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NOCHE FECUNDA
I
YA dejó sus mocedades
Juan Antonio el de Villalba,
un roble joven que tiene
de pardo sayal la cáscara,
de acero el tronco robusto,
de puras mieles la entraña.
Para que hogar fuese
haciendo,
para que hacienda fundara,
diole el Destino una esposa,
diole su padre una vaca.
Josefa se llama aquella;
y esta Cordera se llama;
una mujer bien nacida
y una vaca bien criada.
Josefa dejó
las fiestas
y hundió en el arca sus galas;
Juan Antonio dejó el marro,
y hasta vendió la dulzaina
a un temprano chavalillo
que a mocearse empezaba.
¡Y bien sabe
Dios del cielo
que la vendió con un ansia!...
Pero el casado es casado
y la dulzaina es dulzaina.
Y así pasaban
los días,
que ya diez meses sumaban;
Juan Antonio, trajinando;
Josefa, metida en casa;
la vaca, creciendo en ubre;
y el tiempo, dando esperanzas...
II
Una noche de verano,
cerca de la madrugada,
llamó a la gente vecina
Juan Antonio el de Villalba.
Al establo acuden hombres,
y mujeres a la sala,
y en misteriosos encierros
se truecan ambas estancias;
y hay misteriosos trajines,
y misteriosas palabras,
y prolongados silencios,
y pasajeras alarmas...
y Juan Antonio anda inquieto,
la frente en sudo bañada,
desde la sala al establo,
desde el establo a la sala.
En la cocina un
momento
se sienta, mueve las ascuas,
y reza dos o tres veces
la Salve, que nunca acaba,
Y suda y mira las puertas
de establo y sala cerradas...
De repente se oye un grito
de doliente queja humana
y un mujido quejumbroso
de lánguida resonancia.
Luego, un silencio terrible;
luego, un momento de alarma,
y otro grito, otro mugido,
y, al fin, ruido y voces francas.
Juan Antonio está aterrado,
rígido como una estatua;
mira a las cerradas puertas,
que súbito se abren ambas,
y oye que desde una y otra
le dicen estas palabras:
uno de los del establo
y una de las de la sala:
-¡Dos churros... y dambos muertos!
¡Dos niñas... y vivas dambas!
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