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Excelencia

 

CITA CON EL CONSEJERO DELEGADO

Antonio José Quesada Sánchez


    CITA CON EL CONSEJERO DELEGADO

     Sonó la puerta. Tres golpes seguidos y, tras un breve lapso de tiempo, otros dos. Era lo pactado. Eran ellos. Por fin.
     — No os habrá visto nadie, ¿verdad?
     — No, Manolo, no. Aquí está... -entran dos jóvenes con un fardo inmóvil-. ¡Coño, cómo pesa el cabrón!. ¡Está de no comer, de pasar hambre, vamos...!
     — Perfecto, pues no os preocupéis, que ya me encargo yo del resto.
     — Esperamos que hagas justicia por todos nosotros, Manolo.
     — Yo también quiero esa justicia, chicos. También lo he perdido todo, no lo olvidéis. Hasta a mi Sonia.
     — Estamos tranquilos, Manolo, eres legal y cumples lo que dices.
     Dejan el fardo en el salón, para descansar momentáneamente, y después lo bajan al sótano. Allí abren la bolsa y extraen de la misma a un hombre sedado, calvo y con amplio vientre, vestido con traje y corbata como si viniese de una Junta General de Accionistas de algo. Atan sus manos y sus pies con unas cuerdas, en la cama, y deciden subir la escalera, jadeando.
     — ¿Queréis tomar algo, chicos? ¿Una cerveza?
     — No, gracias, Manolo. Mira que pesaba este hijoputa. Lo gordo que se ha puesto a nuestra costa...
     — Pero se le ha acabado el chollo. Ahora ya sí que se le ha acabado el chollo.
     — En ti confiamos, Manolo.
     — No os defraudaré.

     Desde que murió Sonia siempre he cenado solo. Me gusta cenar solo, lo reconozco: la soledad buscada es liberadora; la soledad impuesta es miserable. La mía es buscada, dentro de lo que cabe: después de perder a mi compañera, cuando me he acostado con alguna mujer siempre le he pedido que se fuera después. Copular no es más que un intercambio de líquidos, sudores y olores. No más. Un facio ut facies más un do ut des y se acabó. Con Sonia era diferente: había amor. Con Sonia hacía el amor. Pero murió. Y morir es nunca jamás. Es ni ahora ni nunca. Es ya no.
     No creo en más Dios que el dinero, y ni a ése puedo rezar ya. Por culpa de un hijo de puta que las va a pagar todas juntas. No es justo que todos perdamos tanto y él nada: un pleito donde se declara insolvente y a correr, como tantas otras veces. Ni cárcel ni historias. Y él, a vivir, con todo su patrimonio a nombre de su mujer. No, no hay derecho.

     En el telediario, lo de siempre: un palestino se tira cargado de bombas hacia una pizzería en el centro de Tel Aviv matando a unos jóvenes y los judíos responden arrasando a varias familias palestinas, que nunca faltan para ser carne de cañón. Algún chanchullo económico por el que se pelean socialistas y populares diciéndose que no tienen moral y todo eso, cuando todos se mueven por los mismos criterios. Fidel diciendo que la culpa de todo lo que le pasa es del presidente americano, en un discurso de ocho horas. ¡Ah, y nuevo escándalo en lo del Banco de Castellón!. Ahora resulta que ha desaparecido el polémico Consejero Delegado, después de una reunión. Qué contrariedad, ¿no?.

