Premio
Punto de
Excelencia

 

Nº 3. Agosto 2004/Revista Electrónica Cuatrimestral.

YOLA

Zamacuco

Salvador Dalí, Instrumento masoquista, 1933

    

YOLA

Zamacuco

Personajes

Yola Hija de Eurito, rey de Ecalia, amada de Heracles
Kylón Esclava, fiel servidora de la casa de Heracles
Hilo Hijo de Heracles
Éurito Rey de Ecalia, padre de Yola
Ífito Hermano de Yola
Heracles Semidiós
Deyanira Mujer de Heracles
Hodites Hermano de Hilo
Gleno Hermano de Hilo
Ctesipo Hermano de Hilo
3 Heraldos  
3 Arqueros  
Sacerdote  
2 Leñadores  
Muchacha  
Coro de doncellas  

 

  Escena I
  Escena II
  Escena III
  Escena IV
  Escena V
  Escena VI
  Escena VII
  Escena VIII
  Escena IX


 Escena I

      Nos encontramos en Ecalia, en la Grecia arcaica, cuna de héroes y de dioses. El trono de Éurito, rey de la ciudad-estado, aparece al fondo de una amplia sala, rodeada de columnas y engalanada con estatuas y guirnaldas. Existen varios accesos o entradas a esta área: i) a la derecha, una galería descubierta que da hacia el jardín; ii) a la izquierda, hacia el fondo, una puerta custodiada por dos guardias, que conduce a las habitaciones reales, sobre cuya chapa de color rojo sangre resaltan dos leones dorados; y, un poco más cerca del público, una puerta negra, cubierta de escudos de bronce, que comunica con el exterior; y, iii) a la derecha, en el primer plano, una amplia escalinata que une la sala del trono con una terraza o balcón superior descubierto, por donde se filtra la luz del día. Arriba, detrás de la terraza puede verse las habitaciones de los hijos de Éurito.

      Al abrirse el telón, encontramos a Éurito, el rey, sumido en sus pensamientos.

Éurito.- ¿No es el deber primordial de los reyes mantener sus estados? Debo consolidar alianzas fuertes para salvar Ecalia… ¡Oh, ambicioso Ceice, por qué no te contentas con tu ciudad de Traquis! ¿Por qué no podemos vivir en paz? ¿Por qué nos hacemos la guerra los unos a los otros? (Tres flechas son lanzadas desde el jardín e ingresan silbando a la sala del trono y se quedan clavadas contra una de las paredes opuestas. El rey permanece impasible, como si nada hubiera sucedido). Raza arguiva, raza de Perseo, a través de ríos de sangre te abres paso... Reinos frágiles y efímeros, que emergen de la nada y desaparecen luego como la espuma del mar.

Se abre la puerta de los leones dorados y entra Ífito, el hijo del rey.

Ífito.- Mi padre y mi rey. (Saluda al rey con una reverencia). Te encuentro sumido en profundas meditaciones.

Éurito.- Acércate, Ífito, hijo mío. La fortaleza y la destreza física, el valor y la osadía, son esenciales para sobrevivir en este mundo y constituyen virtudes estimables en alto grado. El poder se sostiene en la fuerza, no en la razón…Vivimos una era de conquistas, de lucha permanente entre las ciudades. Todas las cosas y aun las mujeres deseadas se las toma por el derecho indiscutible que otorgan las armas.

Ífito.- Lo sé, padre mío. Las ciudades tienen que protegerse de las invasiones detrás de altas murallas.

Éurito.- Es por eso que he decidido buscar un marido apropiado para Yola, tú hermana.

Otras tres flechas ingresan veloces desde el jardín y se clavan en la pared, junto a las tres primeras.

Ífito.- ¿Más flechas? Nada aprenden. (Va hacia la pared y desclava las flechas. A los arqueros que juegan con sus arcos en el jardín). ¡Tengan cuidado! Apunten hacia otro lado. El rey se encuentra en el salón. (Devuelve las flechas a sus dueños). Nuestros arqueros se esfuerzan y practican. Siguen fielmente tus sabias enseñanzas… pero algunas saetas jamás dan en el blanco… Dime padre… ¿Por qué buscar con tanto esmero un esposo para Yola, mi hermana? ¿No sería más prudente que ella, dejándose guiar por Afrodita, según el sentir de su corazón, elija libremente al hombre que entregará su amor? ¿Te urge escuchar en esta augusta fortaleza la risa de traviesos infantes? ¿Deseas solazarte con los juegos de tus nietos? Tú mismo nos has hecho independientes…

Éurito.- El amor, hijo mío, es una pasión propia del vulgo. Una mera ilusión con la que se embriagan los pastores. Nosotros, los llamados a conducir los reinos de este mundo, elegimos a nuestros consortes usando la inteligencia, anteponiendo la realidad a la apariencia… Yo, el rey, debo salvar Ecalia. Esta pesada corona no la sostengo con la cabeza, la mantengo con el poder y la destreza de mi brazo guerrero… pero envejezco... y el vigor merma con el inexorable paso del tiempo…

Ífito.- Mis brazos son fuertes y están a tu servicio, padre… También están preparados para defender la ciudad mis hermanos Clitio, Depón y Toxeo.

Éurito.- Bien lo sé, hijo mío, pero nuestros enemigos son poderosos. Solo una alianza conveniente rejuvenecería, vigorizaría y cimentaría nuestro trono... La ambición y la soberbia anidan en el pecho de los reyes. Las ciudades débiles son subyugadas, arrasadas, desperdigadas como la paja del trigo al soplo del viento. Condenados a desaparecer, los débiles son aniquilados, sin dejar huella de su paso por la tierra. ¡Necesitamos un aliado para salvar Ecalia!

Ífito.- ¿Salvarla de quién, padre? ¿Quién conspira contra Ecalia y tu trono?

Éurito.- Ceice, el rey de Traquis, codicia mi corona y solo busca un pretexto para atacarnos, para enviar contra nosotros a Heracles…

Ífito.- ¿Y Euristeo, rey de Micenas y Tirinto?

Éurito.- Euristeo, teme que los heráclidas se hagan fuertes; le aterra que Heracles, su primo, de la misma sangre de Perseo lo destrone. En este juego de fuerzas contrapuestas, debo con astucia consolidar alianzas duraderas. Es preciso buscar entre los jóvenes de más alta estirpe un yerno digno, altivo, noble y de guerrero instinto. Es hora de concertar una alianza para salvar Ecalia…

Ífito.- Ahora comprendo claramente cuáles son tus propósitos…
Éurito.- ¿Has hablado con Yola? Muestra hacia ti un especial afecto y confianza… Ahora debo prepararme para recibir a los guerreros… ¡Habla con tu hermana! (El rey sale por la puerta de los leones dorados).

Telón

Entra el coro de doncellas de Ecalia.

Coro.- En el tranquilo mar flota la espuma
Y Afrodita, la bella entre las bellas
Radiante emerge en las salinas aguas
Y se impone su imperio entre los dioses.
Y su imperio se impone entre los hombres
La belleza, el amor, el matrimonio
El éxtasis febril del himeneo
Solo tú los prodigas, a raudales.
Odioso es a la novia un novio impuesto
Brutal la entrega sin pasión, sin fuego
Sin atracción carnal todo es inútil
En esto el corazón es el que manda.

 Escena II

      La sala del trono de Éurito, en Ecalia. Idéntico decorado al de la escena anterior.

      Ingresa un grupo de arqueros por la galería descubierta que da hacia el jardín. Los hombres juegan y conversan amigablemente entre sí. Han organizado un concurso de tiro al blanco y lanzan sus flechas precisamente hacia el jardín, donde supuestamente se encuentra el objetivo.

Arquero 1.- ¿Han visto qué tiro?

Arquero 2.- No tan certero como el mío.

Arquero 3.- ¿Dónde han conseguido esas flechas tan livianas?
Yola y su hermano Ífito entran a escena desde una de las habitaciones, hacia la terraza superior. Desde este plano elevado miran hacia abajo. Les divierte el tosco juego de los arqueros. Después inician el diálogo.

Yola.- Algunos dicen que Odiseo… es rencoroso, vil y vengativo…

Ífito.- (Tensa su arco, visiblemente molesto). El que te haya hablado así de Odiseo merece que le perfore el hígado con una de mis flechas. Dime, ¿quién ha dicho eso? (Abajo, los arqueros se protegen con sus escudos. No vaya a ser que la flecha de Ífito hiera de muerte a alguno de ellos). Odiseo es el mejor de los mortales. (Los arqueros aprueban con movimientos de cabeza). Te lo digo así, de manera espontánea y sincera. Tengo a mucha honra ser amigo suyo. Es un guerrero valiente, un cazador extraordinario y un hábil navegante, pero por sobre todas las cosas: es hombre prudente y sagaz.

Yola.- (Mientras habla Yola, los arqueros hacen pantomima, como si quisieran dar vida a sus palabras). Desde hace algunos días Ífito, hermano mío, te noto extraño, preocupado, impredecible… No hemos hecho otra cosa que hablar de tus amigos. Ya no vamos al bosque a cazar los ciervos de grandes cornamentas o los jabalíes de agudos colmillos (uno de los arqueros es el ciervo y los otros tratan de cazarlo); ya no escuchas conmigo el susurrante murmullo del bosque y la cañada; no me cargas sobre tus hombros para que yo alcance a bajar de las parras silvestres las uvas más grandes y dulces (a uno de los arqueros le cargan sus colegas); no me acompañas por las mañanas, antes de que salga el sol, a contemplar la belleza de las flores, húmedas de rocío, plenas de perfume, pero frágiles y perecibles (los arqueros buscan las flores y aspiran su perfume). Hay algo raro en ti. Me miras de forma diferente, como si ya no fuera tu hermana predilecta… Te empeñas en ponderar ante mí las cualidades de Aquiles, de Áyax, de Diomedes, de Filoctetes, de Heracles y otros tantos y tantos famosos guerreros a los que ni siquiera conozco. ¿A dónde quieres llegar con todas esas historias? ¿No sería más interesante que me retes a una carrera de caballos? (los arqueros simulan montar en briosos caballos). La mañana es fresca. La verde y amplia campiña nos invita… ¡Vamos! ¡Yo elijo esta vez el caballo negro! ¡Cómo hemos disfrutado juntos esas competencias! Creo que aún soy mejor jinete que tú. (Empuja suavemente a su hermano, para que acepte su propuesta. Ífito no accede a sus demandas). ¡Está bien, quédate! (Se da vuelta y abandona a su hermano; está a punto de encerrarse en su habitación).

Ífito.- Yola, hermana mía, espera. Escucha con atención lo que voy a decirte. (A los arqueros). ¡Hey, ustedes! ¡Déjennos solos! Vayan y practiquen afuera con sus arcos y flechas. Mañana se dará inicio a los concursos. (Los arqueros abandonan la escena. Salen por la puerta negra). Yola, hace ya un buen tiempo que has dejado de ser una niña… pero tú… como si nada te atrajera… sigues pensando solo en juegos y en bromas… y en cazar fieras por las montañas… Hasta aquí los dioses han sido benévolos con nosotros. Este confortable palacio ha sido dulce morada para todos y aquí hemos vivido felices. Éurito, nuestro padre y rey nos ha cuidado con celo. Ha apartado con su diestro brazo todos los peligros que nos asechan… Pero la felicidad no se posee para siempre. La fortuna es voluble y puede cambiar de un rato para el otro, según sea la voluntad de los dioses…

Yola.- ¿Qué es lo que quieres decirme? No entiendo tus palabras. Haces que tenga miedo, Ífito…

Ífito.- Digo, que es tiempo de elegir un esposo para ti.

