Del charrete al
baturrico
Baturrico, baturrico,
yo te digo la verdad,
que soy también un baturro
de castellano lugar
y los hermanos no engañan
a sus hermanos jamás.
No apartes nunca tus
ojos
de ese adorable Pilar,
que si los tiempos que corren
no hubiesen medido ya
lo fuerte que es una Reina,
que tiene un pueblo leal,
ya hubieran ido royendo
con diente frío y tenaz
los basamentos innobles
del bendito pedestal
donde la madre de España
quiso su trono asentar.
¡Bien en el
cielo sabían
que en esta Patria inmortal
vivir con aragoneses
es vivir con lealtad!
Pero mira, baturrico,
mira que el genio del mal
anda agotando las fuentes
que quedan sin agotar,
las fuentecitas que manan
agüicas como cristal
para que puedan los hombres
la sed del alma apagar.
Y si estas fuentes
se agotan,
los frutos se secarán
y va a quedarse la vida
como fructífero erial...
Mira, mira, baturrico,
cómo quitándole van
a muchos hermanos nuestros
lo que ellos amaban más:
su rica fe vigorosa,
su instinto del ideal,
sus viejas virtudes sanas,
sus amores..., ¡su Pilar!...
En ese de Zaragoza
bien sé que se estrellarán
con ira estéril las alas
del negro espíritu audaz;
que es la savia de ese árbol
sangre de gente leal,
y la red de sus raíces
tan lejos llega a arraigar,
que no es solo red de arterias
del corazón nacional,
sino de toda la Patria,
que vive de él a compás.
¡Pobre español,
si lo hubiese,
que de su infancia en la edad
no oyó en su casa plegarias
a la Virgen del Pilar!
Baturrico, baturrico,
yo te diré la verdad,
que a mis hermanos los charros
se la he predicado ya,
¡y ay de mis charros queridos
si la llegan a olvidar!
De todo aquel patrimonio,
de todo el rico caudal
de nuestros tesoros viejo
nos queda uno solo ya:
nos queda la fe en el alma,
la savia del ideal;
¡nos queda Dios en el Cielo,
y en Zaragoza, el Pilar!
Y quíteme Dios
la vida
antes del día fatal
en que con tristes clamores
tuviera yo que clamar:
¡Ay de mis charros queridos,
que al Cielo no miran ya!
¡Ay de mis buenos baturros
que ya no tienen Pilar!
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