     — Ya está usted despierto, don José. No, no haga movimientos, le voy a contar lo que pasa en el mundo. No, no se sulfure, no le pasará nada. A ver, así, le dejamos la boca libre, para que pueda usted hacer lo que me negó a mi en su reunión con los accionistas mayoritarios. Bueno, usted directamente no me lo negó, claro, no se iba a rebajar a tratar con un desgraciado como yo. En su nombre lo hizo un gorila de dos metros, calvo y con perilla, chicle y aparato de audio en la oreja -mientras habla, le quita el esparadrapo de la boca, aunque no le suelta los pies ni las manos.- Bien, ahora ya estamos igual, don José. Fíjese en lo grande que es esta democracia, que tiene usted, tan importante como es, que escuchar lo que este desgraciado tenga a bien decirle.
     — Igual no estamos, oiga, Yo estoy atado de pies y manos... -contesta, altivo, el financiero.
     — ¡Anda, don José! Qué gracia... Está igual que me ha dejado a mi su Consejo de Administración, atado de pies y manos. ¿Sabe que he perdido mis ahorros de toda la vida gracias a su gestión? ¿Sabe que he perdido a mi compañera por su culpa? Me da la impresión de que no estamos igual, don José, lleva usted razón -ahora se percibe casi odio en su gesto-: quizá esté usted mejor que yo. Pero, claro, eso va a cambiar...
     — ¿Qué piensa hacer conmigo? -pregunta el asustado consejero delegado del Banco de Castellón, responsable de la situación catastrófica que en el mismo se vive.
     — Todo a su tiempo, don José. Todo a su tiempo. Piense en lo orgulloso que estoy, por fin, de tener una cita con el consejero delegado. Déjeme asimilar tanta fortuna... ¿Sabe la cantidad de cartas que le envié solicitando una cita? Quería ponerle al corriente de mis miserias, para ver si se apiadaba de ellas y me aseguraban mi dinero de alguna forma. Todo inútil. Bueno, todo no, ya he conseguido mi cita. En fin, ahora le toca cenar... -comienza a darle unas lentejas. Don José se niega al principio, pero después come-. Disculpe que sea una comida de obrero, pero es lo que soy, un obrero algo enriquecido. Bueno, no, debo corregir: después de lo que usted me ha hecho, un obrero en la ruina, pues voy a perder hasta esta casa. Siento no poder costearle esas comidas de negocios que le he costeado durante tanto tiempo, con gente tan elegante. Ahora probará usted las lentejas... -comenta, mientras le sigue dando de comer en la boca.
     — Oiga, ¿no es denigrante comer atado de pies y manos?
     — Cállese, don José, que los que estamos atados de pies y manos, a veces, ni comemos. Es usted un privilegiado. Dé gracias a su Dios por poder comer.

     — ¿Todo vale, don José? -preguntaba mirando fijamente un jarrón, distraído..
     — ¿Cómo dice?
     — ¿Sabe? Es una duda que tengo con respecto de ustedes, los grandes tiburones económicos. ¿Vale todo o hay algún límite en algún sitio?
     — Hombre, mire, a mi se me encarga que haga rentable una entidad y en ello trabajo. Para mi no vale todo, pero no todos opinan así.
     — Esa respuesta se la he oído ya a los tres grandes financieros a los que he podido acceder: "no, para mi no vale todo, pero no todo el mundo es igual, y así va el mundo". ¡Qué pena, don José, que no todos sean como nosotros!. ¿Verdad? Iría el mundo mucho mejor con usted mandando, ¿no?.
     — Caballero, no tengo por qué soportar sus impertinencias...
     — ¡¡Sí, si tiene, don José, no me caliente!! Tiene que aguantarlas porque no le queda más remedio, y porque si usted me ha hecho daño, ahora se lo haré yo. Yo tengo que soportar la miseria en la que usted me ha embarcado, y usted tiene que soportar mis reflexiones. Antes era usted el fuerte, el que mandaba y los demás cumplíamos, el que levantaba el dedo y me hacían desaparecer sus esbirros. Pero ahora soy yo el fuerte: ahora yo mando y usted obedece. Aunque vaya contra su escala de valores obedecer a alguien que nunca tuvo una sirvienta vestida de uniforme en casa para traerle el periódico. En mi barrio no teníamos criadas en las casas. Mi barrio ponía las criadas para las casas de los barrios como el suyo, que es distinto.
     — Me achaca usted decisiones empresariales desafortunadas. ¿Por qué no me demanda si tiene algo contra mi?
     — ¿Demandarle? ¿Y qué tribunal me devolverá a Sonia, que murió de un infarto por culpa de sus decisiones, don José? ¿Me oye, don José? -le pide que le mire a los ojos- Mi compañera, ¿sabe lo que es eso? Murió cuando empezó todo esto. Le falló el corazón cuando vio que estábamos en la miseria y que incluso perderíamos esta casa, fruto de toda una vida de trabajo. Mi compañera. No la compararé con su esposa, porque no sé si me entenderá, pero piense al menos en la querida a la que haya tenido más cariño en su vida. ¿Ya? Pues multiplique eso por mil. Mi compañera de toda la vida, muerta porque un hijo de puta que nunca supo lo que era la necesidad decidió ganar más dinero a costa nuestra.
     — Oiga, no tengo que discutir con usted estas cosas. Le exijo que me deje en libertad antes de que pase algo irreparable.
     — No está usted en condiciones de exigir demasiadas cosas, don José. Y le ruego que no me trate como a esas criadas que tenía en su casa cuando era niño y a las que podía tocar el culo, como hace todo señorito, como Dios manda. Mire -le enseña unos periódicos-. Le buscan todavía. No sé por qué dedican tanta atención a un saco de mierda como viene a ser usted, la verdad. Pero bueno, los periódicos tienen que salir a la calle cada día, ya ve. Y aquí le enseño todo sin censuras, ¿eh? Que yo no soy de la ETA, ni quiero liberar una patria oprimida o a una clase social de sus opresores. Me conformo con tener de compañía a un hijo de puta que no merece ni la cama que ocupa -se sulfura, pero sigue dando de comer a don José-.

