Invitación
Señores de la ciudad:
si ella admite en su grandeza
vientos de sinceridad,
ruidos de Naturaleza
y aromas de soledad;
si en vuestros breves vagares
merecen entreteneros
las coplas y los cantares
de oscuros, pero sinceros,
rimadores populares,
cerrad los ojos expertos
al artificio ingenioso
y oíd sus rudos conciertos
con los sentidos abiertos
del percibir vigoroso.
Cabe la misma espesura
donde ha soltado Natura
su coro de ruiseñores,
puso una legión oscura
de más sencillos cantores.
Y no es artista el sentido
que, por sencillos y tantos,
desprécialos, distraído:
¡algo dirán esos cantos
al alma si no al oído!
Algo tendrá todo ardiente
pecho que así se derrama;
que en el concierto viviente
todo lo que canta siente;
todo lo que siente, ama.
Y es el amor cosa tal
que todo amor es hermoso,
vibre en un alma inmortal
o en el pechuelo fogoso
del ave del matorral.
Y es el cantar una cosa
tan hija de este sentir,
que para el alma amorosa
toda canción es hermosa
si quiere amores decir.
Señores de la ciudad:
los del cerebro cansado,
que aun corre tras la verdad;
los del ingenio aguzado
que inventa la novedad...
Si frívolos y ligeros,
cual sus artificios ruines,
no os parecen ya sinceros
esos de vuestros jardines
ruiseñores prisioneros,
¡venid al campo a escuchar
a otros sencillos cantores
que os pueden acaso dar
algo más que los primores
de un ingenioso cantar!
¡Subid, siquiera, a la altura
de esas torres elevadas,
a ver si la brisa pura
lleva del campo tonadas
de las que enseña Natura!
¡Y aunque el ingenio las mida
y arguya que no son bellas,
probad su savia escondida,
sentid con ellas la vida
y haced el arte con ellas!
Señores de la ciudad:
si henchir queréis de verdad
el mundo de la belleza,
dejadle a Naturaleza
su centro de majestad.
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