Poesías de Juventud

 

 

 

DOS CARTAS

I

¡Hijito del alma mía!
Anoche un sueño terrible
me hizo asistir al horrible
martirio de tu agonía.

¡Tremendas cosas soñé!
Soñé que el hijo querido
diome sin pena al olvido
y apostató de su fe.

Y presa de horrible espanto
te vi despertar, hijito,
de ese colegio bendito
donde se aprende a ser santo.

Y loca, al verte manchado,
bajé a buscarte al abismo,
al fangal, al antro mismo,
donde se encueva el pecado.

Sin Dios, sin madre y sin fe,
¡qué solo estabas allí!
Muerta de miedo te vi,
loca de amor te llamé.

Y la manada maldita
de aquellas bestias salvajes
llenó de injurias y ultrajes
a la infeliz viejecita.

Después, en mi desvarío,
soñé que un sayón de aquellos
me arrastró por los cabellos,
¡que son blancos, hijo mío!

Y tú, de la turba en pos,
ibas riendo... ¡Te vi!...
¡Te oí maldecirme a mí!
¡Te oí blasfemar de Dios!

Y al despertarme exclamé:
"¡Que muera el hijo, gran Dios;
pero llevádmelo Vos,
que para Vos lo crié!..."

Perdona a tu madrecita
si ha soñado el desatino
de que eras el asesino
de tu pobre viejecita.

¡Delirios!... Sabe tu amor
que tengo en el alma frío
y sólo vivo, hijo mío
de tu cariño al calor.

Muerta el alma de tristeza,
seca de llanto la fuente,
llena de arrugas la frente,
blanca la débil cabeza,

trémula la pobre mano
que estos renglones escribe,
soy una muerta que vive
al sol de un amor lejano.

Tú eres mi sol, hijo mío,
y mientra él me caliente
podrá haber frío en mi frente,
¡en mis entrañas no hay frío!


II

Besando estoy madre mía,
tu carta de angustia lleno.
Si por Dios no fuera bueno,
sólo por ti lo sería.

Jamás amarguen tu amor
esas quimeras extrañas;
el hijo de tus entrañas
vive en la fe del Señor;

y de ella y con ella lleno,
ni aun en sueños ha salido
de ese colegio querido
donde se aprende a ser bueno
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Por eso en esta mansión
toda frase es caridad,
todo suspiro es piedad,
todo arrullo es oración.

¿Y tú quizá lo dudaste?
¡Ni en sueños de calentura
no se puede fingir locura
mayor que la que soñaste!

Labios que tú has de besar
no podrán nunca verter
blasfemias de Lucifer,
palabras de lupanar.

Yo, que ante Dios lo he jurado,
hoy lo juro ante mí mismo:
¡No bajarás tu al abismo
buscando al hijo manchado!

¿Soñaste que el mundo vano
hízome impío? ¡Quimera!
Si yo en tus brazos muriera,
¡vieras morir a un cristiano!

¿Soñaste verme de fijo
romper de tu amor los lazos?
Si yo muriera en tus brazos,
¡vieras morir un buen hijo!

Perdono a mi madrecita
si ha soñado el desatino
de que yo era el asesino
de mi amada viejecita.

Y dejaréla decir,
ya que es ese su placer,
que el calor de mi querer
la está ayudando a vivir.

¡Así vivimos los dos!
Por eso el día tremendo
en que mi ruego no oyendo
me deje sin madre Dios,

Dios ha de ver cómo escribo
sobre la tumba sombría:
"Cuando esta madre vivía,
no estaba muerto este vivo."

No sospeches, madrecita,
que mi espíritu atormentas
cuando en tus cartas me cuentas
lo que te aflige y te agita.

Yo olvidaré de una vez
esas tus locas visiones,
que no son más que aprensiones,
ternuras de tu vejez...

Pero, en cambio, yo te exijo
que tú también las olvides,
que te alegres, que te cuides,
¡que no llores por tu hijo!

Porque ¡ay de él si de tristeza
se le muere, estando ausente,
la de la blanca cabeza,
la de la arrugada frente!


 

 

 


 

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