Yola.- (Riendo) ¿Para que?

Ífito.- Para que te cuide, para que te proteja.

Yola.- (Riendo) Sé cuidar de mí misma. Sé protegerme sola.

Ífito.- Para que te acompañe, para que viva contigo.

Yola.- ¿Buscar esposo entre campesinos y pastores? Mira mis manos: son fuertes para entesar el arco. Mira mi brazo es flexible, es fuerte y está marcado con la cuerda tendida de mi arco. ¿He de buscar esposo entre torpes arqueros que ni siquiera son capaces de igualar mi destreza? Los hombres que habitan en Ecalia son sucios, aburridos, feos, torpes, débiles, son…

Ífito.- Sí, si, ya entendí. Ya entendí…

Yola.- ¿Y… entonces?

Ífito.- Escucha, Yola... Éurito, nuestro padre y rey ha pensado y ha meditado mucho sobre este tema y ha tomado una decisión.

Yola.- ¿Él rey lo ha pensado? ¿Él rey lo ha decidido? ¿Y por qué razón nada me ha dicho? ¿No soy yo la que debe casarse? Cuando voy por los montes yo elijo a cuál ciervo dispararé mis flechas. Cuando subo a un árbol elijo yo los frutos que me agradan. Cuando…

Ífito.- En estos asuntos, Yola, las cosas no funcionan de ese modo. Nuestro padre es el que debe decidir con quién habrás de desposarte.

Yola.- Entonces… yo… ¿Y si el novio o pretendiente fuera un cobarde?

Ífito.- Jamás lo admitiría Éurito, nuestro padre y rey.

Yola.- ¿Y si fuera de linaje oscuro?

Ífito.- Jamás lo admitiría el rey.

Yola.- ¿Y si fuera enemigo de Ecalia, nuestra amada patria?

Ífito.- Jamás lo admitiría el rey. ¡Y ahora, basta! Escucha, Yola. El rey ha convocado a los más ilustres guerreros de la magna Grecia. Ha ponderado tus dotes y virtudes. Les ha dicho que solamente dará tu mano en matrimonio al que le venza con su arco y flecha…

Yola.- Y si el vencedor fuera narigón, bizco, calvo, desdentado, amanerado, si fuera…

Ífito.- Tú lo sabes muy bien, Yola… Nuestra estirpe se distingue por la habilidad y precisión con las armas. Melaneo, abuelo tuyo y mío, padre del rey, fue el más famoso arquero de su tiempo. Descendemos de Apolo, el mejor arquero entre los dioses. Hijo del mismo Apolo es Melaneo. Hijo de Melaneo es el rey. No lo olvides. Nuestra estirpe es divina…

Heraldo 1.- (Ingresa por la puerta negra, la de los escudos). Ífito, Yola, dos importantes guerreros se aproximan a Ecalia. Debo comunicarlo al rey.

Yola.- ¿Son altos, bajos, hermosos, feos, narigones, bizcos, calvos, desdentados?

Heraldo 1.- No he podido distinguir esos detalles, noble Yola. Si esperas un momento lo podrás verificar tú misma. Con el permiso del noble Ífito, con el permiso de la noble Yola… (Abre la puerta roja, la del rey y sale de escena).

Heraldo 2.- (Ingresa por la puerta negra, la de los escudos). Ífito, Yola, perdonen la interrupción. Tres importantes guerreros se aproximan a Ecalia. Debo comunicarlo al rey.

Yola.- ¿Son altos, bajos, hermosos, feos, narigones, bizcos, calvos, desdentados?

Heraldo 2.- No he alcanzado a distinguir esos específicos detalles, noble Yola. Quizá… si esperas un momento lo podrás verificar tú misma. Con el permiso del noble Ífito, con el permiso de la noble Yola… (Abre la puerta roja, la del rey y sale de escena).

Heraldo 3.- (Ingresa por la puerta negra, la de los escudos). Ífito, Yola, perdonen la interrupción…

Ífito y Yola.- (En coro y en tono de burla). ¿Cuatro importantes guerreros se aproximan a Ecalia y debes comunicarlo al rey?

Heraldo 3.- (Asombrado) ¡Sí! ¿Cómo lo sabían? ¿Debo avisar al rey? ¿Debo? ¿Ya lo sabe el rey? (Está a punto de abrir la puerta del rey, pero se detiene, sin saber qué hacer).

Se abre la puerta roja y entran a escena el Heraldo 1, el Heraldo 2 y el rey. Ífito y Yola descienden por la escalinata. El rey va a su trono y se sienta. Ífito y Yola van a su encuentro. Lo saludan con una reverencia.

Éurito.- (A los heraldos). ¡Abran esa puerta y dejen que ingresen los arqueros!

Los heraldos abren la puerta negra y dejan pasar a los arqueros.

Éurito.- Los hijos de los reyes, los guerreros connotados y los jóvenes de elevado linaje que habitan en Atenas, Tebas, Micenas, Tirinto, Creta, Troya, Eleusis, Argos, Esparta, Samos, Calidón y otras tantas ciudades de la vasta Grecia han sido convocados para participar en la más noble de las justas. (Pausa). Eneo, rey de Calidón, organizó, como ustedes lo saben, una famosa cacería. La persecución y muerte de un jabalí gigante que destrozaba los campos y todo lo que se ponía a su alcance. Invitó para esto a jóvenes famosos: a Cástor, Pólux, Idas, Teseo, Jasón, Néstor, Peleo, Pirítoo, Telamón y Atalanta, entre otros. Siguiendo su ejemplo, yo Éurito, rey de Ecalia, los he convocado para que demuestren su destreza en el manejo del arco y de la flecha. El premio, en esta ocasión, no serán los colmillos y los pobres despojos de un jabalí. La recompensa supera muchísimo en valor. Quien logre vencerme con su arco y flecha tendrá el honor de convertirse en mi yerno. Habrá conquistado para sí el corazón de mi adorada hija. Habrá ganado a Yola. (Pausa. Golpea sus manos y entran esclavas que portan canastas llenas de frutas y cráteras rebosantes de vino). Esta noche todos ustedes son mis invitados. Beberemos vinos deliciosos, disfrutaremos de una opípara comida y escucharemos buena música. ¿Qué más se le puede pedir a la vida? Mañana por la mañana, cuando los primeros rayos del sol aparezcan por el horizonte, se iniciará la justa…

Heracles.- (Abre con violencia la puerta negra que comunica con el exterior. Los escudos de bronce ruedan por el suelo. Entra de manera intempestiva. Está cubierto con una piel de león y su aspecto es imponente). Yo, Heracles, hijo de Alcmena y del propio Zeus, nieto de Electrión, rey de Micenas, heredero del trono de Tirinto por derecho de sangre, digo que no hace falta esperar hasta el día de mañana para saber quién es el más diestro con su arco. Tú mismo, Éurito, me enseñaste de niño a manejar el arco. (Tensa su arco. Todos los arqueros dirigen su mirada hacia donde apunta la flecha que lanzará Heracles. El héroe dispara su flecha con dirección al jardín. Se escucha un murmullo sordo de admiración). ¡Supera ahora tú, Éurito, el tiro que tus propios ojos acaban de atestiguar!

Telón

Entra el coro de las doncellas de Ecalia.

Coro.- Con una sola flecha
Que el aire hiende airosa
Con solo una saeta ha derribado
Una bandada entera de palomas.
Estos ojos lo han visto, mi señor
Prodigio sobrehumano
Una bandada entera de palomas
Que vuelan por el aire.
No cabe duda que en el orbe entero
Jamás se ha visto hazaña semejante
Dichosa Yola que ganó tal héroe
Feliz el héroe que ganó tal Yola.
Cómo no hemos de entonar gozosas
Himnos nuevos en tu honor, Afrodita
Débiles somos ante el imperio del amor
Consúmenos, Afrodita, en el fuego de la pasión.

 Escena III

      Las murallas de Ecalia se levantan esbeltas y hermosas. La puerta de Apolo está cerrada. La fría mañana no ha logrado despertar por completo a los arqueros que vigilan desde las altas torres. Por la campiña, cubierta de una débil neblina se acerca un caballo, a medio trote. El cansado animal se detiene ante la enorme puerta y el jinete, herido por una mortal flecha, cae al suelo.
      Detrás de uno de los árboles sale una muchacha. Está desesperada y corre. Inútilmente intenta montar en el caballo, pero el caballo huye.

Muchacha.- ¡Favorézcanme! ¡Abran, los de la ciudad!
Cuatro o cinco flechas se clavan sobre el cuerpo de la joven, que cae sin vida, al pie de la puerta de Apolo.

Arquero 1.- (Desde una de las torres. Grita). ¿Escucharon esos silbidos?

Arquero 2.- (Desde una de las torres. Grita). No eran silbidos. Parecía el agudo grito de las flechas al hender el aire.

Arquero 3.- (Desde una de las torres. Grita). ¡Miren hacia abajo, hacia la entrada! Han matado a dos de los nuestros.

Arquero 1.- (Desde la atalaya. Grita, hacia adentro, hacia el interior de la ciudad). ¡Que alguien vaya y meta esos pobres cuerpos!

Arquero 2.- (Desde una de las torres. Grita). ¡Nos atacan!

Arquero 3.- (Desde otra de las torres. Grita). ¡Que toquen las cornetas!

Arquero 1.- (Desde la atalaya. Grita). ¡Es Heracles! ¡Estamos perdidos!
Suenan cornetas. Se escuchan confusos gritos. La gente y los guardias corren dentro de la ciudad, en desordenada confusión. Varios arqueros se han colocado detrás de las almenas de la muralla y apuntan con sus flechas, listos para disparar.

Arquero 1.- ¡Que alguien dé aviso al rey!
Arquero 2.- No es necesario. El rey y sus hombres ya están aquí.

      Los hombres de Heracles llegan y se colocan frente a la muralla, listos para el ataque.
      Llega Heracles, montado sobre un soberbio caballo.
Arman una tienda para Heracles. Éste, baja del caballo y entra. Cuando sale, empuña una gigantesca espada.

Voz de mujer 1.- (Dentro de la ciudad. Grita desesperadamente). ¡Que Apolo nos proteja en esta amarga hora!

Voz de mujer 2.- (Dentro de la ciudad. Grita). ¡Son como la arena del mar, incontables! ¡Nadie podrá contra ellos!

Arquero 1.- (Grita). ¡Que alguien haga callar a esas mujeres!

Voz de mujer 3.- (Dentro de la ciudad. Grita). ¡Mis hijos! ¿Como podré proteger a mis hijos?

Éurito e Ífito aparecen en una de las altas torres.

Éurito.- (Grita, hacia la planicie, donde se encuentran ya apostados los enemigos). ¿Qué pasa? ¿Quién osa perturbar de esta suerte la tranquilidad de Ecalia? ¿Quién hace gala de fuerza ante Éurito, descendiente del propio Apolo?

      De entre los arqueros apostados frente a la muralla surge Heracles. Erguido sobre su caballo, majestuoso en su temible piel de león, blande su espada de doble filo.

Heracles.- (Desde el caballo, frente a la torre donde está el rey y su hijo). Éurito, rey de Ecalia. Convocaste un concurso de tiro en tu palacio. Yo soy el vencedor. Y tú lo sabes. Las propias doncellas de Ecalia exaltaron mi triunfo con una corona de laureles. ¿No se festejó en tu palacio durante tres días seguidos el triunfo de mi brazo? Sin embargo, tú te obstinas en escamotear el premio merecido. Ahora, te lo digo por última vez. Entrégame a Yola, tu hija.

