Este cuadro le fue encargado a Rubens en 1609 por Nicolás Rockox,
Regidor y primer burgomaestre de la ciudad de Amberes, con destino
a una de las estancias de su Ayuntamiento, la conocida como Salón
de los Estados. Fue éste uno de los encargos públicos
más importantes de los recibidos por el pintor tras su regreso
de Italia, ya que en esa estancia se iban a llevar las negociaciones
entre España y los Países Bajos que dieron como resultado
la Tregua de los Doce Años. El lienzo permaneció en
este emplazamiento hasta 1612, fecha en que las autoridades de la
ciudad acordaron regalarlo al conde de Oliva, don Rodrigo de Calderón,
sobrino y hombre de confianza del duque de Lerma. Hasta 1621 permaneció
la pintura en manos de don Rodrigo, pero, tras su caída en
desgracia y su posterior ejecución en ese mismo año,
fue puesta a la venta con sus restantes bienes y adquirida por Felipe
IV en 1623. Durante su segunda visita a la corte española (1628-1629),
Rubens tuvo ocasión de ver el lienzo en el Alcázar y,
quizá no satisfecho con su anterior trabajo, le añadió
una banda de tela en la parte superior y otra en la derecha, y parece
ser que lo repintó enteramente. El boceto preparatorio del
cuadro inicial se conserva en el Museo de Groninger, en Holanda. La
escena tiene lugar en un anochecer iluminado por el resplandor de
las antorchas y el fulgor que irradia de la figura del Niño.
En el ángulo izquierdo, ante una columna clásica acanalada,
vemos a La Sagrada Familia; en el centro, los Reyes Magos con sus
pajes; y a la derecha el cortejo (criados, varios caballos y camellos,
y una mula) del que destaca un jinete, que no es sino el propio Rubens
que vuelve la mirada hacia el espectador. Dos ángeles sobrevuelan
en lo alto. Si prescindimos de las bandas añadidas, observamos
que la superficie pintada en un principio quedaba limitada por los
paréntesis que forman las figuras de la Virgen y de uno de
los porteadores, en los extremos laterales, y por unos celajes más
exiguos en la zona alta, de modo que la composición resultaba
mucho más cerrada. Es evidente que Rubens, en su segunda intervención,
transformó profundamente el sentido formal del cuadro. Al ampliarlo
por los bordes, articuló la composición en función
de una línea diagonal imaginaria que atraviesa el cuadro desde
el ángulo inferior izquierdo al superior derecho, con lo que
confirió una mayor apertura espacial a la totalidad del conjunto.
El lienzo fue considerado desde antiguo como una de las obras maestras
del pintor.