ACUÉRDATE
DE MÍ
Cuando tiendas tu
vista por las cumbres
de esas sombrías y gigantescas sierras
que estas tierras separan de esas tierras,
acuérdate de mí;
que yo también, cuando los ojos fijo
en esas altas moles silenciosas,
me paro a meditar en muchas cosas...
¡y a recordarte a ti!
Cuando hondas ansias
de llorar te ahoguen
cuando la pena acobardarte quiera,
resígnate al dolor con alma entera
¡y acuerdáte de mí!,
que yo también cuando en el alma siento
algo que se me sube a la garganta,
¡sé resignarme con paciencia tanta,
que te admirara a ti!
Cuando te creas en
el mundo solo
y juzgues cada ser un enemigo,
¡acuerdáte de Dios y de este amigo
que te recuerda a ti!
Y esa doliente soledad sombría
poblárase de amor en un instante
si en Dios llegas a ver un Padre amante,
¡y un buen hermano en mí!
Si del trabajo la
pesada carga
y lo áspero y lo largo del camino
te hicieran renegar de tu destino.
¡acuérdate de mí!
Porque soy otro hijo del trabajo
que, sin temor a que la senda es larga,
llevando al hombro, como tú, mi carga,
¡voy delante de ti!
Si del demonio tentación
maldita
o el mal consejo del amigo insano
te pusieran al borde del pantano,
¡acuérdate de mí!
Y piensa un poco lo que tú perdías
y piensa un poco lo que yo sufriera
si donde otros se hundieron, yo te viera
¡también hundirte a ti!
Y si te cierra la
desgracia el paso
sin llegar a la hermosa lontananza
donde tú tienes puesta la esperanza,
¡acuérdate de mí!
¡Acaso yo tampoco haya llegado
donde me dijo el corazón que iría!
¡Y esta resignación del alma mía
te da un ejemplo a ti!
Si vacila tu fe (Dios
no lo quiera)
y vacila por débil o por poca,
pídele a Dios que te la dé de roca,
¡y acuérdate de mí!;
que yo soy pecador porque soy débil,
pero hizo Dios tan grande la fe mía,
que, si a ti te faltara, yo podría
¡darte mucha fe a ti!
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