¡ADIÓS!
(A la memoria de
mi querido
discípulo Nicomedes Martín.)
¡Discípulo inolvidable,
alma hermana de la mía,
bendito sea adorable
por quien mi pecho sentía
cariño tan entrañable!...
Ángel que al
mundo bajaste
dentro de un cuerpo de niño,
¿por qué tan pronto dejaste
la vida donde encontraste
para ti tanto cariño?
¿Por qué
a tus padres queridos
dejaste tan afligidos
con tu muerte prematura,
que los tienes sumergidos
en tan tremenda amargura?
¿Por qué
me dejaste a mí
si sabías que tenía
yo tanto amor para ti
que el alma herida sentí
cuando vi que te perdía?
Yo te enseñaba
a querer,
yo te enseñaba a marchar
por la senda del deber,
yo te enseñaba a rezar,
yo te enseñaba a creer.
Y en tu alma pura
y sencilla,
dócil como una paloma,
brotó tan santa semilla
como de una florecilla
brota el purísimo aroma.
Tal vez extrañe,
el que ignore
lo mucho que me querías,
que tanto tu muerte llore
y que por ella hoy devore
secretas melancolías.
Mas si el testimonio
invoco
de aquel cariño tan santo
cuyo recuerdo hoy evoco,
¿qué extraño es que llore un poco
quien supo quererte tanto?
¡Pobre mártir
inocente!
¡Con qué dolor tan profundo,
con qué ansiedad tan ardiente
besé tu serena frente
cuando dejaste este mundo!
¡Con qué
dolor te veía
sufriendo el atroz tormento
de tu bárbara agonía
sin poder el alma mía
darte vida con su aliento!
¡Y qué
consuelo he sentido
pensando en que he recogido
cuando estabas ya expirante
el leve postrer latido
de tu corazón amante!
¡Y al acabar
con la muerte
de tu dolor el calvario,
qué consuelo fue ponerte
mi bendito escapulario
sobre tu pecho ya inerte!
¡Tristes momentos
aquellos!
Como recuerdo de ellos
conservo, cual rica alhaja,
una cinta de tu caja
y un mechón de tus cabellos.
Y así podré
de esta suerte
tener, cual prenda querida
de lo que supe quererte,
un recuerdo de tu vida
y un símbolo de tu muerte.
En estos pobres renglones
para tus padres escribo
mis secretas impresiones,
que acaso en sus aflicciones
les sirvan de lenitivo;
porque el recuerdo
incesante
de que tú fuiste en el mundo
un ángel y un hijo amante,
será un consuelo constante
para su dolor profundo.
¡Dios hizo bien
al llevarte!
¡Bien hago yo si a tu muerte
quiero esta deuda pagarte!
¡Si vivo supe quererte,
muerto, debo de llorarte!
¡Dios hizo bien!...
Sólo escoria
y miseria es lo que encierra
esta vida transitoria.
¡Los ángeles de la tierra
deben marcharse a la gloria!
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