Las hermanas de
la caridad en la guerra
Ángeles que
a la tierra
Dios os envía;
la patria os divinice,
ella os bendiga
yo no soy digno
ni de cantar siquiera
vuestro heroísmo.
Pero yo lo calculo,
yo lo comprendo,
y en el fondo del alma
yo lo venero.
¡Oh, cuántas veces
me hacéis llorar a solas,
santas mujeres!
¡Qué
pequeño es el hombre
cuando contempla
desde el mundo egoísta
vuestra grandeza
¡Oh, qué pequeño,
cuando os miro a vosotras,
yo me parezco!
El héroe enardecido
que por la patria
derrama en el combate
su sangre honrada,
es noble, es grande;
mas la patria lo ordena,
¡y él da su sangre!
Pero ¿quién
a vosotras
os ha pedido
vuestro largo calvario
de sacrificio?
¿Quién os obliga
a inmolar por la ajena
la propia vida?
¿Quién
os lleva arrastradas
adondequiera
que haya abiertas heridas
que nadie cierra,
y haya amarguras,
y haya lágrimas tristes
que nadie enjuga?
¿Quién
os lleva a vosotras,
mujeres santas,
a endulzar agonías
desesperadas,
y a dar consuelos,
y a rezar por los vivos
y por los muertos?
¿Quién
es que os ha lanzado,
humanos ángeles,
en medio del estruendo
de los combates,
donde los hombres
luchan y se destrozan
como leones?
¿Quién
os manda a vosotras,
pobres mujeres,
i a cerrar los ojos
de los que mueren,
y a ser las madres
de los que lejos de ellas
viertes su sangre?
¿Quién
os lleva a la cumbre
del heroísmo?
¿Quién os da fortaleza
para el martirio?
¿Quién os obliga
a inmolar por la ajena
la propia vida?
Lo sé, santas
mujeres:
vuestro heroísmo
es el de los amantes
hijos de Cristo,
¡No hay quien lo niegue!
¡La caridad cristiana
todo lo puede!
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