Ífito.- ¿Has movido tú, Heracles, todo ese formidable ejército tan solo por una mujer?

Heracles.- ¡Lo he movido! ¡Sí! ¡Ahora, di a tu hermana que venga conmigo!

Éurito.- Eres un embustero, Heracles. Los hombres que vienen contigo obedecen las órdenes de Ceice. El rey de Traquis ambiciona mi corona. Esa es la verdadera causa de este aleve ataque. Sé muy bien cuáles son las intenciones de Ceice…

Heracles.- ¡Entrégame a Yola y abandonaré Ecalia para siempre!

Éurito.- Yo no recuerdo haberte invitado a competir con el resto de arqueros… Tú llegarse como un intruso… No te asiste derecho alguno…

Heracles.- Castigaré entonces tu perjurio. Convocaste una justa y ofreciste como premio a tu propia hija, pero no has honrado tu palabra. Un hombre sin honor no merece llevar la corona de rey. Rinde tus armas ante mí, si aprecias tu vida y la vida de tus hijos.

Éurito.- Sin previo aviso y a traición me atacas. Pero no prevalecerá tu ambición sobre nuestra divina estirpe. Fuertes son nuestras murallas y el valor inflama el pecho de nuestros guerreros. Jamás entregaré a mi hija en los brazos de la concupiscencia. Yola no será tu esposa, peor tu concubina. Retorna a Traquis. Allí te espera Deyanira, tu anhelante mujer. Calma en sus brazos tus ardores de sátiro.

Heracles.- (Muestra su espada). ¿Ves esta espada? ¡Con ella separaré la arrogante cabeza de ese tu cansado cuerpo!

Éurito.- Veo que la lucha es inevitable. Ninguno de los dos está dispuesto a ceder en esta contienda. Antes de empezar el combate, quiero pedirte que respetes la vida de las mujeres y los niños.

Heracles.- Te hice una oferta generosa y la despreciaste. A nadie respetarán mis tropas, excepto a Yola. Todos los hombres que empuñen un arma perderán la dulce vida y serán lanzados violentamente al Hades. Tomaremos esclavas para nuestro deleite. Incendiaremos la ciudad. Saquearemos los graneros. Todo lo que encierran esas frágiles murallas nos pertenece, desde ya.

Éurito.- ¿Te crees un guerrero? ¡Te falta nobleza de espíritu! ¡Como un vil asaltante de caminos llegas, impulsado tan solo por la codicia! ¡A mi no me engañas! ¡Sirves a Ceice! ¡Mereces morir como un perro! (Pausa). Ahora, basta de palabras y luchemos como hombres. (Lanza una jabalina, pero no logra herir a Heracles).

Heracles.- ¡Que corra la sangre por las calles y plazas de Ecalia! ¡Adelante, mis valientes! Dentro de la ciudad se esconde la anhelada riqueza. Tomen a manos llenas lo que el Destino les entrega tan fácilmente.
Una lluvia de flechas cruza de lado y lado el escenario. Algunos hombres caen, otros avanzan.

Voz de mujer.- (Dentro de la ciudad. Grita) ¡Estamos en guerra! ¡Sálvese quien pueda!

Éurito.- ¡Armen las catapultas!

Arquero 1.- ¡Están armadas, señor!

Éurito.- ¿Qué esperan para usarlas?

Arquero 1.- ¡Disparen esas catapultas!
Una lluvia de piedras es lanzada desde la ciudad. Los hombres de Heracles se cubren con sus escudos de cobre.

Ífito.- ¡Necesitamos piedras! ¡Muchas piedras!
Un grupo de hombres de Heracles, que logró escalar una de las murallas ha caído prisionero. Los hombres de Éurito los llevan amarrados para presentarlos ante el rey.

Arquero 2.- ¿Qué hacemos con estos prisioneros, señor?

Éurito.- ¡Mátenlos! ¡Arrojen sus cabezas desde las murallas, para escarmiento del enemigo!

Hombre de Heracles 1.- ¡No los maten!

Cortan las cabezas de los prisioneros y las arrojan por las murallas.

Heracles.- ¡Quiero fuego detrás de las murallas!

Los arqueros de Heracles lanzan flechas encendidas contra la ciudad de Ecalia.

Voz de mujer.- (Dentro de la ciudad). ¡Incendio! ¡Incendio! ¡Moriremos quemados como ratas!

Ífito.- Han herido a mi padre. Necesito ayuda para transportarlo.
Éurito. ¡Déjame solo, hijo! ¡No abandones el combate por mi causa!

Arquero 1.- (Desde una de las torres de Ecalia). ¡Traigan el aceite!

Heracles.- ¡La torre de ataque! ¡Pronto!

Lanzan aceite hirviendo desde una de las murallas. La torre de ataque, montada sobre un carro, avanza lenta pero inexorablemente.

Ífito.- ¡Defiendan la puerta! ¡Cuiden la muralla central!

Arquero 2.- (Desde una de las torres de Ecalia). ¡El incendio es incontenible! ¡Abran las caballerizas! ¡Liberen a los caballos! (Cae herido por una flecha).

      La torre ha llegado hasta una de las murallas y los hombres de Heracles toman por asalto la ciudad. Se abre la puerta de Apolo. Un grupo de caballos se precipita hacia afuera, en desbandada.

Arquero 3.- (Desde la atalaya). ¡Estamos perdidos! ¡Los dioses tengan compasión de nosotros!

      Hombres de Heracles, armados con lanzas y espadas entran precipitadamente por la puerta de Apolo. Matan a todo el que encuentran a su paso. El incendio se ha generalizado. Los gritos de muerte se multiplican.

Heracles.- (A dos de sus hombres). ¡Traigan el cuerpo de Éurito! Dije que cortaría con esta espada su cabeza y no se llevará el viento mis palabras.

Los hombres parten rápidamente a cumplir con la orden.

Heracles.- (A dos de sus hombres). ¡Tráiganme a Yola! ¡Quiero ver si alguien se opone ahora a que la tome! (Entra en su tienda de campaña).

Algunos hombres de Heracles empiezan a salir de Ecalia con el rico botín.

Hombres de Heracles 1.- (Mete su medio cuerpo en la tienda de campaña).- ¡Heracles! ¿Dónde pondremos todas estas cosas?

Heracles.- (Desde adentro). ¡Lleven todo al barco!

Hombre de Heracles 1.- ¡Al barco! ¡Todo debe llevarse al barco!

Hombre de Heracles 2.- (Con una mujer sobre uno de sus hombros) ¿Y las mujeres cautivas?

Hombre de Heracles 1.- ¡También al barco! ¿No lo has oído?

Dos hombres traen a rastras a Yola. Otros dos, llegan con el cadáver de Éurito.

Hombre de Heracles 3.- (Mete medio cuerpo en la tienda de campaña). ¡Aquí te traemos lo que nos pediste!

Heracles sale de la tienda de campaña. Ve el cuerpo sin vida de Éurito. Se acerca hacia el cadáver y levanta su espada, para cortarle la cabeza.

Yola.- ¿Mancharás tu nombre y tu espada deshonrando el cadáver de un rey? ¿Es así como demuestras tu valor, Heracles? ¡Di a uno de tus hombres que me preste su espada y enfréntame en singular combate! (Arrebata una espada de las manos de uno de los hombres y desafía con valor a Heracles) ¿Tiemblas pelear con una mujer? ¡Pálido está tu rostro! ¡La guerra aún no ha terminado!

Telón

Entra a escena el coro de las doncellas de Ecalia.

Ecalia nuestra patria bienamada
Está perdida, humillada para siempre
Sus altas torres no pudieron protegerla
Vencidos ya sus muros, enmudecen.
Incendiados han sido sus santuarios
Los templos de los dioses, derribados
Los cuerpos de los hombres pisoteados
Y las casas quemadas y saqueadas.
Éramos libres y hoy esclavas somos
Sumisas bajaremos las cabezas
Los amos son feroces, impacientes
Que la muerte se apiade de nosotros.

 Escena IV

      El palacio de Heracles, en Traquis. Al abrirse el telón se ve un amplio, limpio y lujoso portal interior. Pedestales en las esquinas, sobre los que se asientan estatuas y jarrones sagrados; vasijas para guardar vino, aceite, miel y agua; algunos cofres y otros muebles han sido elegantemente dispuestos, de manera acogedora.
      Al fondo hay una hilera de seis columnas dóricas, de carácter serio y solemne. Sobre las dos primeras de la izquierda descansa un capitel, de tal forma que el conjunto conforma un elegante acceso hacia los patios internos. Sobre las otras cuatro descansa una viga. Detrás de estas cuatro columnas se distingue un jardín, profusamente iluminado por el sol; y, por delante, emerge el altar de los sacrificios, sobrio, engalanado con guirnaldas y hojas de acanto.
      En el primer plano, a la derecha, suben unas gradas de mármol que comunican la planta baja con las habitaciones superiores y, a un costado de éstas, el portón principal.
Deyanira y Kylón tejen con la ayuda de un rústico telar. Deben ser aproximadamente las diez de la mañana.

Deyanira.- Dicen que él ha llegado. Anoche han visto su nave acercarse hacia el puerto. Hilo salió esta mañana, muy temprano, para confirmar la noticia.

Kylón.- ¿Y tú? ¿Qué has sentido al saberlo?

Deyanira.- El corazón me ha dado un vuelco en el pecho. ¿No se me nota en la cara la emoción? Mira como tiemblan mis manos. No logro concentrarme en el tejido.

Kylón.- Lo quieres, ¿verdad?

Deyanira.- Más que a mi propia vida.

Kylón.- ¿Y si supieras que otra…?

Deyanira.- ¡No hay otra!

Kylón.- Si logró desembarcar, lo tendremos en el palacio hoy mismo, por la noche… o quizá… mañana temprano.

Deyanira.- Si él se enamora de otra…

Kylón.- ¿Qué harías tú, Deyanira?

Deyanira se levanta. Abre un baúl y saca una túnica.

Deyanira.- ¿Recuerdas que tejí esta túnica para él?

Kylón.- Me acuerdo, claro. Es fresca, cómoda y elegante.

Deyanira.- Has sembrado una negra sospecha en mi pecho. Si por alguna circunstancia resulta ser verídica... empaparé esta túnica en la sangre del centauro. (Decidida). Al vestir esta prenda se volverá loco de amor por mí. ¡Me amará nuevamente!

Kylón.- ¿Un hechizo?

Deyanira.- Un hechizo, un encantamiento, magia. Llámalo como tú quieras. Yo solamente sé que no habrá otra.

Deyanira guarda la túnica en el baúl.

Deyanira.- Ya vendrá. Claro que vendrá. Acostumbra ofrecer sacrificios a Zeus. Cada vez que regresa, triunfante como siempre, da gracias a los dioses… (Pausa). ¡No puedo esperar más! ¿Qué lo detiene?

Kylón.- Deyanira… ¿por qué no vas a su encuentro?

Deyanira.- ¿Crees que debo ir?

Kylón.- No está lejano el puerto. ¿Lo está? Casi nada recuerdo fuera de estas murallas… (Se levanta). Si tú quieres ordeno que preparen alguno de los carros. Les diré que elijan los más veloces caballos.
Deyanira.- ¿Y si él no ha llegado? No sería la primera vez que se equivocan. Lo hemos esperado ya por tanto tiempo…

Hodites desciende por las gradas de mármol.

