Ceres.

¿No ves cómo la sierra
van los hombres a palmo conquistando?
¿Cómo le van robando
mantas de abrojos, túrdigas de tierra,
y en ella escalonando
por sabias sucesivas regulares
precoces huertecillos siempre frescos,
azules olivares,
fructíferos viñedos pintorescos
y pomposos oscuros castañares?
Mira cómo coronan las alturas
de los antes escuetos horizontes,
grandes masas oscuras
de hoscos, feraces y apretados montes.
Mira cómo aprisionan en sus vías
aquel río que riega
por miles de minúsculas sangrías
lo que era estéril arenosa vega...;
mira cómo descansa
y un momento parece que dormita
delante de la presa en que remansa,
y cómo desde allí se precipita,
moviendo con su fuerza prodigiosa
los miembros de la vida laboriosa,
molinos y lagares,
batanes y telares,
y fábricas de luz maravillosa...;
cuenta, cuenta, si puedes, los millares
de hijos que la enriquecen
del rudor trabajar con las conquistas;
mira cómo la ilustran y embellecen
sus legiones de sabios y de artistas,
y cómo sus valientes capitanes,
émulos de las glorias
de Pelayos, Rodrigos y Guzmanes,
van logrando que en tierras extranjeras,
al vernos bravos sacudir la muerte,
saluden con respeto las banderas
del pueblo del honor, otra vez fuerte.

¿Dices que sueño? ¡Y mientras tenga vida
soñando seguiré mi hermoso empeño!
Pues di, pobre suicida:
la historia de esta Patria, hoy afligida,
¿No te parece, por sublime, un sueño?
Si no quieres traer a la memoria
las viejas epopeyas de esa historia,
deja que duerman en el tiempo hundidas
el sueño de la gloria;
pero dile a tu padre que te cuente
cosas vistas y oídas
en su plácida edad de adolescente.

¿Tú no sabes que ayer atravesaron
las sagradas fronteras
y el solar del honor locas hollaron
enemigas legiones extranjeras?

¡Oh, qué lucha tan épica! ¡Oh qué brava!
Y el padre de tu padre, ¡qué valiente!,
qué delirante de furor luchaba,
cual todos sus hermanos,
descubierta la frente a los tiranos,
los pechos sin escudos,
sin armas casi en las honradas manos;
¡los leones también luchan desnudos!

Escarba el patrio suelo dondequiera,
y verás que es inmensa tumba fría
de la gente extranjera,
que ciega osara profanarle un día.

¿Y dudas todavía
del honor español? ¡Desventurado!
¿Ignoras que la España que ha llenado
con Sagunto y Numancia
la historia de pretéritas edades,
cuyo recuerdo engríe y alboroza,
es la misma que hoy cuenta con ciudades
que se llaman Gerona y Zaragoza?

¡Zaragoza y Gerona!... ¿No palpita
tu corazón a la esperanza abierto?
Si el frío no te agita
de lo sublime, ¡oh desdichado!, has muerto.

¿Por ventura en la Patria no has nacido
donde siempre luchando se ha vivido
y en el puesto de honor de los deberes
los hombres a cejar no han aprendido,
ni a llorar las mujeres?

¿Y ante tanta patriótica nobleza,
no te sientes de orgullo estremecido,
ni aspiras del martirio a la grandeza?
¿Y al suelo inclinas la cobarde frente?
¿Y aún la duda te mueve la cabeza?
¿Y sigues pusilánime, impotente,
llorando todavía?
¡Tú no eres hijo de la Patria mía!


 

 

 

 


 

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