     — ¿Cómo está la bella durmiente?-don José se incorpora-. Mire, qué interesante lo que le traigo. La prensa: le buscan y su señora pide que se le libere. Mire, ha ido a la peluquería y todo para ponerse ese escardado para la foto y salir con las joyas puestas para pedir su libertad. "Mi marido es un empresario, y serán los tribunales los que determinen sus responsabilidades". Ja, ja, ja, ja. La tiene bien educada, don José. Ustedes, cuando les interesa, se amparan en los tribunales. Cuando no, tiran por la calle de en medio, claro. Es como en política: cuando ganan los suyos, ¡qué grande es la democracia! Cuando no, pues es que la civilización occidental se cae, se agarran a la teta metafísica de Spengler y ¡ala!, a inyectar democracia a base de militares, como en el 36. ¡La puta que los parió a todos...!
     — Al final, siempre será un puñado de soldados el que salve el país...
     — Sí, ¿verdad? Los que defiendan sus intereses. Ésos que creen morir por la patria, y mueren para que gente como usted pueda llevar esos trajes italianos, que a usted le quedan tan mal por cierto. Ésos son los que hacen la Patria.
     — No tengo por qué aguantar impertinencias -comenta girando la cabeza, altivo.
     — Usted aguantará lo que a mi me salga de los cojones, que para eso me ha privado de mi compañera y de mi dinero. Algún derecho respecto a usted me dará esa situación en que me ha colocado, ¿no?.
Don José se da la vuelta para no tener que verle.
     — ¿Sabe, don José? Ya he decidido lo que haré con usted -don José se incorpora, interesado-. Voy a irle poco a poco liberando de sus ataduras.
     — ¿Qué? -pregunta don José, asustado, con el miedo en el rostro -. No se atreverá a hacerme nada malo, ¿verdad?: usted es un desequilibrado, no un criminal.
     — No, no se equivoque. Hay gente que coge armas para defender su país o la libertad, y yo las cogeré para hacer eugenesis social y joder a un hijo de puta. Me tenían que condecorar por lo que voy a hacer, fíjese lo que le digo.
     — ¿De veras habla en serio? -le mira, temeroso.
     — Totalmente en serio, don José. Aprovechando que tengo conocimientos médicos no sufrirá el menor daño adicional. Voy a desprenderle de sus ataduras miembro a miembro...
     — ¿Qué pretende hacerme, salvaje? Es usted una bestia...
     — No, don José, no se equivoque... Sólo soy una persona a la que usted ha puesto en una situación límite. ¿Sabe? Como buen progresista, siempre estuve en contra de la pena de muerte y de la tortura, que son miserables, que deshumanizan tanto al que la sufre como al que la practica y todo eso... Pero para tratar con escoria como usted no debo tener tantos escrúpulos, porque usted no los tendría conmigo. Es curioso.
     — ¿Qué?
     — En América Latina las izquierdas hicieron sus reivindicaciones pensando que enfrente tenían a caballeros conservadores. Luego descubrieron que no lo eran, que se enfrentaban a salvajes bestias cultivadas, capaces de violar a una chiquilla o destrozar a un hombre con la picana y llegar después a casa, ducharse y escuchar a Bach o disfrutar con su hijito haciendo de caballito para él.
     — Está desvariando. No sabe lo que dice...
     — Mejor de lo que piensa. Y en mi no va a tener ya al progresista ilustrado, volteriano, que siempre he sido. He colgado el hábito desde que ha entrado usted aquí y ahora va a tener a un ángel cuasi-exterminador, aunque con inquietudes sociales... ¿Ha leído usted a Ortega?
     — ¿A qué Ortega?
     — ¿A qué Ortega va a ser, alma de Dios? Ortega y Gasset... Era de los suyos, ¿no?. Ni a los suyos leen ya ustedes, es grande. Bueno, tampoco les hace falta leer para sacar el fajo de billetes y pagar en un restaurante, para comprar a una niña y que abra las piernas para usted o para comprar a un tipo que haga lo que usted quiere. Si hubiera leído a Ortega sabría que esto que ejercito ahora es lo que él llamaba la "razón exasperada", el medio al que recurro para defender la razón y la justicia que creo tener, ya que no me queda otro medio. "El mayor homenaje a la razón y a la justicia", dice el amigo de las elites. ¡Qué gracia! ¿A que acabo encontrando mi legitimación en "La rebelión de las masas", que está escrito para gente como usted? Ja, ja, ja, ja, esto es grande -reflexiona riendo y hablando solo en todo momento.
     — Usted está loco de remate... Mire, podemos llegar a un acuerdo económico. Usted me suelta, aquí no ha pasado nada y yo le pagaré todo lo que ha perdido, ¿de acuerdo?
     — Ah, me parece perfecto, don José. ¿Cuánto vale mi esposa, me lo puede decir? ¿Cómo la tasamos? ¿Valoramos su cariño hacia mi, el tamaño de sus pechos, su belleza física?. No se equivoque conmigo, miserable, yo no me eduqué con los curas, y creo que hay cosas que no tienen precio. No hay vuelta atrás. Además, le voy a poner en tratamiento para perder peso y dentro de cinco días estará usted más ligerito. Y le saldrá gratis, no crea que estamos en las clínicas de Marbella...
     —¡¡No!!. ¡¡No!! -pierde el control.- ¿Qué va a hacer conmigo?
     — Nada fatal, no se preocupe. Tengo estudios de medicina y sé lo que haré. Mire, se lo voy a decir. Vamos a ver... mañana perderá usted la pierna derecha. Pasado mañana, la izquierda. Después, el brazo derecho y al día siguiente, el brazo izquierdo. Cuando ya le dé igual todo, igual debiera acabar con usted, la verdad. Se lo tiene merecido, por jugar con el dinero de tanta gente honrada que confió en usted. Pero no, creo que le dejaré vivo... Bueno, ya se me ocurrirá algo... -Don José lloraba y pataleaba. No asimiló eso de ir perdiendo miembros.