Hodites.- Hilo está de vuelta, madre. Lo he visto desde la torre. Raudo como el viento se aproxima al palacio. Su caballo levanta nubes de polvo…

Deyanira.- ¡Entonces era verdad! (Brinca de alegría). ¡Heracles ha llegado!

Hodites.- (Grita, hacia arriba, a las habitaciones del segundo piso). ¡Gleno, Ctesipo, nuestro padre ha retornado de Ecalia!

Deyanira.- (A Kylón). Que sacrifiquen los carneros. Que llenen de vino las cráteras. Que engalanen con guirnaldas la entrada. Que llamen a los músicos.

Kylón.- Al punto transmito tus órdenes. ¡Benditos sean los dioses!

      Kylón avanza hacia las columnas y abandona el escenario. Gleno y Ctesipo bajan por las gradas de mármol.

Gleno.- ¿Qué pasa, madre? ¿Qué son esos gritos?

Ctesipo.- ¿Por qué tanto alboroto?

      Entra Hilo, por el portón principal; está agitado, lleno de polvo; su cabello en desorden.

Hilo.- Era verdad, madre.

Gleno.- ¿Y éste, de dónde llega?

Hilo.- He corrido sin descanso para traerles la buena nueva. Llegó anoche y amarraron de inmediato la nave. Armaron las tiendas sobre la dársena y allí pernoctaron. Entré a su tienda. Él estaba feliz. Llegó victorioso. ¡Cómo sonrió al verme! Me abrazó y le abracé. "¿Dónde están tus hermanos? -me preguntó-. ¿Por qué no han venido a recibirme?" ¡También quería saber de ti, madre!

Deyanira.- ¿Preguntó por mí? ¿Y tú, qué le dijiste?

Hilo.- Que lo esperas con ansias.

Hodites.- ¿Y qué ha traído esta vez?

Hilo.- Repleto de riquezas está el barco. Hay de todo: caballos, ganado en abundancia, trigo, cebada, aceite, alfombras, lámparas, estatuas, esclavas y esclavos… Ecalia fue abatida.

Hodites.- (Con codicia). ¿Y oro? ¿Viste oro, hermano?

Hilo.- ¿Oro? Allí hay de todo: Coronas, copas, cofres, candelabros de oro y plata fina.

Hodites.- ¡Debo verlo! ¡Debo tocar ese oro!

Hodites abandona la escena.

Gleno y Ctesipo.- ¡Espera, hermano!

Gleno.- ¿Ya no iremos de caza el día de hoy?

Ctesipo.- ¿Iremos?

Gleno y Ctesipo abandonan el escenario.

Hilo.- (Emocionado). Hay algo más que debo decirte, madre mía. Pero siéntate…

Deyanira.- ¿Es tan serio, que debo sentarme?

Hilo.- ¡Estoy enamorado! ¡Estoy locamente enamorado, madre mía! He visto hoy al ser más extraordinario del mundo. He quedado cautivado con su hermosura. Sin duda ella debe ser una diosa…

Deyanira.- ¿Y donde has visto a esa mujer?

Hilo.- En la tienda de mi padre.

Deyanira.- ¿Es una de las cautivas? ¿Una de las esclavas?

Hilo.- Su nombre es Yola. Nombre vibrante, sonoro como el metal. ¿Esclava dices? Tiene el porte de una princesa.

Deyanira.- Si no es una esclava… ¿Qué hacía en la tienda de Heracles?

Telón

Entra el coro de las doncellas de Traquis.

Coro.- ¿Dónde ocultas tu amor, marinero?
¿En el mar o en la tierra?
¿De qué lejano puerto la has traído?
¿Habla ella nuestra lengua?
Muéstranos a tu novia, marinero.
Y a cambio te daremos
Una jarra de dulce vino rojo
Y un manto nuevo.
Oculta, aquí en mi pecho
Mi novia vive
Dame tu vino rojo
Y el pecho me abro.
Sube a mi barca, amigo
Cantemos algo
Estoy solo esta noche
Y la luna no sale.

 Escena V

      Traquis, el palacio de Heracles. El mismo decorado de la escena anterior. Son las seis de la tarde. Una luz difusa se descuelga perezosamente desde un cielo lechoso. Al fondo se divisa el jardín, algunos álamos cubiertos de hiedra trepadora. En el primer plano, Yola aprende a tejer en un rudimentario telar. Kylón la instruye en este arte, con paciencia.

Yola.- Kylón, ¿Conoces tú en qué lugar de este palacio guardan los arcos y las flechas? ¿Sabes dónde se encuentran las caballerizas? ¿Cada qué tiempo se hace el cambio de la guardia?

Kylón.- Si piensas escapar… es imposible. De gran reputación goza Heracles en esta ciudad. Ceice, el rey, lo protege. Lo considera su mano derecha. Si lograras burlar la vigilancia de los heráclidas, no atravesarías los puestos custodiados por la guardia del rey. Fuertes murallas de ciclópeas piedras encierran la ciudad. Diestros arqueros de mil ojos observan todo desde las altas torres.

Yola.- ¿Guardas entre tus cosas un puñal, una cuerda…?

Kylón.- Ya te lo he dicho, muchacha. Estamos en Traquis. Ningún cautivo ha logrado siquiera suicidarse… Ese es un lujo reservado para los aristócratas. Abandona esos inútiles pensamientos. Mala compañera es la arrogancia cuando se ha perdido la libertad… Deberías seguir el ejemplo del resto de cautivas y someter tu voluntad a los que mandan… altanera es tu voz, aún no domada.

Yola.- Yo soy la hija de un rey; no una cautiva ni una esclava. Soy la mujer de Heracles, a la fuerza… (Con un tono sarcástico) Aunque… pensándolo bien… para hablar con propiedad… debería decir que soy su concubina. ¿No es Deyanira la esposa de Heracles? Entonces yo, no puedo ostentar ese título. ¡Maldito seas Heracles y maldita toda tu descendencia…! Pero yo permanezco inocente de todo esto. Soy la víctima de la concupiscencia irrefrenable de un sujeto despreciable… Las cosas sucedieron como ya te he contado. Heracles venció a mi padre con su enorme arco. Entró de pronto en la sala del trono. Sobre sus lomos vimos brillar como un relámpago la piel de un león y quedamos paralizados. Su arco era del grosor de un brazo. Era un arma pesada, poderosa. "Digo que no hace falta esperar hasta el día de mañana para saber quién es el más diestro con su arco", dijo y tensó la cuerda. Primero abatió con una de sus flechas una bandada entera de palomas que cruzaban por el cielo. Después, otra de sus flechas atravesó de parte a parte un árbol que crecía en el jardín.

Kylón.- ¿Entonces, tú misma lo reconoces como el vencedor de Ecalia?

Yola.- Eso nadie lo podría negar. Ya te lo he dicho. No solo que venció a mi padre. También se impuso sobre todos los arqueros…

Kylón.- En Traquis hemos escuchado esa historia. Eso que tú cuentas ya no nos sorprende. Heracles es un guerrero desconcertante… (Pausa). Mira Yola. Así se hace. Tomas la hebra, la pasas por entre estos agujeros. Templas la tela. Hecho esto, bajas el brazo de madera, hasta el tope. ¿Lo ves? No es complicado. (Yola intenta hacer lo que Kylón le ha enseñado, pero no lo consigue). No, no. Espera. Vas a enredar la madeja. Ahora, lo que debemos hacer es levantar el brazo de madera, para dejar libre al tejido. ¿Entiendes? Entonces puedes tomar los hilos y pasarlos por los agujeros…. ¿Dónde tú creciste no había telares?

Yola.- Había. Claro que había telares. Las muchachas que vivían cerca del palacio cantaban mientras sus manos diestras movían a buen ritmo sus rudimentarias máquinas… Pero yo, la hija de un rey, no podía perder el tiempo en estos femeniles menesteres. (Hay una pausa). Tres días y tres noches duraron los festejos en Ecalia. Al finalizar el tercer día, un grupo de doncellas se acercó hasta Heracles y puso sobre su cabeza una corona de olivo. Entonces él se acercó hasta donde yo estaba y con un solo brazo me levantó en el aire y proclamó con voz potente: "¡Este es mi trofeo!"

Kylón.- Fíjate lo que haces, Yola. ¿No te enseñó tu madre a hilar y tejer? Así se trate de la hija de un rey, una muchacha debe prepararse para enfrentar la vida, para ayudar en el hogar, para criar a sus hijos… Pasa la hebra entre los agujeros. (Yola pasa la hebra). Muy bien, muy bien. Lo estás haciendo correctamente. Templa el tejido. (Yola lo templa y los hilos se rompen). No tan fuerte, muchacha. Has despedazado todo. Este es un telar, no un arco para lanzar flechas… ¿Y tú, qué sentiste cuando él te levantó en sus brazos?

Yola.- No te lo puedo explicar bien, Kylón… Primero sentí orgullo y vanidad al mirar a todos esos guerreros peleando entre sí por hacerme su mujer. Después me invadió una extraña sensación, que debilitaba mis fuerzas y me rendía al hombre que me alzaba por el talle. Al mismo tiempo sentí rabia y despecho al verme suspendida en el aire como si yo fuera un cabrito al que se ha cazado al azar, sin mayor esfuerzo.

Kylón.- ¿Amas entonces a Heracles? ¿Se siente atraída por él tu carne joven?

Yola.- ¡Cómo puedo amar a un asesino! Soy su amante, a la fuerza. Y esto me causa vergüenza y me denigra. Éurito, mi padre, jamás dio su consentimiento a esta vergonzosa unión. Mi padre sabía que Heracles estaba casado con Deyanira; sabía también que antes de Deyanira, Heracles estuvo casado con Mégara y que en un arrebato de cólera mató a sus propios hijos. Por esto no quiso entregarme a él. Entonces Heracles abandonó Ecalia, pero juró vengarse. Por eso mató a mi padre y a mis hermanos. Por eso incendió Ecalia, mi patria. ¡Dadme, oh dioses, la muerte en este instante! ¡No prolonguéis mi frustración y mi vergüenza! (Grita). ¡Heráclidas asesinos!

Kylón.- He vivido en este palacio durante muchos años. Nací esclava y sigo siendo esclava. Pero soy fiel a esta familia. Heracles, en verdad, ha matado a muchos, pero no es un asesino. Él solo cumple la voluntad de los dioses. Ha sido enviado a esta tierra para eliminar el mal. No son asesinos los hijos de los dioses…

Yola.- ¿Y eso te parece heroísmo? ¡Casa de bribones!

Kylón.- Sirvo en esta familia desde los tiempos de Alcmena y Anfitrión, descendientes de los reyes de Micenas y Tirinto. Alcmena, la madre de Heracles, era una mujer preciosa. ¿Sabías que el propio Zeus se enamoró de ella? Bajó el poderoso dios desde el Olimpo y tomó la corona y los vestidos de Anfitrión, aprovechando su ausencia. Hasta yo me confundí al principio y creí estar atendiendo a mi propio amo, pero serví realmente al mismísimo dios tonante. Zeus pidió de comer y de beber. Luego se metió a la cama con Alcmena. Creo que ella si se dio cuenta del engaño y hasta lo disfrutó. Una vez que el dios consiguió lo que quiso se marchó, como si nada hubiera pasado.

Yola.- ¿Y eso te parece astucia? ¡Casa de adúlteros!

