El matón*
Hubo en mi tierra
un valiente
llamado Andrés
el Sangrero,
que era el terror
de la gente
de mi pobre pueblo
entero.
Una navaja gastaba,
con cuatro muelles
quizás,
porque al abrirla
sonaba,
charrás,
charrás, chas, charrás.
Era el coco, era
el castigo
de los mozos del
lugar.
-¡TÚ
y tu sos venís conmigo.
Tú y tú
sos vais a acostar!
Y el Fulano
y el Mengano
se iban con él
a beber
y el Perengano
y Zutano,
pues... a dormir
sin querer.
Al discutir, sus
razones
eran siempre bofetadas,
injurias o pescozones,
palizas o puñaladas.
¡Ay de aquel
a quien decía!
-¡bebe vino-..,
y no bebiera...;
todo el vino le
caía
de una vez en
la mollera.
¡Ay de aquel
que le ganaba
dos partidas en
el juego!;
primero, no le
pagaba
y encima insultaba
luego
Y si alguno le
gruñía,
no le contestaba
más
que con aquella
que hacía
charrás,
charrás, chas, charrás.
Con estos antecedentes
podéis
juzgar lo sincero
del cariño
que las gentes
le tenían
al Sangrero.
Una noche en la
taberna
y ¿dónde
iba a ser el caso,
sino allí
donde gobierna
todas las cosas
el vaso?
Seis mozos alegremente
estaban bebiendo,
de eso
que llama vino
la gente,
pero que es tinto
con yeso.
Estaban, digo,
seis mozos
tragando tinta
perrera,
con más
ganas de retozos
que chotos en
primavera.
¡Seis de
esos nuevos mozuelos
aun tiernos como
seis tallos,
seis de esos que
son polluelos
y cantan ya como
gallos.
De esos que más
tranquilitos
estuvieran en
casita,
leyendo buenos
libritos
o durmiendo en
su camita.
De esos que tienen
un padre
que si se duerme
es un cancho;
y una madre...
y una madre
con un pechazo
tan ancho,
que al ver que
va de bureo
le dice a su zagalón:
Mira: la llave
te queo
por dentro del
cuarterón.
Lo cual, en frases
sinceras,
es lo mismo que
decir:
Tu revientas cuando
quieras
pero déjame
dormir.
Pues como os iba
contando,
estando en el
podridero
de la taberna
cantando,
entró de
pronto el Sangrero.
Los seis grillos
del curdel
como seis mudos
quedaron:
-Buenas noches-,
dijo él.
-Ven con Dios-,
le contestaron.
¡Que me
duele la mollera!
¡A ver quien
vuelve a chiar!
Echa medio, tabernera,
Y, ala, los seis
a acostar.
El calor que hace
sentir
el agua tinta
con yeso,
le hizo a un mozuelo
decir.
¡parece
algo mucho eso!
Y no hubo
más: el matón
se arrojó
sobre el mozuelo,
y de un bestial
bofetón
lo hizo rodar
por el suelo.
Acometieron los
cinco
con palos al Valentón;
pero el hombre,
dando un brinco,
se replegó
en un rincón.
Y desde allí,
con destreza,
blandió
la aguda navaja
que el golpe al
pecho endereza
y el ajeno golpe
ataja.
¡Ante el
Sangrero maldito
bien pronto un
mozo cayó,
lanzando un horrendo
grito
que a los demás
espantó!
Por la estrecha
puerta abierta
quisieron todos
huir,
y por la espalda,
a la puerta,
mató a
otro mozo al salir.
Después...
lo de siempre:
llanto, ruinas,
ira que envenena;
dos hombres al
camposanto;
dos madres locas
de pena.
Y un criminal
hosco y duro,
un aborto del
cinismo
en un calabozo
oscuro
cual la boca de
un abismo.
Al cabo de un
año entero
metido en aquel
cubil
mandó la
ley que el Sangrero
muriera a garrote
vil.
No habrá
más profunda
pena que aquella
pena espantosa,
ni habrá
más horrenda escena,
que aquella escena
horrorosa.
Con estos ojos
lo vi,
con esta lengua
grité,
con este pecho
sentí,
con estos ojos
lloré.
¡Cuanta
tropa! ¡Cuanta gente!
¡Qué
gritar tan horroroso!
¡Y el tablado,
qué imponente!
¡Y el verdugo,
qué espantoso!
La plebe que se
apiñaba
junto al horrendo
tablado,
dio un rugido
que anunciaba
la llegada del
malvado.
Lo traían
entre tropa
severísimos
curiales,
vistiendo la horrible
ropa
de los grandes
criminales.
Y la plebe le
gritaba:
¡Qué
maldito! ¡Qué malvado!
Y otras veces
voceaban:
¡Desgraciado!
¡Desgraciado!
El verdugo, horrible
y fiero,
lo ató
de manos y pies,
igual que ata
un carnicero
para matarla,
una res.
La gente toda
gemía
y el verdugo ante
la gente,
le pasó
una argolla fría
por la garganta
caliente.
Cual se estremece
un carnero
que la cuchilla
sintió,
así el
cuerpo del Sangrero
dos veces se extremeció.
Y no quiero yo
pintaros
lo que después
sucediera,
pues no pretendo
azotaros
el alma de esa
manera.
Pero aunque yo
no hable de ello,
jamás debéis
olvidar,
que al ver las
gentes aquello
que yo no quiero
pintar,
la plebe ya no
rugía
¡Qué
maldito, qué malvado!,
Sino que toda
gemía
¡Desgraciado!
¡Desgraciado!
Guardad en vuestra
memoria como enseñanza ejemplar, la triste, la negra historia
del matón de mi lugar.
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