     Amputar una pierna no es difícil. No tuve más que recordar mis viejos conocimientos de cuando estudié medicina y ya está. Para poco me sirvieron en la vida, la verdad, trabajando en la empresa de muebles de la familia, pero al final sí me van a ser útiles. Además, no quería que se me fuera este hijo de puta durante la operación, así que lo mejor era estudiar bien la técnica. Quería que fuera totalmente consciente de todo, y no le di más droga que la justa para que durmiera.
Despierta don José.
     — Qué, don José, ¿un poco más ligerito ahora? -le habla desde los pies de la cama.
     Don José mira para abajo, atado, y comprueba que le falta la pierna derecha.
     —¡¡No, no, criminal!!. ¡Cómo se atreve!
     — Una pena que un traje tan bonito no sea utilizado por un hombre completo. Ya le falta la pierna derecha. Tuve que cortar. Una pena, de verdad. ¿Sabe lo que diría mi Sonia si estuviera aquí?
     —¡Que es usted un salvaje!.
     — Sí, algo así, no estaría de acuerdo con lo que hago. Pero no está aquí, ¿y sabe por qué? Porque usted la mató con sus andanzas financieras. Y yo, que era un pacífico abuelo que pretendía una vejez con su compañera de toda la vida, ahora soy un justiciero, que haré la justicia que sus tribunales no me harían: ni iría usted a la cárcel ni pagaría, pues todo estará a nombre de su esposa o de sus queridas, o en Suiza. Ahora su pierna derecha la ingresaré a mi nombre en un banco suizo, ¿le parece?
     — Hijo de puta, hijo de puta...
     — No hable así, don José, que la gente de su clase no habla así. Hasta su criada se asombraría. Esas palabras no van bien con el color de su corbata. Ahora le traigo la comida, para que no se queje.
     — No tengo hambre.
     — No sea tonto, don José. Está débil, el postoperatorio es así. Y tiene que reponerse... que mañana le toca la otra.