Kylón.- Horas después regresó el verdadero Anfitrión. ¿Sabes lo que hizo? También pidió de comer y de beber y se metió a la cama con Alcmena… Esa misma noche fue concebido Heracles y, desde luego, Íficles, su hermano. (En un tono de confidencia). Solo uno es de divino origen.

Yola.- Casa de bribones. Casa de adúlteros. Casa de asesinos. ¡Mira lo que yo hago con la sacrosanta casa de los heráclidas! (Toma el telar, lo levanta, lo parte y arroja por el aire los pedazos).

Se escuchan gritos. Adentro, en el interior del palacio de Heracles, reina gran confusión.

Voz de Deyanira.- Hijo, ¿qué he hecho para que me odies tanto?

Voz de Hilo.- Has matado a tu esposo, Deyanira. Has matado a mi padre…

Voz de Deyanira.- ¿Qué cosas dices? ¡No puedo creer lo que escucho! ¿Por qué me achacas tan horrendo crimen?

Voz de Hilo.- ¿No fuiste tú la que envió a mi padre una maldita túnica, empapada en la negra y venenosa sangre de un centauro?

Telón

Entra a escena el coro de las doncellas de Traquis.

Coro.- Que los dioses y diosas tutelares de Traquis
Aparten de nosotros el mal que nos asalta, agazapado.
Ares, refrena ¡oh poderosa deidad tu odio hacia Heracles!
Los dioses nos amparen en estas negras horas.
Fuerte era Heracles. Su brazo era invencible
Al león de Nemea destrozó con sus manos
A la hidra de Lerna cortó sus mil cabezas
Y no quedan ya rastros de esos monstruos malditos.
Fuerte era Heracles. Su brazo era invencible
En los bosques umbríos de Erimanto vivía
Un jabalí gigante que destrozos causaba
No queda ni la sombra de ese monstruo perverso.

Como estrellas del cielo cuento sus muchos hijos
Hilo, Macaria, Odites, Gleno, Laomedonte,
Euclea, Prómaco, Éverest, Palante…
Ahora que él agonizas ¿dónde están las estrellas?
¿Y cuál será tu suerte, desventurada Yola?,
Ya nadie te protege en esta extraña patria;
Viuda, sin esponsales, huérfana, abandonada
Hundirán en tu carne sus colmillos de fiera.

 Escena VI

      Nos encontramos a la entrada de Traquis, en la puerta de Zeus. Grecia ha quedado libre de hidras, gigantes, centauros y otros monstruos gracias a Heracles. Pero el héroe agoniza y reina la confusión. Un sol quemante calcina la tierra. El viento arroja violentamente polvo y arena contra las paredes de piedra ciclópea. El camino que une Traquis con el puerto y el resto de ciudades se encuentra desolado. Detrás de las murallas se escuchan voces, conversaciones confusas, gritos desesperados. Una enorme puerta, enmarcada entre dos torreones, se abre.

Voz 1.- Yola tiene la culpa de todo. ¡Esa maldita extranjera!

Voz 2.- Ella es solo una cautiva. ¿Qué culpa puede tener una esclava?

Voz 3.- ¡Heracles muere!

Voz 4.- ¿Dónde están los hijos de Heracles?

Voz 2.- Miren. Ya están abriendo la puerta de Zeus.

Voz 3.- Es Yola. ¿Va a salir?

Voz 1.- ¿A quien buscas, Yola? ¿Vas a salir? ¿Quién ha autorizado tu huída?

Voz 2.- Déjenla en paz. Es solo una esclava. ¿A dónde podría huir?

      Yola sale de la ciudad, pero permanece cerca de la puerta. Está confundida. No sabe qué hacer. Mira a un lado y a otro. Corre en dirección al puerto.

Voz 4.- ¡Va hacia el puerto!

      Yola se detiene. Regresa lentamente. Llega de nuevo hasta la puerta. Se detiene nuevamente. Va a entrar. Retrocede.

Yola.- ¿Por qué se ensañan los dioses con los heráclidas? ¿No ofrecieron acaso las más robustas reses en sacrificio? ¿No engalanaron con guirnaldas los sagrados altares? ¿No los rociaron con harina y miel?

Voz 1.- Yola es la concubina.

Voz 2.- Miren. Hay humo en la acrópolis.

Voz 3.- ¡Que los dioses nos amparen! Deyanira se ha suicidado. ¡Se ha colgado de una soga!

Yola.- Dicen que ha muerto Deyanira. ¿Cómo pudo haber muerto la experta en el arte de la guerra, la hábil conductora de carros, la hija del divino Dionisio? ¡Ha muerto la legítima mujer de Heracles! ¡Mi rival ha partido para siempre! De una cuerda se ha colgado. Muerte infame. (Se enfrenta a la suicida, como si la tuviera al frente). ¡A qué extremos pueden conducir los celos! Tuviste celos de mí, mujer ilusa. Él buscó en mí tu juventud marchita. Ninguna pócima, filtro, o encantamiento logra encender nuevamente una pasión extinguida... ¡Qué tragedia has causado, Deyanira!

Voz 4.- ¿Dónde está Yola?

Voz 2.- Allí. Mírenla, junto a la puerta…

Yola.- ¿A dónde ir? ¿Qué camino tomar? ¿Cuál es el sortilegio que detiene el tiempo?

      Yola corre hacia el bosque. Se tapa los oídos para no escuchar, para no saber.

Yola.- ¡Silencio! Padre, hermanos míos, patria hollada y calcinada. Ya está todo vengado. El asesino ha sido ajusticiado. (Palpa su propio cuerpo). Ya puede este inútil cuerpo caminar resueltamente al Hades…

Yola regresa a la puerta.

Voz 1.- ¡Qué desgracia!

Voz 2.- Parece que llevan el cuerpo de Deyanira hasta la acrópolis.

Voz 3.- Es el heraldo de Heracles.

Voz 4.- Si, el que viene a caballo es el heraldo.

Voz 1.- Es un joven muy apuesto.

Voz 3.- ¡Vamos todos a la acrópolis!

Voz 2.- ¡Si, vamos, vamos!

Heraldo de Heracles.- (Entra a escena desde Traquis, en su caballo). Yola, te encuentro aquí, indecisa. ¡Entra o huye! ¡Vence tu desconcierto! Permaneces inmóvil, como una roca en medio del desierto. ¡Entra o huye! El sol quema tu rostro y el viento golpea sin piedad tu cuerpo… ¡Entra o huye!

Yola.- ¿Vive Heracles?

Heraldo de Heracles.- Vive aún, pero el veneno mortal corroe su noble sangre y le quema por dentro. No hay panacea para calmar siquiera los horrendos dolores. Hemos perdido toda esperanza. El gran Heracles se debate entre la vida y la muerte.

Yola.- ¿Qué sabes de Deyanira?

Heraldo de Heracles.- Descolgaron su cadáver aún tibio. La vistieron con atavíos de muerte. Colocaron sobre su cabeza una corona hecha de adelfas blancas y de cintas. Los sacerdotes purifican con fuego y azufre su cuerpo, de acuerdo con los ritos, antes de entregar a la tierra sus despojos.

Yola.- ¿Entonces no quemarán su cuerpo en la pira?
Heraldo de Heracles.- No. La colocarán en la tumba circular de piedra que construyeron como última morada… para los ilustres heráclidas…

Yola.- ¿Y a ti, dónde te envían?

Heraldo de Heracles.- Heracles llama a sus hijos varones. Hilo permanece con él, pero quiere que Hodites, Gleno y Ctesipo también le acompañen en esta hora. Debo buscarlos. Debo traerlos ante su presencia. También pregunta por ti. Dice que le perdones; que te ama, como jamás amó a mujer alguna; que no debes llorar. Dice que en ti confía para mantener la unión entre todos los heráclidas… Te dejo. Debo partir ahora. (El heraldo se adentra por el camino y abandona Traquis).

Yola.- ¡Oh dioses! Confortadnos en esta hora de confusión. Mi raptor se debate entre la vida y la muerte. Los que tanto daño me causaron sucumben y gimen ante las negras furias desatadas. Yo debería estar feliz. ¡Ya soy libre! ¡Puedo iniciar una nueva vida! Pero entonces, por qué razón no logro contener el torrente de mis lágrimas. (Toma un poco de ceniza del suelo y derrama sobre su cabeza). Por qué estas manos se obstinan en derramar ceniza sobre mi cabeza. ¿Por qué quieren estos puños golpear mis pechos? (Se golpea los pechos con los puños) ¡Por qué grito de dolor! Yo he triunfado y debería reír, debería reír a carcajadas… Pero entonces ¿por qué razón mis piernas están paralizadas y no me atrevo a abandonar esta maldita ciudad y aquí estoy inmóvil, a la puerta de Traquis, sin dar crédito a lo que escuchan mis oídos? ¿Mueren también los hijos de los dioses? Absurdo. No es verdad lo que proclaman los heraldos. ¡Maldito sea el día en que Heracles llegó a Ecalia y se apoderó de este débil corazón!

Heraldo del rey.- (Llega por el camino, desde el bosque, en su caballo). ¿Tú eres Yola, cautiva de Heracles? ¿Es ese el rostro que ha trastornado todo en esta pacífica ciudad? Eres hermosa, en verdad… y harto fogosa, según tengo entendido… ¡Respóndeme arrogante mujer! Soy el heraldo de Ceice el rey de Traquis, en caso de que tú no me conozcas.

Yola.- Yola es mi nombre.

Heraldo del rey.- Tengo el presentimiento de que pronto se quebrantará tu altivez. ¡Aunque debo reconocerlo, me gustan las mujeres de temple! Si Heracles muere de seguro quedarás libre para ir a dónde tú lo desees… Yo te estaré esperando con los brazos abiertos… Ya han llegado hasta Micenas y Tirinto las noticias de todo lo que aquí está pasando... Euristeo, el rey de esas ciudades, sabe que Heracles agoniza. "Por fin morirá mi primo -dice- Él es el único con derecho de sangre para ocupar el trono de estas magníficas ciudades". El rey, dos veces coronado, podrá reinar tranquilo desde ahora. Está ebrio de júbilo y se organizan festejos en su palacio. ¿Sabes una cosa? Los heráclidas, que te mantienen cautiva deberán abandonar esta ciudad. Así lo exigen desde Micenas y Tirinto. Este es el mensaje que tengo para Ceice, mi rey y señor… Desde luego, nosotros, no queremos a Euristeo y sus tropas merodeando por esta tierra… (Pausa). Yola, ¿me escuchas? ¡Me fascinan las mujeres de tu temple! (Entra a Traquis).

Yola.- La envidia y la codicia no conocen límites. El belicoso e insaciable Ares hincha de soberbia vana el pecho de los reyes. Aún no ha muerto Heracles y ya soplan vientos de guerra... (Entran a escena, desde la ciudad de Traquis, dos leñadores con sus hachas). ¿A dónde van con esas hachas?

Leñador 1.- Heracles nos envía. Debemos alcanzar la cumbre del Eta.

Leñador 2.- Nos ordenó cortar troncos de encinas.

Leñador 1.- Dijo que amontonáramos los leños.

Leñador 2.- Debemos preparar una gran pira. Ha pedido a Hilo, su hijo, que lo sacrifique a los dioses. Hilo deberá conducirlo hasta la cumbre del Eta. ¿Puedes concebir algo más monstruoso que eso? Llevar el cuerpo de tu propio padre agonizante hasta la cima de un helado monte y arrojarlo a las llamas aún con vida…

Leñador 1.- ¿Tendrá el valor para hacerlo?

