Brindis
Mi pobre prosa rimada
no podrá deciros nada
que suene a cosa asombrosa:
esto será una charrada;
no puede ser otra cosa.
No abráis el avaro oído
creyendo que raro y bueno
manjar de allende he traído,
que yo jamás me he nutrido
con pan de terruño ajeno.
Pienso que el nuestro es fecundo,
como todo lo español.
Pienso que no hay en el mundo
grano que arraigue profundo
debajo de extraño sol.
Por algo Natura cría
ventiscares en la sierra
y alamedas en la umbría:
por algo hay quien moriría
si no viviera en su tierra.
En ella y a vuestro lado
fuera tremendo pecado
cantar en música extraña
que de frente o que de lado
no venga a decir: ¡España!
Más todavía: ¡Castilla!;
todavía más: ¡Salamanca!,
y aún más: la pobre aldeílla,
la limpia casita blanca,
la cuna, la paz sencilla...
Si el molde parece estrecho
de mi canción natural,
decidlo a Aquel que me ha hecho
pajarillo del barbecho
y no lorito real.
Naturaleza ha querido
que cada ser dé una nota
viva un campo y tenga un nido:
orden sabio y bien sentido
que sólo el cuco alborota,
pues tiene la mala maña
de que los huevos que pone
se incuben en casa extraña.
¡Pecado igual Dios perdone
a muchos hombres de España!
Si a la selva tenebrosa
fuese la alondra armoniosa,
no supiera entre el ramaje
dar la nota misteriosa
del silencio del boscaje.
Y si al barbecho viniera
cotorra exótica y rara
cantando la sementera,
ni el ave la interpretara,
ni el labriego la sintiera.
¿Quién da la nota del río
mejor que el mirlo sombrío
nacido entre sus mimbrales?
¿Quién canta los majadales
como el cárabo bravío?
¿Quién da la visión entera
de carrascosa ladera
como la perdiz bizarra?
¿Quién mejor que la chicharra
canta las mies en la era?
¿Suenan bien en los jarales
músicas de colorines?
Silbos de águilas reales,
¿nos dirán en los jardines
lo mismo que en los canchales?
Y el ronco graznido duro
de deforme buitre impuro,
¿cómo podrá matizar
el divino claroscuro
de la paz del olivar?
Cantemos nuestra tonada,
la genuina, la sincera:
tú, ruiseñor, la alborada;
tú, alondra, la barbechera,
y yo, charro, la charrada.
A sus típicos primores,
tan rudos como bizarros,
hoy daré finos colores,
porque la canto entre charros
disfrazados de señores.
Que quepan en ella quiero
la aldeílla y la ciudad,
ambas con vivir entero,
que es en aquella el granero
y aquí la Universidad.
Aquél da al cuerpo vigores,
ésta da al alma ideales...
Sudor de mil labradores
y saber de cien doctores,
son dos tesoros iguales.
Dice la Escuela: «Yo un día
fui madre y templo sagrado
de toda sabiduría.
Jamás numerar podría
los hijos que he amamantado.
Del seno de que nacieron
saberes hondos bebieron
disueltos en fe de Cristo.
Honor los hijos me hicieron,
grande los siglos me han visto.
Fui fragua del pensamiento,
yunque del entendimiento,
levadura de la vida,
brújula en mar turbulento,
sol de la Patria querida.
Sol cuya rica influencia
bajó sobre la opulencia
de los troncos y fue ley,
que el alcázar de la Ciencia
más alto está que el del rey.
Ahora, lacrimosos coros
me afligen con tristes lloros
diciéndome que soy ruinas,
que soy hueco de tesoros,
jirón de edades divinas,
sombra augusta y venerable,
muerta gloria inolvidable,
vieja majestad caída,
triste membranza adorable,
puesta de sol dolorida...
Y me suenan esos trenos
a quejidos de hijos buenos,
mas, ¡ay!, que también me suenan
a estériles falsos truenos
que el viento de ruidos llenan.
Algo lloran que es verdad.
Vinieron tiempos tiranos
que al grito de libertad
encadenaron las manos
de esta pobre majestad.
Y adiós trono, centro y manto,
y adiós oro y esplendores,
¡mucho grande y mucho santo!
¡Mas no los santos amores
de los hijos que amamanto!
No el pan de su inteligencia
ni la luz de su conciencia,
porque yo siempre seré
el alcázar de la Ciencia
y el castillo de la Fe.
Si reina fuese, mi suerte
rodara por rumbos fijos
que van a dar a la muerte
No soy reina; soy más fuerte:
¡soy madre de muchos hijos!
¡Hijos!, os pido un mañana
como el ayer que gocé,
¿será mi súplica vana?
¡Oh, no!, cuanto más anciana.
más madre os pareceré...»
Dice el granero al gañán:
«Yo soy tu rico tesoro,
soy el sudor de tu afán,
sudor que ha cuajado en oro
y oro que luego soy pan.
El pan de la esposa buena
que esotro cuarto vecino
con celo de hormiga llena
de blandos copos de lino
que en lienzo de nieve ordena.
El pan de tus tres mozones,
enhiesto como negrillos,
alegres como esquilones,
dóciles como chiquillos
y fuertes como leones.
El pan de tus dos mozuelas,
sus cintas de oro y alpaca,
sus dengues y lentejuelas,
sus cruces de Alcaravaca,
sus hilos y sus chinelas.
Y el pan del hijo mayor,
que es pan blanco de ciudad,
como que es para un señor
que pronto será doctor
de nuestra Universidad.
Labrador que vas arando,
mete la reja más honda,
que el filón se va agotando,
y el tiempo viene apurando
y el oro es de quien ahonda.»
De este modo tan sincero
y en este sentido amante,
nos hablan lenguaje entero
a mí, labriego, el granero,
y a ti, la Escuela, estudiante.
Son la Patria en la indigencia.
¿Qué pide a nuestra conciencia?
Espigas de un mismo haz:
que tú les des gloria y ciencia.
Que yo les dé trigo y paz.
¡Gracias a todos, señores!
De esta rica convidada
llevo en el alma sabores
que yo no comparo a nada...
¡He comido pan de amores!...
Y no hay deleites humanos
ni más grandes ni más sanos
que estos que son mi ideal:
pan de trigo candeal
comido en paz y entre hermanos.
Entre hermanos, sí, señores,
que aunque vos, señor rector,
de quien son estos honores,
tengáis muy lejos amores
que hermanos son de este amor,
yo tengo a otro amor sujeto
mi corazón de cristiano,
un corazón que, discreto,
os llama sabio en secreto
y en público os llama, hermano.
¡Adiós! ¡Hasta la primera!
Gente que estudia o que ara,
debe ser poco fiestera.
Yo me voy a mi senara,
que estamos en sementera.
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