Nuevas castellanas (1905)

 

 

 

 

MI MÚSICA

 

Naturales armonías,
populares canturías
cuyo acento musical
no es engendro artificioso,
sino aliento vigoroso
de la vida natural:

vuestras notas, vuestros ruidos,
vuestros ecos repetidos
en retornelo hablador,
son mis goces más risueños,
son el arte de mis sueños,
¡son mi música mejor!

Rumores que en la alquería
revientan con alegría
del dorado amanecer,
que despierta sonriendo
las que estuvieron durmiendo
fuerzas vitales de ayer;

brava música sincera
de la ronda callejera
de los mozos del lugar,
que con guitarras sonoras
y bandurrias trinadoras
acompañan su cantar;

alegre esquilón de ermita,
voz de amores que recita
la romántica canción;
ruido de aire que adormece,
son de lluvia que entristece,
manso arrullo de pichón;

cuchicheos de las brisas,
melodías indecisas
del tranquilo atardecer,
aletazos de paloma,
balbuceos del idioma
que empieza el niño a aprender;

jugueteos musicales
que modula entre zarzales
el callado manantial
cuyo hilillo intermitente
da la nota transparente
de una lira de cristal;

melancólicos murmullos,
sabrosísimos arrullos,
vibraciones del sentir,
que la madre en su cariño
le dedica al tierno niño
invitándole a dormir;

claro timbre plañidero
del balido lastimero
del inquieto recental;
eco triste del bramido
del becerrillo perdido
que sestea en el erial;

grave zumbar pregonero
del tábano volandero
que arrullo en la siesta da;
que murmulla, que se queja,
que se acerca, que se aleja,
que retorna, que se va...,

hálitos del bosque frío,
lejano zumbar de río,
hachazos de leñador,
explosivos en la sierra,
eco incógnito que yerra,
hijo ignoto de un rumor;

suspiro de muda pena
que no vibra, que no suena,
pero se siente sonar;
sollozos del pensamiento
que solo del sentimiento
quieren dejarse escuchar;

vuelo sereno de ave,
ritmo de aliento suave,
beso que arranca el querer,
nombre de madre adorada,
voz de la mujer amada,
llanto de niño al nacer;

tonadilla peregrina
que modula en la colina
la gaitilla del zagal,
la que vierte blancas notas
que de miel parecen gotas
desprendidas del panal;

besos del aura y la parra,
lágrimas de la guitarra
latidos del corazón,
quedas pláticas discretas,
palabras de amor secretas,
lamentos de honda pasión;

pintoresca algarabía
de la alegre pastoría
derramada en la heredad,
trajinar de los lugares,
tonadillas populares,
tamboril de Navidad;

trino de alondra que el vuelo
levanta, cantando, al cielo,
de donde su voz tomó;
canto llano de sonora
codorniz madrugadora
que a la aurora se enceló;

ecos lánguidos que envía
de la vaga lejanía
la tonada del gañán,
que en la tibia sementera
canta y ara en la ladera
que la da trabajo y pan;

dulces coros de oraciones
suspiros de devociones,
sollozos de pecador,
voz del órgano suave
que llora con ritmo grave
la elegía del dolor;

popular algarabía
de la alegre romería
que ya el valle va a dejar
con jijeos y cantares
que en cañadas y encinares
se repiten sin cesar;

aire quedo de alameda
que una música remeda
que el alma nunca entendió,
una música increada
que en el seno de la nada
para siempre se quedó;

manso zumbar de colmena
que trabaja en la serena
tarde plácida de abril;
coro que llena de ruidos
la de niños que va a nidos
sonora tropa gentil;

bellas rimas del poeta
cuya música interpreta
los arrullos del amor,
los estruendos de la orgía,
la calmante poesía
que hay disuelta en el dolor.

Las injurias de la suerte,
los horrores de la muerte,
los misterios del sentir
y el secreto religioso
del encanto doloroso
de la pena de vivir...

Yo os lo dije; vuestros ruidos,
vuestros ecos repetidos
en retomelo hablador,
son el pan de mi deseo,
son el arte en que yo creo,
¡son mi música mejor!


 

 

 


 

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