Yola.- ¡No puede ser! ¡No es cierto lo que dicen! ¿Están en sus cabales los heráclidas o han perdido irremediablemente el juicio?

Leñador 2.- ¡Están en sus cabales! Así son ellos. No deberían ya sorprenderte sus costumbres. Nos alegramos por ti. Eres la elegida. Heracles ha pedido a Hilo que te tome por esposa…

Yola.- ¿Qué dices? ¿Eso ha pedido? ¡Oh, dioses! ¡Ni siquiera en su lecho de muerte me ha olvidado!

      Los leñadores se internan por el bosque. Se escuchan voces, gritos, ruido de gente que baja en tropel.

Voz 1.- A la tumba circular.

Voz 2.- ¿La que edificaron al pie de la colina?

Voz 1.- Si, a la tumba de los heráclidas.

Voz 3.- Sujeten la máscara. Sujeten la máscara de oro.

Voz 4.- Bajen con cuidado.

Voz 2.- No empujen.

Voz 3.- Abran paso a los sacerdotes. Abran paso a las vírgenes.

      Sale el cortejo fúnebre. Llevan el cadáver de Deyanira, cubierto de flores. Las doncellas de Traquis transportan el inerte cuerpo.

Sacerdote.- Ha llegado el tiempo de entregar al Hades esta víctima, que hasta ayer fue la más feliz de las mujeres.

Hilo.- Yo, Hilo, hijo de Heracles, rindo tributo a Deyanira, mi madre.

Sacerdote.- La justa conclusión de una vida digna es, por legítimo derecho un entierro honroso.

Hilo.- (Se dirige al cadáver). Madre, si mi padre no te acusa ni te culpa de su muerte, ¿con qué derecho podríamos nosotros, tus hijos, hallar mancha en ti? Con amor hemos cerrado tus labios y tus ojos. Hemos puesto los óbolos dentro de tu boca, para que pagues sus servicios a Caronte.

Sacerdote.- Ha sido lavado tu cuerpo y se lo ha ungido con aceite, vistiéndolo luego con prendas blancas y finas.

Hilo.- Tu amado cuerpo ha sido purificado con vapores de azufre, para que la sangre derramada no clame contra ti.

Doncellas de Traquis.- Las doncellas de Traquis hemos entonado cánticos de dolor por tu partida.

Hilo.- El viaje que inicias hoy, madre mía, es el más importante de todos. ¡Oh, dulce madre! ¡Cómo me duele tu partida!

Sacerdote.- (Alguna persona le entrega una jarra con vino). En el nombre de Deyanira entrego a la negra tierra este vino. ¡Bebe el fruto de la vid, poderosa y ubérrima Gea, de ancho regazo, asiento inconmovible de todas las cosas! ¡Que tus entrañas se abran generosas y acojan con amor estos quebrantados despojos! (Derrama vino sobre la desnuda tierra. Devuelve la jarra a quien le entregara).

Hilo.- (Alguna persona le entrega una corona de flores). Toma, madre, estas blancas flores. (Coloca una corona sobre el cuerpo de Deyanira). Llévalas contigo sin temor ni vergüenza. (El sacerdote le entrega una máscara de oro). Con reverencia cubro, ¡oh madre! tu adorado rostro con esta máscara de oro. Que tu espíritu permanezca por siempre en el corazón de los que te amamos.

Sacerdote.- Que tu espíritu no vague sin descanso por las orillas del Aquerón, ni sea excluido de los campos Elíseos.

Se escuchan las voces, desde adentro de los muros de Traquis.

Voz 1.- Son los heraldos del rey.

Voz 2.- ¿Qué ha decretado el rey en este día?

Voz 3.- Escuchemos atentamente el mandato de nuestro soberano.

El heraldo del rey entra al escenario, desde la ciudad de Traquis.

Heraldo del rey 1.- (Se escucha el redoble de tambores). Yo, el heraldo del rey, por mandato de Ceice, rey de Traquis, comunico el decreto y la voluntad de su majestad. "Yo Ceice, rey de Traquis, dispongo que se haga saber sin demora a todos los súbditos del reino: "

Heraldo del rey 2.- (Se escucha el redoble de tambores) "Primero: Heracles, su madre Alcmena, Hilo, Macaria, Hodites, Gleno y Ctesipo, sus hijos, así como los demás parientes a los que el pueblo conoce con el nombre de heráclidas; todos éstos fueron por nuestra voluntad hospitalariamente acogidos en la ciudad y defendidos de sus perseguidores."

Heraldo del rey 3.- (Se escucha el redoble de tambores). "Segundo: Ceice, el rey, reconoce públicamente el apoyo brindado por Heracles para la defensa del reino. Gracias a él fue posible expulsar a los Dríopes."

Heraldo del rey 2.- (Se escucha el redoble de tambores). "Tercero: Ceice, el rey, lamenta la violenta muerte de Deyanira y, a pesar de que cometió suicidio, en justo pago a los servicios prestados por Heracles su esposo, autorizamos que sus restos sean enterrados en las afueras de Traquis, en la tumba circular que para el efecto fuera construida con recursos de sus propios deudos."

Heraldo del rey 3.- (Se escucha el redoble de tambores). "Cuarto: Ceice, el rey, hace saber a los heráclidas que las fuerzas del reino son incapaces de defenderlos de los eventuales ataques de Euristeo, nuestro actual aliado. Traquis no podrá seguir protegiendo a los heráclidas y, por lo tanto, sin expulsarlos del reino, se los invita a abandonar pacíficamente la ciudad."

Heraldo del rey 1.- (Se escucha el redoble de tambores). Dado, firmado y sellado en Traquis, por su majestad el rey. Cúmplase, según lo mandado.

      Se retiran los heraldos del rey. Se escuchan las voces, desde adentro de los muros de Traquis.

Voz 1.- Miren, allá en la colina. Son los hijos de Heracles.

Voz 2.- Si, son ellos.

Voz 3.- Los cascos de los caballos levantan el polvo hasta las nubes.

Voz 4.- Llegan veloces, como una bandada de jóvenes leones, en defensa de su guarida.

Ctesipo.- (Entra a escena desde los bosques, montado en su caballo. Detrás de él avanzan sus hermanos: Hodites y Gleno). Alto. ¿Qué es lo que pasa? ¿A quien llevan sobre esas andas funerarias? (Los hijos de Heracles bajan de sus caballos y se acercan al cadáver, para reconocerlo). Es, es…

Hodites.- (Con codicia). ¿Una máscara de oro? ¿Enterrarán a esta mujer con tanta riqueza encima? ¿Y esa careta, a quién encubre? (Levanta la máscara con su mano derecha) ¡Madre! ¡Oh, dulce madre mía! ¿Qué te han hecho? (Abraza el cadáver de su madre).

Gleno.- (A Yola). ¡Habla tú, esclava! ¡Dinos, por los dioses, qué es lo que está pasando!

Hilo.- Yo les diré lo que ocurre, de la manera más rápida posible. La adversidad se ensaña contra todos nosotros. Muerta está nuestra madre y nuestro padre muere, sin remedio. Ceice, el que manda en Traquis, teme a Euristeo y a sus fuerzas. Recela que ataquen la ciudad, so pretexto de exterminar nuestro linaje. Nos echan, hermanos, nos expulsan de Traquis.

Ctesipo.- (Grita, con desesperación) ¿Y dónde está Heracles, nuestro padre?

Hodites.- (Toma una gruesa cuerda y sujeta con ella a Yola). ¡Desde luego que tú no vivirás para ufanarte de las desgracias que has provocado! Con nuestra madre descenderás al Hades. (Saca un puñal y se apresta a clavarlo en el pecho de Yola). ¿No es justo que la que compartió el lecho con Deyanira, también la haga compañía en el Hades?

Hilo.- (A Hodites). ¡Suéltala, hermano! Es voluntad de Heracles, nuestro padre, que viva junto a mí, como mi esposa.

Gleno, Hodites y Ctesipo.- ¿Qué dices?

Telón

Entra el coro de las doncellas de Traquis.

Coro.- Oh, negro día. Nefando para siempre.
¡Día maldito!
Brilla el sol en el cielo
Y en nuestros corazones ha caído la noche.
Oh, negro día. Nefando para siempre.
¡Día maldito!
Compartimos tu dolor, Hilo
Hemos venido para llorar contigo.
Oh, negro día. Nefando para siempre.
¡Día maldito!
La venganza de Hera, señora indiscutible del Olimpo
Ha caído sobre los heráclidas

 Escena VII

      Nuevamente la entrada de Traquis. Cae la noche. Un millón de estrellas vagan sin rumbo por el cielo. La puerta de Zeus está abierta. Yola sale desde la ciudad y se sienta cerca de un seto, a la derecha del escenario. Después llega Hilo, camina un rato, sin reparar en Yola y se sienta sobre una piedra, a la izquierda del escenario. Ambos personajes creen estar solos.

Yola.- Noche oscura y fría… Las lejanas estrellas son fantasmas que vagan sin rumbo. La tristeza corta el aire como un puñal envenenado… ¿Dónde está, luna, tu sucia claridad?

Hilo.- Cálida noche… Tanta luz en el cielo… Revolotean en el aire las luciérnagas errantes… Pero en la tierra solamente vagan los fantasmas y las sombras de los fantasmas…

Yola.- Quiero estar sola esta noche, para pensar… para decidir… Pero… ¿puedo engañar a mi soledad? ¿Aún puedo decidir? ¿No está acaso todo escrito en el ir y venir de las estrellas? Meditar es tan solo divagar… es una función ociosa e inútil… Es doloroso pensar. Deberíamos simplemente dejarnos llevar por nuestros propios impulsos… así se cumplirían sin asombros, ni culpas, ni arrepentimientos los designios de los dioses…

Hilo.- No es bueno para el hombre estar solo… y sin embargo, he venido hasta este apartado lugar, como atraído por una fuerza extraña o quizá debería decir, empujado por mis propios anhelos... ¡Oh… los complicados y casi siempre inalcanzables sueños de los hombres!

Yola.- Mañana abandonarán la ciudad los heráclidas, expulsados por Ceice. Estas murallas no cobijarán más a los hijos de Heracles… Mañana estaré sola definitiva y absolutamente sola. Más sola, más vacía que nunca…

Hilo.- Todo está listo para el exilio. Y sin embargo yo quisiera quedarme. Todo está pronto para la partida. Y sin embargo, todo me retiene. ¿A dónde iremos? Buena es toda la amplia y generosa tierra de Grecia, pero extrañaré esta puerta, los sólidos muros de la ciudad, el aire de Traquis…

Yola.- Hilo… nombre extraño para mí… ¿Por qué razón me empujan a unas bodas que yo no he concertado? ¿Por qué me imponen nuevamente un marido? Primero, mi padre, ahora Heracles…

Hilo.- Yola… nombre extraño para mí… Padre… Padre… Turbado se encuentra mi espíritu. ¿No es impío tu mandato? ¿Es lícito desear la mujer de tu progenitor? ¿Es honesto desposar a la mujer que poseyó el hombre que te dio el ser? (Pausa). Débil es mi carne y tiembla y se conmueve ante la tentación… Pero no. En mi no debe haber remordimientos. Mi amor es puro. Amé a Yola antes de saber que era la pasión de mi padre… La vi., y la amé. Es todo lo que sé.