     Parecidas escenas se repitieron durante tres días, pues sucesivamente le desprendió de su pierna izquierda, de su brazo derecho y de su brazo izquierdo. Don José estaba deprimido y violento, al verse desmembrado totalmente. Con ganas de morir.
     — No me llore, don José, que no le extirparé más nada, hombre. La sentencia se ha cumplido y hemos terminado. ¿Qué, más tranquilo ya? Ahora ya está libre de ataduras, ¿no? No se quejará, que no le tengo atado ya...
     — No tiene usted perdón, es un hijo de puta.
     — Uy, pierde usted las formas, don José. Entre la gente de su clase eso no está bien... Ustedes no dicen tacos: ustedes ordenan a sus tropas de choque, que pertenecen a mi clase, a decirlos y a hacerles el trabajo sucio. Pero esto va con usted: no puede ordenar a nadie nada. Es usted el que está en una cama, sin brazos ni piernas, a merced de un sucio obrero. Qué injusto es el mundo, ¿no?.
     — Hijo de puta...
     — Ay, don José. Que se note que fue educado por los jesuitas, por los agustinos o por los curas que sean, no me hable como si hubiese ido a la escuela pública, como yo... Además, hoy es su último día aquí, ¿lo sabe?
     — Máteme de una puta vez y terminemos...
     — No, no se equivoque, don José. No voy a matarle, no soy un asesino: voy a dejarle vivir. Ése será mi castigo: ahora mismo tengo el poder de acabar con su vida, pero sería demasiado fácil, y no es ético matar a alguien que no puede defenderse. Al menos, a mi no me lo parece, ustedes tienen otros principios.
     Don José, usted va a volver tullido al mundo, para que nunca olvide que hizo mal a muchas personas. El efecto ejemplarizante espero que sea sonado. ¿Sabe que hay ya tres suicidados entre los dañados por sus fechorías? Tres desgraciados que murieron porque usted decidió engordar su estómago a su costa y ellos lo perdieron todo. Usted va a vivir, don José, sale mejor parado de esto que ellos. Sólo que vivirá de modo algo diferente a como era antes. Bueno, usted tiene para pagarse un equipo de enfermeras completo. Una pena que no pueda tocarles el culo, como a ustedes les gusta.
     — Merece usted lo peor, miserable -su desprecio es total.
     — No se preocupe, no huiré. Lo que merezco es un proceso. Ahora llamaré a la policía y vendrán para acá. Cuando lleguen confesaré, no se preocupe. Comenzará mi proceso, usted que tanto confía en los procesos para los demás. Es lo justo. Yo he hecho mi justicia, es de ley que se me juzgue por ello.
     — Hijo de puta...
     — No sea tan malhablado, que le va a castigar Dios...
     Toma el teléfono, marca el número de la policía.
     — ¿Policía? Sí, miren, es que acabo de encontrar al Consejero delegado del Banco de Castellón. Sí agente, le doy la dirección del sitio donde estoy... -se sienta en la cama donde lo que queda de don José reposa, con lágrimas de impotencia en los ojos, y sigue charlando, con total tranquilidad - Sí, muy bien, aquí les esperamos. -Cuelga y enciende un cigarro, poniéndose cómodo. Han dicho que tardarán unos veinte minutos.

Antonio José Quesada Sánchez

Málaga (España)

Copyright ©2003 Antonio José Quesada Sánchez.


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