Yola.- Hilo es alto, hermoso, su nariz es perfecta, sus ojos penetrantes. Es su cabello negro, fuerte, reluciente. Son sus dientes firmes y blancos. Yola, la antigua Yola, la que creció en Ecalia se hubiera enamorado de él… Hay que admitir que es un hombre joven, fuerte, inteligente y hermoso. Eso no se lo puede negar... Aún desterrado, expulsado de Traquis, cualquiera de las muchachas de esta ciudad lo seguiría donde él vaya. Se sentiría orgullosa, feliz de ser llamada "la esposa de Hilo"…

Hilo.- Yola es joven y vital. Sus ojos son dulces… tristes quizá, pero hermosos. Su elástico cuerpo es sensual. Diestra es con el arco y la flecha. Fantástica, impredecible, indomable: más que una mujer… una fiera o una diosa…

Yola.- Heracles deseó mi cuerpo con pasión. Hizo la guerra a Ecalia, solo para conquistarme. Me tomó, pero no me abandonó. Me llevó a su casa, como una preciosa joya que no se quiere perder. Enfrentó por mí a todos los suyos. Fui deseada y también amada. Claro que Heracles me amó. Claro que me amó. Pero yo… ¿lo amé? Transportó mi cuerpo hasta las estrellas… pero ¿lo amé? Es tan imprecisa esta palabra…

Hilo.- Ahora te comprendo, padre. Viste a Yola y te atrapó su belleza. ¿Qué sentiste por ella? ¿Por qué no puedo bastarme a mi mismo? Padre… tú, el hijo de Zeus… ¿te bastaste a ti mismo? Como al héroe te conocí; como al vencedor de monstruos y gigantes te amé… Aprendí de ti a manejar la espada, la lanza, el arco y la flecha. Me enseñaste a lanzar la jabalina y el disco… pero jamás me revelaste los más íntimos secretos de tu corazón…

Yola.- ¿Se parecen los padres a los hijos? ¿Quién ha dicho que el que ama al padre no puede amar al hijo? ¿Es esto incesto? Claro que no… ¿Y entonces… qué es lo que conturba mi alma? El hijo no necesariamente debe parecerse en todo al padre… ¡Hilo no es el hijo de Zeus! ¿Podría transportarme hasta la última de las estrellas…?

Hilo.- ¿Me amaría Yola, como amó a mi padre? Yo no soy él. Tan solo soy el hijo del gran héroe.

Yola.- Pero Hilo es un hombre sensible…

Hilo.- Si Yola me amara… con qué ternura la estrecharía entre mis brazos…

Yola.- Pero aún no ha llegado el tiempo del amor. La negra sangre de los muertos destila odio y solo demanda venganza.

Hilo.- Aún no ha llegado el tiempo del amor. Las Erínies, hijas de la lúgubre noche, demandan venganza.

Yola.- Los lobos del deseo muerden mi carne en esta noche.

Hilo.- Se estremece mi cuerpo tan solo de pensar en ella…

Yola.- Afrodita, a ti te imploro. Desbordantes de amor, gimen mis pechos.

Hilo.- ¿Cuáles son tus designios, Afrodita?

Yola.- ¿Qué pasaría si Hilo me dice que me ama? ¿Qué le respondería yo?

Hilo.- ¿Qué pasaría si le digo: "Yola, te amo"? ¿Qué me respondería ella?

Telón

Entra a escena el coro de las doncellas de Traquis.

Coro.- Ay en la noche los amantes duermen
Ay en la noche los amantes sueñan
El árbol del deseo da sus frutos
Los frutos en sazón se abren de noche
Ay en la noche los amantes temen
Ay en la noche los amantes buscan
Los frutos del amor están maduros
Y les muerde el deseo a dentelladas
¿Dónde dejas, guerrero, tu arco y flecha?
¿Y dónde, Yola, tu pudor escondes?
Afrodita y la noche me desnudan
Afrodita y la noche me han vencido.

 Escena VIII

      La puerta de Zeus, que permite el ingreso a la ciudad de Traquis permanece cerrada. La oscuridad de la noche cubre con su discreto manto las esbeltas murallas. Pronto llegará la madrugada. Yola e Hilo, juntos, de pie, permanecen mudos, cerca de la gran puerta. Dentro de la ciudad, detrás de la muralla, se escucha el ruido de gente armada, que se apresta para salir al exilio. Las voces de los guerreros se escuchan sordas, distantes.

Voz 1.- Triste es partir de improviso y buscar incierto refugio en otras tierras.

Voz 2.- Traquis nos acogió y hoy nos expulsa.

Voz 3.- Estas cosas jamás sucederían si Heracles aún viviera.

Voz 4.- Los caballos se encuentran impacientes por salir. Se diría que van a un festival, no al exilio.

Voz 2.- ¿Tienes suficientes flechas?

Voz 3.- Tengo. Claro que tengo flechas. ¿Quién puede ir por los polvorientos caminos sin suficientes flechas, especialmente cuando Euristeo te pisa los talones?

Voz 1.- Una larga y fría noche ha elegido Ceice para expulsarnos de su reino.

Voz 4.- Briosos son estos caballos. Impetuosos como un río que se ha desbordado.

Hilo.- El decreto de Ceice, el rey de Traquis, solamente menciona a los heráclidas. Somos los hijos y los parientes de Heracles los que debemos abandonar la ciudad. Tú bien puedes quedarte.

Yola.- ¿Y tú, Hilo, cuándo partirás?

Hilo.- Saldremos al amanecer. El redoblar de los tambores dará la señal de partida. No te olvides que somos dorios. Pueblo guerrero, pueblo frugal. Del norte llegamos y las penurias no nos amilanan. Ahora debemos permanecer juntos. Eginio, nuestro rey, nos ha convocado. Nos espera en el valle del Peneo. Hacia allá iremos con nuestros arcos y con nuestras flechas. Jamás permitirá el rey que Euristeo y sus buitres exterminen la estirpe de los heráclidas…

Yola.- Entonces… ¡El éxodo es inevitable!

Voz 2.- Miren. Hodites, Gleno y Ctesipo vienen con sus hombres.

Voz 4.- Los hermanos marchan erguidos sobre sus caballos.

Voz 3.- Centellean sus escudos de bronce como si fueran ojos de lobos.

Voz 1.- Las antorchas, las antorchas…

      Detrás de las murallas, los guerreros encienden antorchas. Pequeñas lenguas de fuego chisporrotean en el ambiente.

Hilo.- Tu rostro, a la luz de las antorchas tiene un encanto nuevo, que antes no lo había advertido… Pronto sonarán los tambores… Antes de partir debo confesarte algo… que nos atañe a ti y a mí… Tengo que decirte que…

Yola.- ¿Por qué tanto rodeo? ¿Por qué tanta turbación? Puedo escuchar cómo late con fuerza tu corazón en el pecho. Tus manos tiemblan, Tu voz se ha quebrado… ¿No soy yo la cautiva y tú el señor? ¡Manda entonces, que yo obedeceré sumisa!

Hilo.- Tú no eres una cautiva. Jamás mi padre te trató como a una esclava. Hoy que él ya no está con nosotros eres libre. Ni yo ni nadie podrá impedir que vayas donde tú lo desees. En la cumbre del Eta, mientras el cuerpo de mi padre se consumía en medio de la pavorosa llama que él mismo ordenó encender, su lengua pronunciaba tu nombre… "Hilo, hijo mío" -me dijo en su terrible agonía-. "Prométeme que desposarás a Yola". Luego de eso le escuchamos gritar: "Zeus, padre, acógeme en tu seno". Esas fueron sus últimas palabras…

Yola.- ¿Y tú? ¿Tú qué has pensado con relación a todo eso? ¿Tomarás por mujer a la concubina de tu propio padre? ¿No temes acaso a los que levantan su dedo contra mí? Hodites, tu hermano, quiso matarme con sus manos. Gleno, tu otro hermano, no ha vuelto a dirigirme la palabra. Macaria dice que soy una ramera. Hasta Alcmena, tu abuela me desprecia. Aún así ¿tomarás por legítima esposa a la que, según los tuyos, sembró con su presencia la muerte y el exilio?

Hilo.- Lo haré, sí.

Yola.- ¡Insensato! Solo por compasión al moribundo le hiciste tal promesa, pero nada te ata; nada te obliga…

Hilo.- Impío es el hombre que no cumple la promesa hecha a un padre moribundo. ¡Caiga sobre tal hombre la maldición de los dioses!

Voz 1.- ¿Cuántos de los que hoy marchamos al exilio hallaremos cobijo en patria extraña? ¿Cuántos atravesados por las flechas de Euristeo perderemos la vida en el camino?

Voz 2.- ¿No podríamos quedarnos algunos días más? A lo mejor Ceice cambia de opinión…

Voz 4.- Mira mi casco. Lo he adornado con la crin de un caballo.

Hilo.- Te amo, Yola. Te pido en esta hora que seas mi mujer. Te pido que me entregues tu amor. Que esperes mi regreso…

Yola.- ¿Y yo? ¿Soy libre de elegir? ¿Qué harías tú si yo dijera que no? ¿Piensas, en tu arrogancia, que debo caer rendida a tus pies, desfallecida de gratitud ante tu generosa proposición? Puedes tomar mi cuerpo a la fuerza, si tal es tu propósito, pero no obtendrías mi amor… La sombra de tu padre me cubre como un negro manto y muerto se encuentra mi corazón, incapaz de ser entregado a hombre alguno.

Hilo.- ¡Yola!

Yola.- A mi regreso te estaré esperando. Me verás desde lejos parada en esta puerta. Fíjate bien en el color del vestido que lleve en ese día, porque mi decisión estará ya tomada y será inapelable. Si mi túnica es roja y flamea como una lengua de fuego, que palpite de emoción tu corazón, porque habré de entregarte mi vida. Si es amarilla, mantén viva tu esperanza, porque habré decidido seguir al lado tuyo, sin amarte, como tu fiel esclava. Si es blanca ¡hay de mí!, que tus ojos lloren, que tu rostro palidezca, que la sangre se congele en tus venas. En ese caso estarías mirando un cadáver viviente, porque habré decidido entregar este cuerpo en cruento sacrificio a los dioses…

      Se escucha el redoble de tambores. Se abren la puerta de la ciudad de Traquis. Los guerreros ingresan a escena en compactos escuadrones. Llevan teas encendidas en sus manos.

Voz 1.- Que suenen las ciringas, las flautas y las cítaras. La música levanta el espíritu belicoso de los dorios.

Telón

Entra a escena el coro de las doncellas de Traquis.

Coro.- Muerto el fiero león de arco certero
Se dispersan sin rumbo los de Heracles
Pocos en Traquis quedan, bajo Ceice
Otros, refugio encontrarán en Tebas.
Euristeo y sus huestes los acosan
Euristeo y sus fuerzas los embisten
Ay Euristeo, Euristeo, Euristeo
¿No habrá quien en combate te derrote?
Con Alcmena, del héroe la gran madre
Demandan los heráclidas amparo
De Teseo la Atenas los recibe
Y Euristeo hasta allá va y los acosa.
Euristeo en el trono de Micenas
Euristeo en el trono de Tirinto
Ay Euristeo, Euristeo, Euristeo
Aún muerto el león sus garras temes.
Es sangre indómita la de los dorios
Son esforzados y nobles guerreros
Que generosos entregan su sangre
En porfiada defensa de su estirpe.

 Escena IX

      Traquis, palacio de Heracles. Son las diez de la mañana. La luz de un sol brillante penetra a raudales. El amplio portal interior, que durante la escena IV nos impactó por su opulencia, nos deprime hoy por su estado lamentable. Los pedestales en las esquinas, sobre los que se asentaban estatuas y jarrones sagrados están rotos; las vasijas para guardar vino, aceite, miel y agua ruedan deterioradas por el suelo; cofres visiblemente forzados permanecen con sus bocas abiertas y muertas; hasta los muebles han sido quemados, volteados al suelo, destrozados. Tan solo el altar de los sacrificios emerge sobrio, engalanado con guirnaldas frescas y hojas de acanto. Las columnas dóricas están cubiertas de musgo y otras hierbas. En el jardín, la maleza invade el espacio de los álamos, la hiedra trepadora crece a raudales. Kylón se limita a limpiar ociosamente el polvo, con desgano.

Kylón.- Bien dice el pueblo: "Amos ausentes, haciendas destrozadas"... De haber estado aquí los heráclidas, jamás se habrían atrevido a mirar siquiera de lejos esta fortaleza. ¡Malditos! Y el rey nada hace para contener tantos desmanes. A veces creo que hasta los incita. Miren ustedes qué destrozos causaron esos forajidos. Ebrios de vino, impulsados por la codicia, envalentonados por el abandono de la casa, llegan como buitres y arrasan con todo. Lo que pudieron robaron, lo que estuvo a su paso destrozaron, hembra que estuvo a su alcance violaron. Pero Yola llegó y los detuvo en seco. Tres asaltantes pagaron su osadía con sus vidas. Cuatro más huyeron heridos con certeros flechazos. El resto fugó en desbandada, al amparo de la oscura noche. De no haber sido por Yola, se habrían apoderado de esta fortaleza… Miren cómo ha quedado esta estatua de mármol, mutilada. Y estos cofres y los muebles… No sé ni por donde empezar a limpiar tanta basura… (Va hacia el fondo, donde están las columnas dóricas y abandona el escenario).

Yola desciende por la escalera de mármol. Está más bella que nunca.

Yola.- Hermoso día. El cielo es límpido. El sol radiante. Las flores, abiertas, esperando ser fecundadas. Día perfecto para nacer o para morir. (Llama a Kylón, para que le ayude a vestirse). ¡Kylón!, ¡Kylón!...

Kylón.- (Desde adentro). Voy, voy en este instante. Busco unos cubos de agua para limpiar. (Entra Kylón con dos cubos de agua y un trapo para limpiar).

Yola.- Ayúdame, gentil Kylón. Debo vestirme adecuadamente. Un heraldo llegó esta mañana desde Atenas. Hilo nos anuncia su retorno… Los heráclidas están a salvo. Teseo los acoge en Atenas.

Kylón.- ¡Loados sean los dioses!

Yola.- Los heráclidas no tienen reposo. Hasta en Atenas los acosa Euristeo.

Kylón.- No creí que te hubieras despertado aún, noble Yola. ¿Qué túnica debo traer para ti? ¿La de brocado que Hilo envió con el mercader babilonio? ¿El peplo que trajiste de Ecalia? ¿El quitón…?

Yola.- No te afanes. Acércate. Escúchame. Este día solo usaré el vestido que los dioses hubieren elegido para mí… Dime, Kylón… ¿Cómo debe comportarse una verdadera dama en los momentos más importante de su existencia?

Kylón.- Creo que debería comportarse como tú. Debería manejar el arco como tú. Debería defender su casa como tú. En fin… No lo sé. ¿Cómo?

Yola.- Si es de noble cuna, ha de permanecer tranquila y serena. Ha de erguir su cabeza y sus ojos no han de delatar siquiera la más leve de sus emociones. Deberá guardar celosamente para sí misma sus alegrías o sus esperanzas. Deberá actuar con frialdad, para que no descubran lo frágil que es ante los embates del amor y el deseo. Deberá ocultar en el fondo de su corazón sus temores y angustias. Una verdadera dama no dejaría que el tono de su voz desfallezca… (Aparte) ¡Oh dioses, fortaleced mi voluntad en el momento supremo! (Va hacia el altar de piedra y abraza el ara, como si una angustia terrible la hubiera vencido).

Kylón.- Qué extraña estás hoy, Yola. No te conozco. ¡Hilo vendrá! Tú lo amas, ¿Verdad? ¿Qué pasa esta vez? ¿Cuál es tu angustia? Abre tu corazón a la fiel Kylón. (Arranca algunas flores y adorna la cabeza de Yola). Qué hermosa estás. Levanta tu cabeza. ¿Lloras? ¿Tú lloras?

Yola.- (Se coloca de frente ante el altar, como si fuera una sacerdotisa). Ante este altar, a la vista de los dioses, me desprendo de todo. (Se despoja de su túnica y queda desnuda). Al abandonar estos vestidos, abandono también a la débil Yola, que fuera tomada como esclava. Abandono a la Yola que amó y odió. Retomo mi condición de princesa, hija de reyes. ¡Yo mismo me concedo, yo mismo me otorgo mi total libertad! Engalanaré mi cuerpo con las mejores galas, como corresponde a mi condición… Sobre este altar deposité anoche, con devoción y respeto, tres trajes diferentes. El primero, de roja seda, enviado por Hilo desde la isla de Kos. El segundo, de lana de ovejas, teñido de azafrán. El tercero, de blanco lino: fresco, ricamente bordado por esclavas Frigias. Uno de ellos debo vestir en esta tarde. Saldré luego a la puerta de la ciudad, para que Hilo al llegar, me vea desde lejos.

Kylón.- Elige, te lo ruego, el de seda roja. Así, Hilo al verte, conocerá que estás dispuesta a ser su esposa; que el amor hacia él inflama tu corazón. ¡Sabrá Hilo que tú has decidido ser su esposa!

Yola.- A los dioses he pedido consejo y ellos se han apiadado finalmente de mí. Mira. Mira Kylón, la luz del sol penetra a raudales desde el jardín, pero solo uno de estos vestidos es bañado en los rayos del dios.

Kylón.- (Con gran alegría). Mira, Yola. Mira como resplandece de luz el vestido de roja seda. Los dioses bendicen tu amor.

Yola.- (Toma la túnica roja. La contempla indecisa, pero la deja caer al suelo). No. No he de cubrir mi cuerpo con las sedas de Kos. El diáfano tejido me habría de delatar: al adherirse a mi piel, pondría al descubierto mi palidez mortal, el palpitar de mis venas, el temblor de mis senos…

Kylón.- Elige, entonces, te lo ruego el amarillo anaranjado. Es un color discreto. Hilo, al verte, dirá: he allí que Yola no se desposará aún conmigo. Ha decidido esperar un tiempo más y seguir en esta casa como una humilde y sumisa esclava. Entonces Hilo te bendecirá y estará tranquilo, porque verá en ti a una oveja montarás que aun al ser sacrificada no se queja ni maldice su destino…

Yola.- (Toma la túnica amarilla, la contempla con altivez y la arroja al suelo con desprecio). Tampoco he de cubrir mi desnudez con la tosca y humilde lana de las ovejas. La hija de un rey no ha de confundirse con una campesina ni con una pastora. (Toma la túnica blanca).

Kylón.- ¡Esa túnica no! Parece una mortaja. Con blancas túnicas de lino vestían antaño solamente a las vírgenes elegidas para ser sacrificadas a los dioses… Ningún rayo de luz se proyecta sobre ese helado tejido. ¿Por qué te obstinas en desoír el mandato de los dioses?

Yola.- Usaré esta túnica nueva, de lino blanco… ¡Dejaré que los dioses cubran con sus ojos mi desnudez! (Entrega la túnica a Kylón y ésta la viste). ¿Ahora eres tú la que llora?

Kylón.- ¡Te veo y no sé quién eres! ¡Que los dioses te protejan!

Yola.- Ayúdame, gentil Kylón. Coloca esa crátera sobre el altar de piedra. Hemos de llenarla con agua hasta el borde, para así alcanzar nuestra purificación.

Kylón.- (Coloca la enorme crátera sobre el altar). ¡Esto sí que pesa! Deberían labrar cráteras más livianas. ¿Deseas también que vierta vino? ¿Cuántos hombres llegarán, en compañía de Hilo? ¿Te lo dijo el heraldo? ¿A cuántos huéspedes atenderemos hoy en esta casa?

Yola.- Agua, solamente agua. Agua lustral, para limpiar la impureza de la sangre. Olvídate del vino. Los dioses serán nuestros huéspedes… Levanta tus ojos. Mira el límpido azul del cielo. Ni una leve nube perturba su quietud. ¿No te conmueve tanta belleza?

Kylón.- Es usual tener un cielo despejado en esta época del año…
Yola.- Ahora, coloca bajo el altar las cestas, con los utensilios del sacrificio. Alcánzame la cesta con la cebada y el trigo para que la víctima propiciatoria, concentrada en terminar su alimento, no se fije en el puñal que habrá de cortar su vida…

Kylón.- ¿Debo traer un cabrito, una paloma? ¿A cuál de los dioses ofreceremos sacrificio?
Yola.- Al divino Heracles.

Yola toma un puñal. Levanta sus dos manos hacia el cielo y grita.

Yola.- ¡Heracles!, ¡Heracles! ¡Envíame una clara señal! ¡Dime tú mismo, que este fuego encendido que quema mis entrañas debo apagarlo en los brazos de tu propio hijo!

Una bandada de palomas es lanzada de súbito desde el jardín.

Voz de Heracles.- ¡Mira Yola! La bandada de palomas que fuera derribada por una de mis flechas ha recobrado la plenitud de su vida y vuela nuevamente libre por el cielo.

Telón

Entra a escena el coro de doncellas de Traquis.

Coro.- Una bandada de palomas cruza
Con grácil vuelo todo el firmamento
Ninguna flecha las alcanza o toca
Libres son las palomas en su vuelo.
El sol todo ilumina y a su paso
Brota con esplendor la nueva vida
Y en la puerta de Traquis, Yola espera
Un jinete que llega desde Atenas.
De roja seda es el vestido, miren
Flamea al viento con pasión distinta
Cubierto por el polvo del camino
Hilo avanza hasta Traquis, galopando.
Corren el uno al otro, se aproximan
Se miran, se sonríen, se desean
Se funden en un cuerpo para siempre
Hasta que al fin la muerte los separe.

Zamacuco

Cumbayá (Latinoamérica)

Copyright ©2004 Zamacuco.


kATHARSIS convoca sus "PREMIOS LITERARIOS" 2008 de Poesía y Narrativa corta.
The Duchess of Malfi, página del Director de cine Benjamin Capps
Estamos preparando un especial sobre la película de La Duquesa de Malfi y sobre la obra de teatro en España
4 de marzo de 2004, 7h25. Fallece el lingüista y académico Fernando Lázaro Carreter. Ver su biografía. Entrevista del académico en El País, En portada, Sábado 13 de octubre de 2001. EL ESPAÑOL, UNA LENGUA DIVERSA
Nuestros números:
Nº 1, Diciembre
Nº 2, Abril
Nº 3, Agosto
Nº 4, Enero
Nº 5, Mayo
Nº 6, Marzo
Nº 7, Septiembre

Estamos en el Itinerario, directorio cultural de Hispanoamérica

 
 
 

Algunos de nuestros textos están en formato PDF y Microsoft Reader y necesitaréis estos programas para leerlos. Aquí os doy los enlaces para que los podáis bajar gratuitamente pinchando en los iconos:

Pincha en el icono y descargate el programa gratis

 

Pincha en el icono y descargate el programa gratis

Home | Biblioteca Virtual Katharsis | Revista | Miscelánea | Biblioteca | Equipo Redactor
 

Revista Literaria Katharsis